Palestina: Una tregua inestable sin claras perspectivas

Finalmente, tras una serie de interrupciones en la negociación, se concretó el acuerdo de alto el fuego entre Hamás e Israel, que incluye el intercambio de rehenes (33 en poder de Hamás contra 1900 encerrados en las cárceles israelíes), la entrada de ayuda humanitaria en Gaza, y en una segunda etapa, la retirada de las fuerzas armadas israelíes, pero que permanecerían a lo largo de la frontera entre Gaza y Egipto, conocida como el “corredor Filadelfia”. También se mantendría una zona de exclusión, a la que no podrían acceder los palestinos, a lo largo de los alambrados que marcan la frontera con Israel.

Este acuerdo, en su primera fase, estaría vigente durante 6 semanas y supuestamente en ese lapso se negociarían condiciones para una segunda y tercera fase.

Hasta ahora se han concretado cuatro tandas de intercambio. Al concretarse la segunda ronda de intercambio, el ejército de Israel permitió que pobladores palestinos retornaran a la zona norte de la Franja. Como muestran las imágenes que ilustran ese retorno, los palestinos transitan por zonas totalmente devastadas por los bombardeos y se encuentran con escombros donde antes había casas. Debajo de esos escombros seguramente yacen una buena parte de los miles de palestinos asesinados por el estado sionista, en un genocidio que no olvidará la historia, con un número indeterminado de víctimas calculado en más de 100 mil.

Mientras rige el alto el fuego en Gaza, Israel sigue bombardeando casi diariamente la ciudad cisjordana de Jenín. En Cisjordania, el ejército israelí informó que ha matado al menos a 50 militantes y detenido a más de 100 “individuos buscados” durante la “operación” en el área de Jenín, iniciada el 21 de enero. La agencia oficial palestina WAFA reportó que el domingo las fuerzas israelíes detonaron alrededor de 20 edificios en el campamento de refugiados de la ciudad. Probablemente la intensificación de los ataques sea una política de Netanyahu para conformar al ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, quien se oponía a la tregua con Hamás y había amenazado con renunciar y poner en riesgo la mayoría parlamentaria de su gobierno.

El gobierno israelí presenta estos asesinatos en masa como una respuesta al ataque de Hamás del 7 de octubre/23, sobre el que además han vertido toda una amplia gama de mentiras acerca de acciones aberrantes de los combatientes palestinos.

Pero el genocidio del pueblo palestino no está motivado nada más que por la sed de venganza. El objetivo israelí era proceder al exterminio del pueblo palestino como “solución final” a años de enfrentamientos durante los cuales no han podido derrotar la aspiración a vivir en su tierra. La colonización de la Franja de Gaza y la Cisjordania, tras la liquidación física de los palestinos, ese era el objetivo sionista. De la misma manera que Hitler liquidó a todos los judíos que pudo en el holocausto, así pensaban los sionistas conseguir la paz y la tierra, con la matanza del pueblo palestino.

Evidentemente este acuerdo estuvo mediado por la asunción de Trump a la presidencia.  Casi fue como una ofrenda de Netanyahu a la asunción de Trump como presidente de EE-UU, aportando a su intención de hacerse pasar como un “pacificador”. Esa mascarada electoral fue obligada además por la oposición popular a semejante masacre concretada en la serie de ocupaciones de universidades realizadas en muchas ciudades que abarcaron gran parte del territorio norteamericano. El apoyo de la juventud universitaria norteamericana a la causa del pueblo palestino, aunque fuera parcialmente entendida, o incluso si su aspecto central fuera el repudio a la masacre influyó políticamente, estando tan cerca el proceso electoral, restando votos al partido Demócrata. Tanto es así que Biden ya se había ganado el mote de “genocide Joe”. También fue muy importante la movilización de los familiares de los secuestrados apoyados por una gran parte de la población israelí que exigía el alto el fuego y el acuerdo para el intercambio de rehenes. Pero seguramente esta línea que se concretó en el acuerdo -aunque por ahora es muy parcial e inestable- encaja con la estrategia del imperialismo yanki de focalizar sus esfuerzos en los preparativos de guerra contra China.

Ayer Netanyahu viajó a Washington a reunirse con Trump para discutir los términos para acordar una segunda fase de tregua.

Trump ha cambiado la línea del holocausto del pueblo palestino, por la de deportación a países vecinos, principalmente a Egipto y a Jordania. Según Trump habría acordado con los gobiernos de esos países (y dice que también habría otros), que recibirían palestinos a cambio de ayuda militar y financiera. ¿Cuántos palestinos aceptarían una nueva diáspora y cuántos se quedarían a vivir en la Franja, entre escombros y terribles condiciones para la supervivencia? Para forzar la emigración palestina, EE-UU e Israel negarán fondos para la reconstrucción. Trump ya dijo que considera la Franja de Gaza como “zona de demolición”.

Luego de la reunión con Netanyahu, Trump sorprendió con la presentación de un plan, tan audaz como reaccionario: «EE.UU. se apoderará de la Franja de Gaza y nosotros también haremos un trabajo con ella. Seremos sus dueños. Y seremos responsables de desmantelar todas las peligrosas bombas sin explotar y otras armas que hay en ese lugar», declaró. “No es una decisión tomada a la ligera”, sostuvo, y aseguró que le gustaría convertir el territorio en “la Costa Azul de Oriente Medio”. ¿Será otra bravuconada de Trump destinada a negociar desde una posición de fuerza?

Inmediatamente salió al cruce Sami Abu Zuhri, alto funcionario de Hamás: “Las declaraciones de Trump sobre su deseo de controlar Gaza son ridículas y absurdas, y cualquier idea de este tipo es capaz de encender la región”. También advirtió que la propuesta de Trump, que plantea el reasentamiento de los palestinos en otros países, representa una amenaza a lo que consideran su “derecho histórico sobre la tierra”. “No aceptaremos ningún plan que busque desplazar a nuestro pueblo de su tierra”, dijo el representante de Hamás, advirtiendo que si insisten con ese plan habrá una escalada de la guerra.

La propuesta de Trump, que parte de las nuevas condiciones tras la guerra desigual en Palestina, ha provocado el rechazo de algunos países árabes.

Arabia Saudita expresó su oposición a cualquier intento de desplazar a los palestinos de su territorio en un comunicado emitido este miércoles.

“Arabia Saudí continuará con sus denodados esfuerzos de crear un estado palestino independiente (…) Y no establecerá relaciones diplomáticas con Israel si no es así”, dijeron.

Justamente uno de los puntos más importantes que está en la mesa de discusión en Washington es la reactivación de los esfuerzos de normalización con Arabia Saudita. La monarquía saudí congeló las negociaciones al inicio de la guerra y ahora insiste en una solución para la causa palestina antes de llegar a un acuerdo con Israel.

El objetivo de Trump sería estabilizar la región y crear una coalición antiiraní con Israel y Arabia Saudita como socios estratégicos, ampliando los acuerdos de Abraham (*). Seguramente también Turquía entrará en esta discusión. Esto evidentemente implica una negociación entre la posición “de máxima” que puso Trump sobre la mesa, y las exigencias de Hamás, Arabia Saudita y los demás gobiernos árabes regionales involucrados.

Entre las corrientes de izquierda se discute si este acuerdo alcanzado es un triunfo del pueblo palestino y en particular de Hamás. Ese balance está teñido de un subjetivismo, que puede entenderse en trabajadores o jóvenes militantes de base que apoyan la causa del pueblo palestino y los quieren ver ganar. Pero cuando se trata de organizaciones políticas expresa más bien la coincidencia política estratégica con Hamás. Es que difícilmente se le pueda llamar triunfo a la muerte de 100 mil palestinos (según los cálculos extraoficiales) y la reducción de Gaza a una montaña de escombros.  Por otra parte, esta es una tregua precaria, y no hay ninguna fuerza física que impida que Israel vuelva a reiniciar sus ataques de Israel.

Los que ven esta tregua como un triunfo se basan en que Israel no pudo cumplir con su objetivo de liquidar a Hamás. Obviamente para cumplir ese objetivo Israel tenía que eliminar físicamente al pueblo palestino. Eso hubieran querido los sionistas, pero la presentación de Trump como pacifista antiguerras y el intento de Biden de reubicarse políticamente -así haya sido tarde- produjo una presión “bipartidista” sobre el gobierno israelí. Netanyahu, si quiere sobrevivir políticamente y no terminar preso, tiene que adaptarse a la política de EE-UU., que por el momento no quiere más guerra en Medio Oriente, pero que, para enfrentar a China, necesita neutralizar no solo, y principalmente a Rusia, sino también a Irán, e impedir que siga avanzando en su producción nuclear. El acuerdo con Arabia Saudita tendría ese objetivo.

Por otra parte, en el mejor de los casos, Hamás no podrá seguir gobernando la Franja de Gaza como antes, lo cual indica la nueva relación de fuerzas. Por eso, aparentemente habrían llegado a un acuerdo con la Autoridad Palestina para un co-gobierno.

Es decir, que el resultado de las negociaciones, ahora encabezadas directamente por EE-UU, podría ser que el pueblo palestino, tras ser muy golpeado por una guerra muy desigual, quedara reducido con una parte de la población en la Franja de Gaza, diezmada en todo sentido, otra parte dispersa entre varios países árabes, la Cisjordania colonizada por judíos ortodoxos y el gobierno de la Autoridad Palestina trasladado a la Franja de Gaza, compartiendo el poder con Hamás. ¿Qué poder de negociación tendrá Hamás una vez que termine de entregar todos los rehenes, para forzar un resultado diferente?

Por el contrario, Israel está evidentemente fortalecido ya que avanzó en todos los frentes: en el sur de Líbano y en el sur y este de Siria.

Respetamos el valor heroico de los combatientes por la libertad del pueblo palestino, oprimido por Israel. No estamos diciendo “no se debería haber hecho” el ataque del 7 de octubre, no estamos en condiciones de opinar sobre esa acción concreta. Lo que decimos es que no va a haber solución de fondo con la estrategia de Hamás. Y no nos referimos a la lucha armada, sino a la politica de esperar el apoyo decisivo a la causa palestina de parte de las burguesías árabes, y en particular de Irán. A pesar de los golpes directos sobre su territorio y sobre eminentes dirigentes de Hezbollah y Hamás, Irán redujo su respuesta a un ataque simbólico y tolerable para Israel.

Leemos en algunas declaraciones de organizaciones de izquierda acerca de una “revolución árabe” y de un “frente de la resistencia”. No hay tal cosa que se pueda llamar “revolución árabe”. Esa caracterización solo puede servir para generar expectativas en el gobierno burgués de Irán (que además es persa, no árabe), que no tiene nada de antimperialista y está siempre dispuesto a negociar con EE-UU. La prueba de que no hay ninguna burguesía árabe desempeñando una lucha revolucionaria en la región son los Acuerdos de Abraham, y los firmados con anterioridad por Egipto y Jordania, por medio de los cuales reconocen al Estado de Israel y establecen una convivencia pacífica regional.

Es decir, la estrategia asentada sobre una base nacional que pretende expulsar a los judíos al mar, apoyados casi exclusivamente en Irán, no es realizable. Irán utiliza su “frente de la resistencia” (Hezbollah y hutíes) como moneda de cambio para la negociación. Por otra parte, Irán acaba de firmar un acuerdo con Rusia y depende de la venta de su petróleo a China, y ninguno de esos países tiene interés en la “liberación” del pueblo palestino.

Ahora, como ya hemos escrito en otros artículos anteriores, la liberación de palestina (o Free Palestain, como dicen los yankis) no puede consistir en su reclusión en un batustán, en una franja de tierra a orillas del Mediterráneo, que solo podría subsistir con el auxilio económico de Egipto. A esto ni siquiera se lo podría considerar un triunfo de la linea de los dos Estados. Para que palestinos y judíos puedan convivir en paz en el territorio de la Palestina, como era históricamente y antes de 1947, no hay que “echar a los judíos al mar”. Lo que hay que echar al mar es al régimen sionista, a la burguesía israelí. Solo la lucha de los trabajadores y el pueblo oprimido palestino, unida a los trabajadores judíos y apoyada en los trabajadores y pueblos árabes de la región podría conquistar un Gobierno Obrero y Campesino que, expropiando a la burguesía, nacionalizaría todas las tierras, construiría viviendas y las repartiría según las necesidades, permitiendo que puedan volver a su tierra los palestinos que lo desearan.

La liberación del pueblo palestino no será ninguna revolución encabezada por la burguesía árabe, que busca afanosamente negociar con el imperialismo. La estrategia debe basarse en la unidad de clase. Es la revolución obrera y popular de los pueblos árabes y del sector de trabajadores judíos antisionistas, la única que puede permitir la convivencia pacífica en una Palestina liberada de la opresión sionista e imperialista.

Antonio Bórmida, 4/2/25

*) “El acuerdo de paz entre los Emiratos Árabes Unidos e Israel (o los Acuerdos de Abraham)1​ fue acordado por los Emiratos Árabes Unidos (EAU) e Israel el 13 de agosto de 2020.​ Tras firmar el acuerdo, los EAU son el tercer país árabe, después de Egipto en 1979 y Jordania en 1994, en firmar un acuerdo de paz con Israel, así como el primer país del Golfo Pérsico en hacerlo.​ El tratado normaliza las relaciones entre los dos países. Al mismo tiempo, Israel acordó suspender los planes para la anexión del Valle del Jordán. Dicho acuerdo fue ratificado y firmado entre Israel y los EAU el 15 de septiembre de 2020 en la Casa Blanca”. (Wikipedia)

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