Grieta, Pacto Social y lucha de clases

Ya hemos planteado en editoriales anteriores que cualquiera sea el resultado de la disputa electoral entre los partidos y frentes políticos del régimen capitalista (Cambiemos, Alternativa Federal, PJ-UC), en esencia, lo que se va a definir es cuál de estas camarillas políticas será la que aplique el plan de ajuste del FMI. Las declaraciones de los candidatos lo confirman ya que todos se han manifestado a favor de pagar la deuda y lo más audaz que han planteado es proponerle al FMI una renegociación. El plan de ajuste del FMI que ahora, por su debilidad política y la proximidad electoral, aplica a medias Macri, va cambiando de nombre, para que sea “apto para el consumo” en las elecciones: Los “10 puntos” de Macri-Peña; el “contrato social de CFK, o el gran pacto nacional que propuso la iglesia católica a través del arzobispo porteño Mario Poli en el tedeum del 25 de mayo.  El plan económico del próximo gobierno necesariamente deberá ser un plan de estabilización, para frenar la inflación mediante un acuerdo de precios y salarios. El acuerdo deberá abarcar también la pendiente reforma laboral y la reforma jubilatoria. El antecedente que hay en Argentina de acuerdos de este tipo, fue el Pacto Social impulsado por el peronismo a su vuelta al poder en 1973, con Ber Gelbard como ministro de economía. En aquel momento, el gran garante del acuerdo fue Perón que todavía estaba vivo y con un enorme capital político, al volver aclamado por los trabajadores después de décadas de proscripción. Aún así ese pacto social, fue respaldado por el Gran Acuerdo Nacional, que contaba con la participación política de los radicales y el apoyo de las Fuerzas Armadas, que recién dejaban el poder.

De la misma manera, aunque con dirigentes políticos muchos más desvalorizados, se pretende sostener un pacto económico y social, con un gran acuerdo político de todas los partidos y alianzas políticas que representan a la clase capitalista, la burguesía. 

Todos tienen el mismo contenido, más allá del envoltorio discursivo: se trata de la necesidad del régimen político patronal de cerrar filas, “cerrar la grieta”, para atacar con más eficacia, y menos riesgo de desborde, a la clase trabajadora y al pueblo. La “hoja de ruta” de la burguesía es clara: Renegociación de los plazos de la deuda a cambio de acelerar las “reformas” laboral y jubilatoria, Pacto Social para contener la bronca del pueblo trabajador, represión a los que se resistan. Lo único que deben definir las elecciones es quien comanda la ofensiva, quien será el encargado de encabezar el acuerdo de los distintos sectores de la burguesía. 

La jugada de Cristina remueve el tablero político

La fórmula Fernández-Fernández que CFK le impuso al kirchnerismo es, en esencia, eso: una respuesta política al conjunto de la burguesía en aras del gran pacto nacional contra los trabajadores. Alberto Fernández es un operador político, sin una organización propia, de esos que son funcionales según la situación política. Pero que durante su paso por el gobierno kirchnerista ha dejado claro su relación con grandes grupos capitalistas como Clarín, y su posicionamiento al lado de la burguesía rural en el conflicto por la 125, que lo llevó a la renuncia.  Alberto Fernández, considerado un traidor por toda la militancia kirchnerista, ahora es su candidato a presidente impuesto por el dedo de su jefa indiscutible, CFK.

Esta jugada de CFK le está moviendo el piso al peronismo federal. Schiaretti hace malabares para contener su bloque frente a la presión de gobernadores y burócratas sindicales para unas PASO de todo el peronismo y por el momento parece que lo ha logrado. Massa puso un huevo en cada canasta, pero por ahora parece dispuesto a ir a una interna en el marco de Alternativa Federal. Y Lavagna cierra y abre “el capítulo” de las negociaciones con Schiaretti-Pichetto.

El acuerdo político nacional y el pacto social es una demanda cada vez más fuerte y de cada vez más amplios sectores burgueses, a medida que se profundiza la crisis. Por eso la presión es cada vez más fuerte para que Macri deje el lugar a Vidal. No se trata solo de que Vidal tenga mejor imagen o chances electorales. Macri, atado a Marcos Peña y su estrategia polarizadora, no es el más indicado para encabezar un acuerdo político, pero todavía parece tener el apoyo de Donald Trump. En cambio, Vidal es la única dirigente del PRO capaz de unificar al radicalismo y un sector del peronismo más “dialoguista” con el gobierno. La negativa “caprichosa” de Macri-Peña a este plan político, de mantenerse obstinadamente, es un potencial factor de crisis política al interior de la alianza gobernante. Por eso también se menciona la variante Macri-Vidal.

Pero no nos interesa analizar cuál de los partidos patronales hace mejor las “zancadillas” al oponente, sino cual es el carácter político de la orientación, a que clase social beneficia. Al colocar a Alberto Fernández como candidato presidencial, Cristina se muestra condescendiente hasta con sus enemigos político más acérrimos, Clarín y la burguesía rural. Es un intento de volver a la unidad burguesa que sostuvo al gobierno de Néstor Kirchner, pero en una situación económica completamente diferente. Ya no se trata de recomponer, por medio de concesiones a las masas, el régimen de dominación patronal como en el 2003, sino de fortalecerlo para imponerle a los trabajadores y sectores populares el plan de hambre y represión. Por eso decimos: la jugada de CFK es una de las variantes del pacto antiobrero y antipopular del régimen capitalista, comandado por el FMI para descargar el saqueo y la crisis económica sobre las espaldas de la clase trabajadora y el pueblo pobre.

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La deuda pública y la cuestión nacional 

¿Y cuál es el interés general de la clase dominante? Es decir, del sector de la clase capitalista que domina el país: la oligarquía financiera mundial (bancos y monopolios industriales imperialistas), y deja en manos de su gerente, el FMI, la gestión del asunto que no es otro que exprimir al país, a la clase trabajadora, en aras de mantener el pago de la deuda pública. Este es el punto de acuerdo de todas las fracciones del capital y sus representantes políticos. Nadie saca los pies del plato. Por eso Cristina pone como garantía a Alberto Fernández y manda a Kicillof, con carnet de “pagador serial” en mano, a EEUU a tranquilizar a los que se dejen engañar por los “prejuicios ideológicos”. Por eso la dupla económica de Alberto Fernández, Nielsen-González Agis, declaran sinceramente que su prioridad será cumplir con los acreedores y el FMI.

El problema de la deuda pública no es el único, pero se vuelve a convertir en el nudo de la soga que estrangula al país y succiona el grueso de la riqueza generada por la clase trabajadora. Los gobiernos kirchneristas tuvieron la tarea de volver a poner a la Argentina en capacidad de reendeudarse; ese es el verdadero contenido del verso del “desendeudamiento”. No pudieron terminar la tarea por el obstáculo de los “fondos buitres”, pero dejaron el camino allanado para que Macri reanudara el ciclo de endeudamiento, y…vaya que lo hizo! Hoy la situación ha vuelto a poner más candente la encrucijada: O se cumple con los banqueros exprimiendo al pueblo trabajador o se rompe con el FMI y se desconoce la deuda. 

Ningún sector patronal está dispuesto a tomar semejante medida básica de independencia nacional. Sólo un gobierno de la clase trabajadora puede romper con semejante atadura como primer paso, acompañado por la nacionalización del comercio exterior y la expropiación de la tierra a la oligarquía terrateniente y a la gran burguesía rural. Solo esas medidas iniciales junto con la expropiación de los monopolios, la gran burguesía y los bancos, pueden sentar las bases de una verdadera industrialización del país. Y este programa, el único que puede terminar con la miseria, la explotación y la desocupación, sólo pueden ser impuesto por la clase trabajadora habiendo conquistado el poder. 

Las declamaciones de defensa de la soberanía, que no se basen en este programa de independencia nacional, es un nuevo “fraude electoral”, igual al que hizo Macri en 2015. Por eso decimos: ninguno de los candidatos o frentes políticos patronales va a mejorar el nivel de vida del pueblo trabajador. Sólo se disputan el cargo de aplicador del programa anti-nacional y anti-popular del FMI. 

La izquierda pequeñoburguesa no saca los pies de la democracia capitalista

En este marco, prometerle a la clase trabajadora que estos problemas se pueden resolver con proyectos parlamentarios, frentes electorales de “toda la izquierda” o por medio de una Asamblea Constituyente, como hace el Frente de Izquierda (FIT), es alimentar ese fraude electoral y sembrar ilusiones en este régimen de dictadura capitalista disfrazada de democracia. Si la situación política reaccionaria no permite, por el momento, desarrollar una lucha política abierta de la clase trabajadora para voltear al gobierno y al régimen hambreador, nada impide a un partido que se reivindica revolucionario explicar pacientemente a los trabajadores la necesidad, histórica e inmediata, de conquistar el poder político, preparando el enfrentamiento y educando en el programa marxista a la vanguardia obrera. La impaciencia pequeñoburguesa de la izquierda oportunista por ocupar cargos parlamentarios que no reflejan un ascenso de la lucha de clases sino una adaptación al régimen patronal es un obstáculo, no un puente “transicional”, en la tarea estratégica de organizar a los trabajadores más conscientes en un partido revolucionario que luche por el poder.

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