Brasil: segunda vuelta electoral. Ni Bolsonaro ni Haddad

Las recientes elecciones en Brasil que, en la primera vuelta electoral, le dieron el triunfo por amplio margen a Jair Bolsonaro, un candidato considerado de “extrema” derecha, contra el candidato (sustituto avalado por Lula) del Partido de Trabajadores (PT) Fernando Haddad por 46% a 29%, conmovió a sectores de las clases medias “progresistas” y a la izquierda que se reivindica trotskista, la que en general tiende a adaptarse ante los partidos burgueses que arrastran masas de trabajadores.  Sorprendió, porque tras 12 años de gobierno del “progresista” PT, Bolsonaro aparece como su contracara, un capitán retirado que no esconde sus posiciones reaccionarias. Y porque resultó un triunfo arrollador de Bolsonaro, lo que hasta hace poco parecía un resultado inesperado. La segunda vuelta a realizarse el 28 de octubre ha polarizado la sociedad brasileña, y cruza también la discusión de los partidos de izquierda.

El resultado de la elección refleja la descomposición del sistema político brasileño, y es el resultado de la crisis capitalista internacional que ya lleva diez años de evolución.

¿Qué sucedió tras doce años de gobiernos “progresistas” del PT para que una caterva de grandes capitalistas, militares y fanáticos religiosos estuvieran a punto de ganar en primera vuelta?

El desprestigio del PT es enorme. El huevo de la serpiente fue incubándose en sus propias narices, no en el río Jordán donde Bolsonaro se convirtió en “Messias”, sino en los asentamientos más pobres del Brasil profundo, cuando las Iglesias evangélicas tejían sus redes y levantaban los templos que, ahora, fueron fundamentales para hacer despegar la campaña del militar. Los mismos fanáticos religiosos que fueron los principales aliados de Dilma Rousseff, sobre todo cuando le entregaban el control de ministerios en el gobierno. La alianza que el PT supo articular con la Iglesia Universal del Reino de Dios llegó a su fin tras el impeachment  a Dilma.

El PT, a medida que se profundizaba la crisis, se encontró cada vez con menos margen para hacer concesiones, y recayó en la ex presidenta la aplicación del ajuste sobre los sectores populares y medios. Al asumir colocó como a Ministro de Hacienda a Joaquim Levy cuyo plan de ajuste fiscal incluía la reducción de planes sociales como el “Bolsa Familia”. Luego tuvo que retroceder y reemplazarlo por Nelson Barbosa, un funcionario del riñón del PT, vinculado a Lula. Pero el ajuste -aunque parcialmente aplicado-, la caída de los salarios y los despidos, resultó en una importante caída en el apoyo popular al gobierno, hasta apenas un 10% de aprobación.

El destape del monumental sistema de sobornos en la obra pública, conocido como Lava Jato, terminó por desgastar a todo el sistema político carioca. La crisis política, expresión de la irresoluble crisis económica del capitalismo, abrió las puertas a un “outsider”(*) a lo Trump, capaz de aglutinar el descontento con el “sistema”. El aumento de la pobreza y la desocupación, la caída del poder adquisitivo de los estratos medios y bajos, el aumento de la violencia urbana militar-policial y paraestatal, la brutal reforma laboral -de Temer-, provocaron tanto la desmoralización política de la base electoral del PT, como un profundo giro a la derecha en la clase media, lo que se vio reflejado no sólo en el triunfo claro de Bolsonaro, sino en la caída del PT (incluyendo la de la propia Dilma Rousseff). 

Mientras algunos partidos de izquierda que se reivindican trotskistas (como el PTS de Argentina) lloran porque “se ha privado al pueblo del derecho democrático” de votar a Lula, los candidatos más cercanos al dirigente preso, no consiguieron ser electos ni siquiera en los otrora bastiones electorales del PT.  

La crisis de la democracia parlamentaria es un hecho. Se repiten en los diarios las declaraciones típicamente “fascistas” de los candidatos ganadores (Bolsonaro y su vice el general retirado Mourão), favorables a la dictadura militar, el cierre del Congreso o un “autogolpe” que evite el estancamiento parlamentario, racistas, misóginas y homofóbicas, obviamente también contra la izquierda y favorables a la pena de muerte. El triunfo en la primera vuelta dio impulso a actos de violencia política contra personas identificadas con posiciones de izquierda incluyendo el asesinato del maestro de capoeira Moa do Katende. 

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Pero lo que la gran burguesía y el imperialismo necesitan ahora no es un régimen fascista, sino un gobierno con fuerte respaldo político para impulsar las reformas antiobreras que aún no se han terminado de imponer. Bolsonaro se ha pronunciado por la privatización total de Petrobras (hoy empresa mixta con mayoría estatal), y es indudable que dará continuidad con mano dura a la política de Temer contra los trabajadores y los pobres. De confirmarse su triunfo en segunda vuelta, constituirá un régimen claramente bonapartista, más sólido que el actual de Temer.

Sin embargo, bajo el gobierno de Lula se han enriquecido las grandes burguesías brasileñas y las empresas imperialistas, pusieron en el gobierno a la centro-derecha del PMDB, ahora acusado de “golpista”, y al ministro de hacienda del derechista PSDB Joaquim Levy, inauguraron la intervención de las FFAA en la represión interna con el argumento del combate al narcotráfico. Y fue bajo el gobierno de Dilma Rousseff, con el aval de Lula, que comenzó el ataque al salario, la flexibilización laboral, los despidos.  

Durante las últimas semanas previas a la reciente elección la campaña del PT sus dirigentes tuvieron como eje afirmar que Bolsonaro no representa a todo el ejército, insinuando que habría un sector “constitucionalista”, ensalzando al ministro de defensa Joaquim Silva e Luna como representante de ese sector, que vería en Haddad un mejor representante de sus intereses vinculados a Petrobras. Inclusive el propio Haddad se reunió ayer (10/10) con el comandante del Ejército Villas Boas (un general calificado por la izquierda de golpista, que se había pronunciado por el encarcelamiento de Lula). Asimismo, Haddad se ha pronunciado a favor de la reforma jubilatoria para “sanear las cuentas públicas”.

Ante esta situación, la clase trabajadora no puede votar por ninguno de los dos candidatos porque ambos van a ir contra sus intereses de clase. Ambos candidatos y sus fuerzas militantes están dispuestos a someter a la clase trabajadora a las necesidades de la burguesía y el imperialismo. Las organizaciones que afirman que Bolsonaro es el fascismo, deberían saber que al fascismo no se lo para con boletas electorales. Si de veras se toman en serio lo que dicen, deben poner en primer lugar la organización del frente único de todas las fuerzas del movimiento obrero, y como tarea principal la organización de las autodefensas obreras para enfrentar y derrotar en sus nidos a los grupos fascistas, a la vez que se preparan para enfrentar la represión de las fuerzas de seguridad del aparato estatal. Creer en “un mal menor” votando a Haddad con el argumento de que con ello se evitaría la represión, o que el PT le garantizaría la libertad de organización a la clase obrera es una ilusión, muy peligrosa, agitada por el PSTU (LIT-CI).

Mientras que el resultado electoral refleja la crisis del régimen burgués-parlamentario, de todos sus partidos y en particular del PT, algunos centristas de izquierda (PTS-PO-IS-MAS) proponen, el voto a Haddad -que busca apoyos cada vez más a la derecha-, y como si fueran una salida, más elecciones, pero…a Asamblea Constituyente (PTS). ¿Acaso esperan un resultado electoral diferente? 

Mientras la derecha se hace gárgaras fascistas y hasta arenga con fusilar a los izquierdistas, los grupos del centrismo trotskista tienen miedo de hablar de revolución socialista y milicias obreras, y pretenden que la clase obrera tome más de la amarga medicina democrático burguesa que terminan de vomitar.

LA y AB 11/10/18

(*) “Outsider”: en este caso más bien significa que no era un candidato tradicional de los grandes partidos, pero Bolsonaro fue diputado durante siete periodos parlamentarios en representación del Partido Progresista (PP) de Rio de Janeiro.

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