Alberto Fernández agita nuevamente la “unidad nacional”. Hasta hace poco la “unidad” era para “combatir a la pandemia”. Ahora, aun cuando el pico de contagios de covid-19 no ha llegado, la tarea seria “reconstruir el país”. Para esto el 9 de julio en la quinta de Olivos el gobierno montó una escena para representar su proyecto de unidad. Allí estaban los que, según el propio Fernández, levantaran al país de las ruinas. Los representantes del G-6 (las entidades de la gran burguesía incluida la Sociedad Rural), es decir, los mismos que el Frente de Todos denunciaba en la campaña electoral por fugar capitales al exterior, serian quienes van a sacarnos de la crisis económica más profunda de la historia. No faltaba, claro, un dirigente de la CGT, Héctor Daer. Este sería nuestro representante en el decorado de Olivos. Pero el mismo Alberto Fernández le agradeció en el acto a “todos los dirigentes sindicales” por bajarse los pantalones ante el avance flexibilizador de las patronales contra el salario, los puestos de trabajo. En ese reconocimiento está el carozo del asunto. La “unidad nacional” es, en realidad, el alineamiento de todo el régimen político patronal (incluida la burocracia sindical) en defensa de las ganancias y la propiedad capitalistas por sobre la vida de la clase trabajadora, como esta quedando demostrado en la misma pandemia.
Lo que se está cocinando es esa unidad para reventar a los trabajadores y el pueblo en general. De hecho, el primer punto de acuerdo es la decisión de reabrir la actividad económica a cualquier costo, cuando el pico de la pandemia está en puerta. El discurso sanitarista del peronismo ya quedo en el olvido. Incluso el kirchnerismo, que gobierna la Provincia de Buenos aires con Axel Kicillof, ya dejó atrás las disputas mediáticas con Larreta. Evidentemente Alberto Fernández los convenció de que es un gran “amigo”. En realidad nunca fue más que humo. Los trabajadores del gran Buenos Aires ya conocen perfectamente los “protocolos sanitarios” de Kicillof. Están diseñados para que las empresas sigan funcionando a cualquier costo, convirtiendo la industria en un foco de contagios para toda la población. Saben también que no se hace hisopados ni siquiera a los contactos estrechos de los casos confirmados.
Pero la pandemia, y sobre todo la cuarentena, comienza a quedar en segundo plano en el discurso político patronal, salvo para usarla como excusa de todo ataque a la clase obrera. El “acuerdo nacional” es sacrificar a los trabajadores que sean necesarios, lo que haga falta con tal de recomponer la ganancia empresaria; y a los que sobrevivan aplicarles la rebaja salarial y la reforma laboral de hecho, sobre la base de una desocupación creciente.
Y la foto del 9 de julio en Olivos no incluyó a quien realmente termina definiendo el asunto: el capital financiero imperialista. En la negociación con los grandes fondos buitres como Black Rock ya es difícil distinguir con certeza cuál será la última agachada. Las que se presentan como “ultimas” siempre guardan escondidas nuevas concesiones. Pero lo peor está por venir. Cuando se arregle con Black Rock vendrá la negociación con el FMI que está esperando con las garras afiladas para imponer su plan de ajuste como condición para otorgar “facilidades de pago”.
Cristina Kirchner intenta despegarse políticamente y critica casi explícitamente la “amistad” del presidente con Mindlin, la Sociedad Rural o el propio Larreta. Es puro humo. El kirchnerismo no tiene un plan alternativo al de Fernández. De hecho, CFK y Hebe de Bonafini se olvidan de criticar al propio Máximo Kirchner por “sentarse en la mesa” con los que “que explotan a los trabajadores” y “saquean el país”. La propia Cristina se ha sentado hasta con George Soros, Peter Munk de la Barrick Gold, y una larga lista de explotadores y saqueadores. El relato progresista no puede esconder que las fracciones políticas que se alternan en el gobierno, desde el macrismo al kirchnerismo, son representantes y defensores del capitalismo, de la explotación de la clase trabajadora por parte de los empresarios. No hay salida ni “reconstrucción” posible sin romper con toda la bandada del capital financiero mundial, desconociendo la deuda. Cristina intenta tapar un hecho evidente: si lo puso a Alberto Fernández de candidato fue justamente para acordar con Clarín y la Sociedad Rural; para cerrar las filas del régimen político patronal contra el pueblo trabajador.
Más ridículo aun suenan las discusiones sobre “con que sectores se puede impulsar el desarrollo económico nacional”. En esta rosca nadie está discutiendo ningún desarrollo. Lo que se discute es como descargar la crisis fenomenal de la economía capitalista sobre la clase trabajadora y el pueblo. La profundidad de la crisis y su extensión internacional no dejan margen para ningún proyecto de capitalismo “con rostro humano”. Dentro del marco capitalista sólo podremos esperar más hambre, despidos y represión.
Más allá de los discursos lo que la realidad deja es más miseria y el endurecimiento del aparato de represión estatal. La “vía libre” de las fuerzas policiales en la cuarentena está dejando un saldo creciente de pibes de la clase trabajadora desaparecidos o asesinados por el gatillo fácil. No es solo un problema de corrupción o “falta de formación democrática” de los policías y gendarmes. La institución estatal cumple su función al servicio del capital: disciplinar a la juventud obrera y popular para que acepte mansamente los nuevos niveles de miseria y el nulo futuro que este sistema capitalista, podrido hasta los huesos, le ofrece. Y queda nuevamente demostrado que la represión policial no es un problema del signo político del gobierno de turno, “neoliberal” o “progre-populista”. Es el Estado patronal ejerciendo la dominación de clase.
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Pero no sólo es necesaria la denuncia del acuerdo antiobrero que se teje entre el gobierno y la oposición macrista. La resistencia obrera y popular es aun parcial y de forma dispersa, allí donde el ataque es más profundo, como los cierres de empresas, despidos masivos o en sectores como el transporte de pasajeros que aun trabajando cobran la mitad del sueldo. Tanto en la clase trabajadora formal como en los barrios populares la situación económica se deteriora rápidamente. Sin embargo, la incertidumbre por la magnitud de la crisis económica y sanitaria contiene por ahora el proceso de movilización.
A nivel internacional ya se está viendo como la ola de rebeliones populares, que había sido interrumpida por la pandemia, retoma fuerza en el mismo corazón del capitalismo, EEUU. La situación mundial está cargada de giros bruscos, guerra entre potencias imperialistas y agudización de la lucha de clases. Es necesario darle una perspectiva a la lucha. En nuestro país debemos discutir un programa obrero de salida a la crisis. Los “planes de reconstrucción postpandemia” de los gobiernos capitalistas, como el de Alberto y Cristina Fernández, no son más que mayores ataques a las condiciones de vida del pueblo trabajador. No queda margen para reformar el capitalismo. Necesitamos un programa de salida opuesto al que ofrece la burguesía y sus partidos políticos, tanto “neoliberales” como “populistas-progresistas”.
Para garantizar la plena ocupación para el conjunto de la clase trabajadora, con un salario que cubra la canasta familiar (que ronda los $70 mil), que es lo más elemental que un trabajador puede pedir (tener trabajo y un salario, que sólo es digno si permite sostener en condiciones respetables a la familia), lo que hay que hacer es expropiar sin indemnización a todo el complejo oleaginoso que maneja gran parte de la riqueza del país y confiscar las ganancias de la exportación agropecuaria, menos lo necesario para garantizar la nueva siembra y un sueldo para las patronales agropecuarias. Si las patronales se resisten hay que pasar directamente a la confiscación de toda la tierra de la pampa húmeda y de las grandes haciendas y extensiones de tierras en todo el país. Con el apoyo de técnicos y especialistas, los trabajadores rurales pueden hacerse cargo perfectamente de la producción. El Estado debe establecer el monopolio del comercio exterior e interior expropiando a las grandes cadenas de distribución y comercialización. Esa es la única manera de garantiza la “soberanía alimentaria” y el control de precios que impida la especulación.
Además, hay que declarar el no pago de la deuda externa, tanto con el FMI como con los acreedores privados, y de los grandes tenedores de bonos de la deuda pública interna.
Con los dólares provenientes de las exportaciones agropecuarias y la estatización de la banca, concentrándola en un banco único, bajo el control de los trabajadores en el marco de un Estado Obrero, se puede elaborar un plan integral de producción tanto en el plano industrial -partiendo de expropiar tanto los grandes grupos de la burguesía local como imperialista-, como en el de la producción agropecuaria, para que -en un país que según se dice produce alimentos para 400 millones de personas- no falte la comida en la mesa de cada uno de los trabajadores que habitan este país.
Este es el único programa que puede salvar a los trabajadores del pozo de mayores miserias que nos espera. Pero este programa sólo lo podemos llevar adelante los trabajadores si somos capaces de construir un partido revolucionario y luchar hasta tomar el poder del Estado e instaurar un Gobierno de Trabajadores.
Excelente informe.