Brasil: La Crisis política y social sacude al régimen de Bolsonaro

La pandemia de coronavirus está tomando en Brasil grandes dimensiones, con una cantidad de muertos que va solo por detrás de EE-UU y Reino Unido. Y aunque no sea de los que tienen más mortalidad en relación a la cantidad de habitantes, los más de 34000 muertos, junto a la actitud cínica adoptada por Bolsonaro, han provocado una fuerte crisis política que se agita sobre la crisis y el drama social, en el que, a las muertes por el virus, se suma la creciente pobreza y desocupación. 

Esta misma combinación política, económica y social, dio lugar hace pocos días a una gran movilización contra la represión policial cargada de odio racista que terminó con la vida de George Floyd, en los Estados Unidos. Posiblemente las más grandes, desde las que ocurrieron contra la guerra de Vietnam. La repercusión de ellas en Brasil, fue acotada, pero sintomáticas de un malestar social creciente. 

Las contradicciones entre la línea de Bolsonaro que minimiza el virus como una “gripezinha”, despotrica contra medidas de aislamiento social y exige la inmediata vuelta «a la normalidad», y la que propiciaba una cuarentena más rigurosa del ministro de salud Henrique Mandetta, abrió una crisis política que causó la renuncia del segundo y a los pocos días la de su reemplazante Nelson Teich (un amigo de Bolsonaro), cuyo lugar vacante fue ocupado finalmente por un militar.  

Después de recibir una serie de ataques a través de los medios de comunicación (no solo del opositor Folha de Sao Paulo, sino también del derechista O Globo, que apoyó abiertamente a la dictadura militar), como las denuncias contra su hijo que detonaron la renuncia del juez Sergio Moro (el mismo que metió en la cárcel a Luiz Inázio Lula da Silva), ahora Bolsonaro ha montado una contraofensiva contra los gobernadores de Rio de Janeiro Wilson Witzel y de San Pablo, Joao Doria, a pesar de que ambos habían apoyado en su momento, su candidatura a presidente.  

Evidentemente detrás de las diferencias sanitarias sobre la gravedad de la pandemia, se desarrolla una crisis más profunda, expresada, tanto en la renuncia del ministro Moro -hombre de estrechas vinculaciones con EE-UU- y en las divisiones en el seno de las FFAA, determinada por una fuerte pulseada entre los que pugnan hacia una alianza más profunda con EE-UU, en contra de los que sostienen la integración al BRICS (sobre todo por las relaciones comerciales con China), y empujan hacia la relación privilegiada con la Unión Europea.   

Este forcejeo de intereses económicos cruza tanto a la burguesía industrial paulista, como al sector burgués de los agronegocios. Como manifestación del tironeo de esos intereses está, por un lado, la firma del preacuerdo del tratado de libre comercio con la Unión Europea, y por otro, la invitación de Trump a Bolsonaro para que participe de la cumbre del G7, que se realizara en EE-UU. Es interesante ver que la invitación a Bolsonaro es parte de una maniobra más amplia de Trump, ya que también invitó a Rusia, India y Corea del Sur, como una manera de resquebrajar el BRICS y aislar a China.  

La pugna de intereses entre EE-UU y la UE también se expresa en el ámbito militar, al publicar Follha de Sao Paulo un documento interno del Ministerio de Defensa brasileño (Escenarios de Defensa 2040) en el cual, además de pronosticar posibles enfrentamientos de Brasil con Venezuela y Bolivia, sus altos mandos militares barajaban como escenario una alineación automática con EE-UU y a Francia como la principal amenaza militar en el futuro.  

El gobierno de Bolsonaro atraviesa por una crisis y está envuelto en una serie de escándalos con denuncias judiciales incluidas, lo que dio lugar a que tanto en tribunales como en el parlamento se hayan solicitado medidas de inhabilitación del actual presidente, lo que se sustanciará en próximos meses. Pero, a pesar de ello, ninguno de los tres partidos principales, ni el PSDB, ni MDB y PT pretenden avanzar con el impeachment, dado que en el parlamento no tienen los votos necesarios para llegar a una destitución. 

Es que Bolsonaro tienen el apoyo de Trump, al cual parece que pretende parecerse en una versión más patética, si ello fuera posible. Otro apoyo fundamental son los militares, 70 de los cuales alcanzaron el parlamento en las listas electorales. Cinco de los nueve ministros militares son generales del Ejército, dos ya retirados. Además, es general también el vicepresidente Hamilton Mourão. Los militares, ocupan cerca de 3000 puestos en el gobierno.  

También cuenta con el apoyo de los miles de pastores que militaron la campaña electoral, produciendo el “milagro” del abrupto ascenso al poder de Bolsonaro. Las iglesias evangélicas que actúan cada vez más en el plano político, tienen la quinta parte de los diputados, gran capacidad en medios de difusión, y una penetración en las barriadas populares que no logra ningún partido. Este es otro apoyo muy importante para Bolsonaro. A partir de él ha logrado apoyo en sectores populares, que antes eran base del PT, afianzado por nuevos planes sociales y por los vínculos de contención social, que logró construir a través de esas iglesias. A lo que se suma la actual ayuda oficial de emergencia por la pandemia, de 600 reales (110 dólares) mensuales por tres meses a los trabajadores informales y desempleados.  

Además, Bolsonaro sigue manteniendo un fuerte apoyo en la clase media y en sectores de la “aristocracia” obrera. Por ahora el principal nivel de rechazo al gobierno reside en el sector de los profesionales liberales y de los estudiantes universitarios. La clase trabajadora y el pueblo pobre están políticamente desorientados, y los principales responsables de esto son el PT (una parte de la clase obrera que sigue siendo petista, pero en crisis con el PT) y las diferentes burocracias sindicales. Aunque mientras terminamos este artículo se empiezan a ver movilizaciones en contra del presidente, son movimientos muy incipientes. 

Sin embargo, estos apoyos no son tan sólidos, ni uniformes, ni estables. La popularidad de Bolsonaro cayó a 25% en la última encuesta, publicada el 20 de mayo. Las disputas que se presentan en la superestructura: en los medios de comunicación, en la justicia burguesa, en los cuadros del ejército, entre los partidos de la burguesía, en el mismo (ex) partido de Bolsonaro PSL, incluso en el gabinete de gobierno, en realidad lo que están expresando divisiones en la misma clase dominante.  

Bolsonaro y sus generales se graduaron en los primeros años de la década del 70, período más intenso de torturas, asesinatos y desapariciones políticas de la dictadura militar. Allí parecen haber consolidado sus convicciones fascistas. También fueron los años del “milagro brasileño”, de crecimiento económico cercano a 10% anual. Y eso genera contradicciones y divisiones entre el sector militar vinculado a la burguesía paulista, y al desarrollismo industrial, con el ala que junto a Bolsonaro se inclina decididamente ante la línea imperialista de Donald Trump. 

Pero la clave de toda la situación está en que la burguesía no parece llegar a un acuerdo sobre cómo seguir y con la crisis económica mundial que la pandemia puso al rojo vivo, emerge al primer plano la división que mantiene la burguesía brasileña, y la lucha por determinar cuál sector va a imponerse en el nuevo ordenamiento productivo y estructural de la economía, que se ha trastocado aún más a partir de la pandemia.  

Mientras las distintas fracciones de la burguesía a través de sus representantes políticos y militares disputan una porción de las ganancias que extraen de la explotación de los trabajadores, entre estos y los pobres, la pandemia en Brasil hace estragos, con 34.000 fallecimientos, a un ritmo de casi 1500 diarios (5/6).  

Las consecuencias económicas y sociales para la clase obrera y el pueblo pobre por la crisis son muy graves. Además de las suspensiones y recortes de salarios, solo en abril se perdieron 860 mil puestos de trabajo registrados, sin contemplar a todo el sector informal que representa el 45% de la fuerza de trabajo. La tasa de desempleo aumentó a 12,6% durante el trimestre terminado en abril. Las proyecciones hablan de una tasa del desempleo que rondará entre el 16% y el 25% hacia fines del 2020 y una caída del PBI que tendrá un piso del 6% (fuente: la política online) 

Las divisiones en la burguesía  

Si bien la economía de EE-UU sigue siendo la más importante del mundo, su lenta decadencia a partir de la década del 70, permitió que otros imperialismos u otras potencias regionales fueran ocupando ese espacio en el mercado mundial. Particularmente en América Latina fueron creciendo las inversiones europeas. 

La primera visita presidencial a Brasil cuando Lula inició su primer mandato fue Chávez con quien Lula discutió planes de integración energética. Pero en cambio su segundo mandato fue inaugurado con la visita de George Bush. Lula podía estar bien con “dios” y con “el diablo” si había negocios de por medio. Bush prometía inversiones en la producción de combustibles de bioetanol. Las multinacionales yanquis, las más grandes exportadoras de granos y cereales como Cargill también son parte del negocio agropecuario.    

Por otra parte, con la firma de la Asociación Estratégica en 2007, las relaciones Brasil-Unión Europea alcanzaron un nuevo nivel, aún más importante. 

Y paralelamente a las inversiones imperialistas, y con ellas las disputas por arrastrar al gobierno del PT a una órbita u otra de influencia, hubo un margen para un cierto desarrollo relativamente autónomo, de un sector de la burguesía industrial.  

Es que en la etapa “neoliberal” de Fernando Henrique Cardoso, no fueron tan a fondo, como sí lo hizo por ejemplo en Argentina, el menemismo, donde el estado se desprendió prácticamente de todo y privatizó hasta el agua de los floreros.  

Partiendo de esa base, el gobierno de Lula pudo implementar una política de desarrollo industrial, apoyando desde el Estado a la burguesía paulista, que asociada al capital financiero principalmente europeo, se expandieron regionalmente llegando a ser las grandes “multinacionales brasileñas”, los llamados “campeones” de la industria. La burguesía paulista, con subsidios desde el propio Estado y préstamos a través del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), logró un importante peso regional, hasta llegó a exportar capitales (en Argentina: la minera Vale, la acería Gerdau, la empresa de frigoríficos JBS). Con el apoyo de esa fuerte burguesía el gobierno de Lula alcanzó una relativa autonomía del imperialismo yanki en su política exterior, que se concreta en su oposición al ALCA y en su ingreso al BRICS.  

Esta idea de Lula de convertir a Brasil en la potencia industrial de la región corría paralelamente al fuerte y vertiginoso desarrollo de los agronegocios, cuando ambos chocaron con la crisis mundial del 2008 y con una gran caída de los precios de los commodities. La última parte del gobierno de Lula y más claramente a partir del gobierno de Dilma (2010/11) el PT empezó a implementar políticas de ajuste, el famoso “giro neoliberal” del PT.  

Durante el gobierno de Dilma, a medida que se profundizaba la crisis, se encontró cada vez con menos margen para hacer concesiones, y aplicó un fuerte ajuste sobre los sectores populares y medios. Al asumir su segundo mandato (2015) colocó como Ministro de Hacienda a Joaquim Levy cuyo plan de ajuste fiscal incluía la reducción de planes sociales como el “Bolsa Familia”, la caída de los salarios y los despidos, lo cual resultó en una importante caída en el apoyo popular al gobierno, hasta llegar a apenas un 10% de aprobación. 

También a fines del gobierno de Lula, y a partir del gobierno de Dilma, el capital imperialista yanki empezó a recuperar el terreno perdido, y también aumentaron las inversiones de China, principalmente en el sector de los agronegocios y petrolero. Toda la operación “Lava Jato” que se hizo contra la empresa Odebrecht, fue un claro ataque del imperialismo yanky, para desarticular a la competencia europea y china en América del Sur. 

Por otra parte, los distintos sectores de la burguesía coincidían en la necesidad de realizar las reformas laborales y fiscales para hacerse más competitiva en la nueva etapa de la economía mundial. Si bien el PT venía aplicando algunas medidas de ajuste, no eran suficientes para las patronales. Necesitaban un gobierno fuerte que no titubeara, fue por eso que hicieron el impeachment contra Dilma. Entonces asume Temer, transitoriamente hasta las próximas elecciones, pero con poco consenso dentro del conjunto de burguesía. De cualquier manera, empiezan más a fondo las medidas de ajuste y proimperialistas.  

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“La llegada de Michel Temer a la presidencia de Brasil, tras el golpe institucional a Dilma, inició un proceso de retroceso en las aspiraciones autonomistas brasileñas. En 2016, el Congreso le sacó a la estatal Petrobras el monopolio sobre las reservas del Presal, habilitando el ingreso de petroleras extranjeras para la explotación del área. En lo relativo al desarrollo tecnológico para la defensa comenzaron a visualizarse similares movimientos (La potencia perdida, Carlos de la Vega, La Nación) 

Pierde peso la industria mientras los agronegocios se fortalecen  

En medio de la crisis económica mundial la burguesía industrial perdía terreno dentro de la estructura productiva, mientras que la burguesía de los agronegocios empezó a ganarlo, porque a pesar de que los precios de los commodities cayeron mucho, el mercado chino seguía abierto para todo lo que el campo brasileño pudiera producir. 

Solo en esta crisis actual por el coronavirus: “según los datos oficiales, los sectores que más despidieron fueron comercio y reparación de vehículos (-342 mil), servicios (-280 mil) e industria (-127 mil). Por el contrario, el agronegocio creó 10 mil vacantes (Política online)  

“Al respecto, datos oficiales del IBGE indican que, en el primer trimestre de este año, el PIB brasileño continuó con signo negativo, al bajar 0,4 por ciento en términos interanuales, pero el agro fue el único sector que exhibió saldo positivo, con un crecimiento del 15,2 por ciento.”  (Alfredo Zaiat Página/12

El sector exportador agrícola (la llamada Republica de la Soja), en los últimos años ha incrementado de manera impresionante su producción de soja y maíz. Su producción crece más todavía por la guerra comercial entre EE UU y China, suplantando la producción agrícola estadounidense.   

El saldo de la balanza comercial de Brasil con China es superavitario, pero las exportaciones están constituidas exclusivamente de productos primarios.  

El organismo brasileño señala que las exportaciones brasileñas a China crecieron un 4,3% en el trimestre en relación con el mismo período del año anterior, principalmente debido a las mayores ventas de carne de res y cerdo, mineral de hierro, soja y algodón. China sigue siendo el principal destino de las exportaciones brasileñas, seguido de los Estados Unidos, Argentina, los Países Bajos y Singapur (https://aduananews.com/blog/La-balanza-comercial-brasile%C3%B1a-tiene-un-super%C3%A1vit-de-4700-millones-de-d%C3%B3lares-en-marzo) 

El problema es que China mientras compraba granos, cereales y otros productos derivados de los agronegocios, también obligaba (y obliga) a comprar sus productos industriales, que repercuten en el mercado interno debilitando la estructura productiva de la burguesía industrial. Esto ya generaba cortocircuitos en el gobierno del PT, por eso la exigencia de hacer reformas laborales para ganar competitividad, pero competir con los productos industriales made in China es prácticamente imposible para cualquier burguesía.  

En los últimos años, de hecho, el país está cambiando su matriz productiva, ligándola a las exportaciones agrícolas. Ello está provocando sigilosas alteraciones en las relaciones de poder: el eje parece estar moviéndose, desde los centros tradicionales, hacia la llamada República de la Sojauna extensa zona de cultivo, equivalente a la superficie de Gran Bretaña”. (China, el terror de la industria regional) 

O sea que estamos hablando de una gran burguesía agropecuaria, con estrechos vínculos con el capital financiero globalizado, que a pesar de la crisis sigue en ascenso, impulsando el avance de la frontera agrícola, en los estados del sur y oeste, y recientemente en los estados del nordeste, con tremendas consecuencias para la selva Amazónica. Buena parte de los incendios que se produjeron el año pasado tiene que ver con el crecimiento de la desforestación con fines agropecuarios. 

“…la superficie cultivable brasileña se expandirá en los próximos 25 años, creciendo de 56 millones de hectáreas (M ha) en 2010 a 92 M ha en 2030 y 114 M ha en 2050. El sector agrícola de Brasil es uno de los más grandes y más dinámicos del mundo, generando un crecimiento anual promedio de 3,4 % durante las últimas dos décadas” (Informe Semanal de la Bolsa de Comercio de Rosario del 15 de febrero del 2019) 

Bolsonaro se encolumna con Trump 

Lo que vemos desde el 2019 es un presidente que arbitra (“bonapartea”) entre los diferentes sectores de la burguesía brasilera, eso se expresa cuando el vice que también es un militar (RE) Hamilton Mourao le recrimina que “no sabe decir que no”. Mantiene un neoliberal como ministro de economía, Guedes, pero también dentro de su gabinete tiene sectores “neodesarrollistas” por ejemplo al general (RE) Braga Netto. Es decir, un sector que pretende desarrollar los vínculos con el capital globalizado y los agronegocios y otro que es un remanente del sector desarrollista, que pretende seguir manteniendo una estructura de industria nacional.   

Recientemente hemos observado (además de los carpetazos por corrupción) estas tensiones entre ambos sectores de poder, en dos cuestiones: por un lado el caso de Embraer y por otro el programa PRO Brasil.  

Cuando ya parecía que estaba cerrado el negocio de la venta de la fábrica de aviones a la Boeing, este negocio se cayó. Supuestamente se le echó la culpa a la crisis de industria de fabricación de aviones producto de la pandemia que tal vez haya influido un poco, pero en todo caso le vino como “anillo al dedo” al sector nacionalista del ejército que se oponía a su venta desde el principio.  

El fabricante brasileño de aeronaves es una empresa privada, pero es considerada “estratégica” por los militares. De hecho, el Estado brasileño mantiene en ella la llamada “acción de oro”, que le da poder de veto en las decisiones. Así, el entendimiento requiere el aval del Gobierno brasileño para seguir adelante, una decisión que pone en posible colisión la vocación proestadounidense y pronegocios de la administración brasileña y la visión nacionalista de parte de las Fuerzas Armadas. (Ámbito: Bolsonaro, entre EE.UU. y militares: duda por venta de Embraer a Boeing 08 enero 2019) 

Con el programa de trabajo Pro Brasil también se produjeron chispazos. Este programa es impulsado por el ala desarrollista de Braga Netto (jefe de gabinete), al cual el sector de Guedes se opuso.   

El liberalismo a ultranza de Guedes nunca terminó de cerrarles a los militares y, dada la dependencia creciente que Bolsonaro tiene de ellos, salen a pasar la factura. Los militares, en tanto tienen su propio programa: el Pro-Brasil, articulado por el jefe de Gabinete, general Walter Braga Netto, que apunta, al estilo del viejo desarrollismo, a la realización de grandes obras de infraestructura. Guedes lo resiste y se sienta sobre la caja que debería financiarlo, pero los militares dan pelea, conscientes del escaso margen de Bolsonaro para pronunciar la palabra “no” (Marcelo Falak, La Nación “Los militares cuestionan a Guedes y agravan la crisis de Bolsonaro” 20 mayo 2020) 

La burguesía paulista tampoco es un todo homogéneo: hay sectores de esta misma que también están por una apertura globalizadora, porque a pesar su relativa autonomía, jamás dejaron de ser una burguesía subsidiaria del imperialismo. En cambio, otro sector, ante la avanzada de productos industriales chinos, además de reclamar una reforma laboral, pugnan por establecer tratados bilaterales con diferentes países con los cuales exista una competencia más simétrica, por ejemplo, el tradicional mercado norteamericano.  

“Hay un claro proceso de desindustrialización ocurriendo en Brasil», el profesor Masiero estima que aunque China haya desplazado a EE.UU. como socio económico de Brasil, el intercambio con Washington es más balanceado: afirmó el profesor Gilmar Masiero, de la Escuela de Negocios y Economía de la Universidad de Sao Paulo. Claro que ellos también compran materias primas de Brasil. Pero también tenemos intercambio de productos manufacturados que es bueno para la economía brasileña” 

Pero a este plan, que parecía tener una cierta consistencia, se le interpuso la llegada de Trump a la presidencia de EE-UU, poniendo barreras arancelarias a la importación de productos industriales, y por otro lado una burguesía vinculada a los agronegocios la cual efectivamente prospera en los negocios con China, lo cual a su vez obliga a comprar más productos industriales de China, que minan el mercado interno, complicando la existencia misma de la burguesía industrial Paulista. 

Entonces lo que se presenta es una disputa entre las distintas fracciones de la burguesía brasileña y de otros tantos sectores del capital imperialista y en el medio las relaciones con China. Estas disputas se expresan en un gobierno de Bolsonaro orientado directamente a subordinarse a EEUU, con un ala representada por Guedes que responde al capital financiero global, y otra la de Braga Netto (jefe de gabinete), que representa más bien a los intereses de la burguesía nacional paulista y de la burguesía rural.  

No importa como resulte la ecuación final, o cual fracción o sector burgués logre imponerse, ninguna va a beneficiar a los trabajadores y el pueblo pobre de Brasil. Ese supuesto plan PRO Brasil, propone un sueldo de menos de 100 dólares mensuales, prácticamente una vuelta a los tiempos de la esclavitud. O sea que, para los trabajadores, optar por uno u otro sector burgués será como elegir el sartén o el fuego de la hornalla.  

Por eso la tarea más importante y urgente de la vanguardia de la clase trabajadora tiene que construir un partido revolucionario que luche por un gobierno de los trabajadores que expropie al imperialismo y a las patronales. Que de una vez por todas logre sacarse esa loza de encima que es el PT y las diferentes organizaciones reformistas y centristas, que con el argumento del mal menor capitulan a un sector de la burguesía, como cuando llamaron a votar en segunda vuelta por Haddad.  Desde nuestro punto de vista ese tiene que ser el parte aguas. Para que sea revolucionario el partido de la clase obrera debe ser independiente de todos los sectores de la burguesía y el imperialismo. Al mismo tiempo, no se puede descartar un golpe de estado militar, dado el cruce de intereses y la inestabilidad política del régimen de Bolsonaro. Para derrotar el golpe no sirve un frente “democrático” con los partidos burgueses, sino preparar las condiciones para una huelga general y la organización de piquetes de autodefensa. 

Remo 6/6/2020 

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