Si algo caracteriza al país más pobre del hemisferio occidental es la extensión en el tiempo de la inestabilidad política, la corrupción endémica y niveles de miseria “africanos”. Desde la caída de la dictadura nepótica de los Duvalier en 1986 no ha habido más que revueltas populares, golpes de estado e injerencia militar extranjera.
Las movilizaciones populares que llevan meses han acorralado al gobierno de Jovenel Moïse, un empresario bananero que llegó al poder como un “outsider” de la política en unas elecciones fraudulentas que debieron repetirse, también fraudulentamente en 2016.
Desde su asunción y hasta la fecha ha sorteado huelgas generales, bloqueos que han paralizado al país por días, innumerables manifestaciones y una insurrección popular en julio de 2018. No obstante, gracias a su estrechísima vinculación con el imperialismo norteamericano, Moïse no ha caído.
El origen de las actuales manifestaciones, que de a ratos toma el cariz de una guerra civil, es la política del Fondo Monetario Internacional, de elevar el precio de los combustibles (tal como había exigido en Ecuador). El aumento del 50% del precio de la gasolina disparó la reacción popular. Más de un millón y medio de personas en las calles forzaron la renuncia del hasta entonces primer ministro Jack Guy Lafontant. Desde entonces, el régimen semiparlamentario haitiano se encuentra paralizado, ya que ningún candidato a la primera magistratura ha sido autorizado por el congreso, dejando al Presidente Moïse gobernando discrecionalmente.
Todos los indicadores sociales se han precipitado desde su llegada al poder a causa del incremento del precio de los combustibles, aumento recomendado por el FMI que exigió la quita de subsidios y, como no podía ser de otra manera, las famosas “reformas estructurales”.
El aumento de los combustibles encareció sus derivados para la producción de fertilizantes, así como la irrigación de los suelos y el transporte de alimentos. Hay que recordar que Haití así como muchas de las naciones del caribe, importan prácticamente todos los alimentos, lo que explica el aumento de casi un 50 % en los precios.
Este encarecimiento ejerce sus efectos más nocivos dado que (según Unicef) el 65% de la población haitiana vive en la pobreza, la tasa de desempleo llega al 80 % y más del 90 % de la población tiene restringido el acceso a la salud.
El Partido Haitiano Tèt Kale (PHTK), actualmente en el gobierno de la mano de Moïse, representa a un sector de la burguesía haitiana completamente consustanciado con el Fondo Monetario. Es una burguesía completamente subordinada a las decisiones que se toman en el extranjero y depende de la buena voluntad de los gobiernos imperialistas de EE.UU así como de las ONG`s que solventan programas de ayuda al país.
Mientras tanto, el Fondo Monetario actúa como un sicario que sigue disparando a su víctima aún después de muerta. Así, a cambio de un préstamo de algo más de 200 millones, le exigió a las autoridades la quita de subsidios y el aumento consiguiente del precio del kerosene, fundamental para la vida de subsistencia del pueblo haitiano, y la privatización de Electricité d’Haïti, una de las pocas empresas todavía en manos del Estado.
Peor aún, el mismo organismo recomendó hace dos décadas la reducción de impuestos al arroz yanqui (de hecho bajó del 55% al 3%). Como resultado, los haitianos dejaron de producir arroz para tener que comprarlo a EE.UU. Esto llevó más ruina y miseria a los agricultores, dado que el país más pobre de Occidente compra el grano al país más rico, que incluso tiene subsidiada su producción agraria.
Comer Tierra
El terremoto que azotó a Haití en 2010 y que produjo 300.000 muertes, y derribó miles de casas, dejó a más de 3 millones de haitianos en la calle, donde deambulan en busca de alimento, revolviendo basura.
La situación de hambre permanente, o la amenaza siempre presente de padecerla, llevó a la población a “alimentarse” de barro. Desde la ciudad central de Hinche, la tierra es transportada por comerciantes, al mercado de Les Salines y Fort Dimanche (dos barrios pobrísimos de la capital Puerto Príncipe). Allí, mezclan la tierra con sal y aceite y la dejan cocer al sol, para luego venderlas en las calles. La malnutrición, los parásitos y las toxinas completan el cuadro que enmarca los permanentes levantamientos de la población contra el régimen.
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Aunque su descrédito viene desde hace varios años, los levantamientos contra Jovenel Moïse llevan más de dos meses ininterrumpidos. La represión ordenada por el ejecutivo lleva más de 77 manifestantes asesinados por las fuerzas represivas en lo que va del año, no obstante las movilizaciones se mantienen.
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Moïse, por ahora, es el garante de las reformas que el imperialismo le reclama, como modificaciones constitucionales, aduaneras y energéticas. Para ello se vale de la intervención militar garantizada por la ONU desde hace casi 14 años por la infame Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (Minustah, por su sigla en francés). De hecho una de las manifestaciones se dio en la puerta del cuartel general de la ONU, por el apoyo que todavía brindan a Moïse. Recordemos que los “cascos azules” (incluídos militares argentinos y brasileros enviados en su momento a ese país por los gobiernos de Kirchner y Lula) han sido acusados de múltiples vejaciones y violaciones contra mujeres en el país caribeño.
Fracciones burguesas se disputan el poder
Frente al Tèt Kale (el partido liberal de gobierno), se halla la oposición conservadora de “Alternativa Consensual” para la Refundación de Haití, cuyo referente el abogado André Michel, ha planteado la necesidad de formular una nueva Constitución así como un llamado a elecciones, una reforma judicial y juicios por malversación de fondos públicos, por medio de un gobierno de transición una vez haya renunciado Moïse. La “transición ordenada” estaría a cargo de un juez de la Corte de Casación junto con un primer ministro nombrado desde las filas del conservador “Sector Democrático y Popular”. Es una variante que el imperialismo está evaluando porque en los hechos es un mero recambio de figuras que dejaría intacto el sistema económico, político y social que el FMI, el imperialismo yanqui, francés y canadiense, así como la burguesía vernácula lumpenizada, han impuesto al país. Muchos de los integrantes de este espacio opositor han sido en el pasado funcionarios del gobierno y parte del sistema político tradicional.
No obstante, el imperialismo desconfía de cualquier intento de transición, dado que la magnitud de la crisis del régimen impide controlar el proceso y su dinámica es difícil de prever.
Por eso se empecina en sostener a Moïse, ya que ha garantizado servilmente el saqueo del país: la política de permisos totales a la explotación minera por parte del imperialismo canadiense, la garantía al FMI de continuar con la privatización de las últimas empresas estatales, los salarios miserables de las maquiladoras textiles, la apertura económica a productos alimenticios de pésima calidad yanquis y la ruina agrícola autoinducida, etc.
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El régimen debería haber llamado a elecciones en octubre, pero la crisis profunda y la deslegitimidad política de la oposición hicieron que ni siquiera fuera sopesada por el oficialismo y la oposición conservadora.
De esta manera y al calor de la crisis ha surgido un tercer sector político denominado “Foro Patriótico”. Conformado por más de 60 organizaciones, entre movimientos sociales campesinos y urbanos, partidos de izquierda, sindicatos, y una heterogénea coalición de demócratas y progresistas, piden la renuncia de Moïse y una “transición de ruptura para una reforma profunda del sistema político y económico”.
El programa del Foro Patriótico incluye el llamado a una Asamblea Constituyente. Sostienen la necesidad de “cambiar la estructura política del país y reorientarlo hacia otros objetivos”, aunque no se indica cuáles ni cómo.
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Haití es una nación empobrecida. La burguesía terrateniente exportadora de materias primas se turna en el poder con la burguesía importadora o propietaria de maquilas, aunque ambas fracciones se han adentrado también en los negocios narcos y en el armado de “gangs”, bandas criminales armadas a su servicio.
Queda claro que ningún proyecto de desarrollo puede venir de la mano de cualquier variante burguesa, completamente subsumidas al capital extranjero y a las potencias imperialistas. Han hecho colapsar a la economía y a la sociedad, y son incapaces siquiera de esbozar un futuro para el 90 % de la población. En Haití reina el capitalismo sin mediaciones, el sueño librecambista de los Milei´s y compañía.
La clase obrera haitiana, junto a los campesinos y los sectores urbanos empobrecidos, deberán superar en el transcurso de la lucha los programas políticos que le pongan por delante, hasta que puedan organizarse de manera independiente.
Luciano Andrade