Libertarios, Alt Right y los osos de Grafton

En las redes sociales se suelen sobrerrepresentar tendencias que, aunque minoritarias, no dejan de ser peligrosas. Un conjunto de think tanks elaboran el material, y un puñado de “influencers” los esparcen entre millones de seguidores. 

Un joven de 14 años comparte un video donde se promueve la aniquilación física de un delegado de fábrica. Otro grupo de jóvenes, amparados en cuentas anónimas exigen que se encarcele a sindicalistas y destruir los sindicatos.  Otro grupo de “activistas” de las redes asume como propia la idea de quitar el derecho al voto de todo aquél que reciba un subsidio por parte del Estado cuando la miseria y la indigencia alcanzan índices africanos. Una chica, de no más de 25 años, comparte un video donde una aplanadora pagada por Kicillof, arrolla una casilla de gente extremadamente pobre. El subtítulo del video es: “les traigo porno”. ¿qué tipo de placer puede causar ver semejante sufrimiento humano, ver un techo destruido?

Obviamente no son expresiones mayoritarias, pero ahí están. Un sector de la sociedad abiertamente racista, que lleva adelante una guerra de clases silenciosa, que se parapeta en los guetos de los ricos, pero que lo traspasa. Un pibe de Once, otro de Berazategui, un rosarino de zona sur, un laburante del gran Córdoba. Existe una rata subterránea que se desplaza agazapada por las cloacas de la reacción. Cuando la clase obrera organice sus piquetes de autodefensa escarmentarán a esta basura social de aspirantes a fascistas.

Desde hace un lustro, aproximadamente, un movimiento comenzó a aparecer lentamente en las redes sociales de la mano de economistas mediáticos e “influencers” de la red Youtube. Si bien el liberalismo argentino tiene como referentes históricos a sujetos como Benegas Lynch (padre) y Cachanovsky, etc., siempre fue un espacio político marginal en el derrotero político argentino, esto es nunca lograron ser una fuerza de masas, aunque en algunos momentos impusieron sus “ideas” por la fuerza: tal es el caso de Martínez de Hoz, ministro de economía de la última dictadura cívico-militar.

Tras la implosión del modelo de convertibilidad y su consecuente ostracismo político han comenzado a aparecer al punto de ser ubicuos en programas de televisión, radio y redes sociales.

Una versión 2.0 – ahora autoproclamada “libertaria” – del anquilosado liberalismo criollo, está llegando a una generación de jóvenes de la mano de economistas que de tan excéntricos rozan lo circense, como son los casos de Javier Milei y José Luis Espert. Vinculados, grosso modo, a la escuela austríaca, se referencian en Von Misses y Frederic Hayek. Resumidamente, entre sus recomendaciones se encuentran la eliminación de impuestos, la reducción de los presupuestos públicos y la baja de salarios, el despido de miles de trabajadores públicos, la represión de los sindicatos y la privatización de absolutamente todos los servicios. Es conocido que Von Misses consideraba al fascista Mussolini como el salvador de la cultura europea frente al bolchevismo, así como Hayek fue un confeso admirador de los dictadores Pinochet (Chile) y Salazar (Portugal) y partidario del apartheid en Sudáfrica. De hecho, en 1981 declaró ante el periódico chileno El Mercurio que “a veces es necesario que un país tenga, por un tiempo, una u otra forma de poder dictatorial”, y que “preferiría sacrificar temporariamente la democracia cuando no pudiera garantizar la libertad” (de los mercados).

Como parte de un universo heterogéneo donde las contradicciones en su interior son significativas, encontramos un sustrato común en sus posiciones: el rechazo a cualquier tipo de intervención estatal sea en el ámbito de la economía o de la legislación social, al que tildarán inexorablemente de socialista o comunista; la eliminación de impuestos como solución a todos los problemas económicos; una velada xenofobia por el rechazo que genera la inmigración, sobre todo la que no se corresponde con los valores occidentales y cristianos, así como una misoginia exacerbada y la oposición a los derechos de la comunidad LGTB. Si en los Estados Unidos se los suele ver armados y marchando junto a neonazis, en Argentina sucede algo similar en las manifestaciones “provida” contra el aborto, donde coinciden con las iglesias evangélicas y los sectores reaccionarios de Gómez Centurión y el nazi Biondini. También se los ha visto concentrar contra las medidas sanitarias debido al Covid-19, compartiendo el espacio con los sectores “antivacunas” durante una quema de barbijos.

Evidentemente esta reacción de derecha liberal ha sido engrosada por los desencantados del macrismo tras su fracaso económico y electoral, llegando incluso a acusar a la anterior administración de “socialista”. 

Por supuesto, se trata de un movimiento muy heterogéneo que incluye a conservadores, libertarios, paleoconservadores, reaccionarios de todo tipo, liberales, minarquistas y anarcocapitalistas. Una “nueva derecha” que sabe interpelar a un sector de la juventud y que por lo tanto ha mejorado notablemente su manera de comunicar, que se autopercibe como “antisistema”, y que se referencia en Trump y Bolsonaro.

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Enzo Traverso en un ensayo reciente sobre el fenómeno de las nuevas derechas, acuñó el concepto transitorio de posfacismo para referirse a ellas. Esto es, no es fascismo (que, según Traverso, es un fenómeno histórico circunscripto al siglo XX), pero no está desconectado de ese pasado, de esa herencia. De esta manera esboza una tesis en la que sostiene que “el surgimiento del posfacismo y de las nuevas derechas es, primero, la expresión de una crisis del modelo neoliberal como modelo global de dominación que surgió desde el final del siglo XX y que domina desde hace 30 años. Este modelo atraviesa ahora un momento de crisis y las nuevas derechas, que son una de las expresiones más evidentes de esa crisis, dibujan una salida a la derecha de esta crisis”.

Otros analistas, utilizan conceptos como “populismo de derecha radical”, “extrema derecha”, “nacional-populismo”, etc. Más allá de la terminología que se utilice, encontramos diferencias en estas formaciones (cada una con sus particularismos).  En Europa, tienen como común denominador un marcado nacionalismo, la voluntad de recuperar la “soberanía nacional” (como queda demostrado en su rechazo al control por parte de Bruselas), su profundo anti-islamismo, la lucha contra la inmigración y el desprecio contra lo que consideran la “dictadura de la corrección política” (rechazando el derecho de las minorías, de las mujeres y de la comunidad homosexual). Pero difieren, por ejemplo, en términos geopolíticos: Salvini (Italia) y Le Pen (Francia) son admiradores de Putin (Rusia), mientras que las derechas de Polonia y los Países Bálticos ven a Rusia como principal enemigo. Así también, desde el punto de vista económico, hay derechas que defienden un ultraliberalismo como Bolsonaro en Brasil, o los españoles de Vox y los portugueses de Chega; y derechas que defienden un “estado de bienestar” para la clase obrera blanca como Le Pen. Hasta híbridos como Trump con una mezcla de liberalismo (recordemos que disminuyó los impuestos a los multimillonarios mientras que aumentó en proporción los de las clases medias), proteccionismo (véase la imposición de aranceles y guerra comercial) y nacionalismo. 

La derecha vernácula argentina no está exenta de estas contradicciones. No obstante, los autodenominados libertarios, admiradores de Trump y Bolsonaro, tienen muchos rasgos en común con lo que venimos describiendo. Profundamente reaccionarios en términos de derechos sociales y vehementes partidarios de la más absoluta liberalización económica, rechazan los derechos laborales y los sindicatos con tanto o más énfasis que su defensa del “derecho humano” a la propiedad privada capitalista. No es raro entonces, que, en las redes en tono de burla, los hayan llamado “nazis que no quieren pagar impuestos”.

EE.UU., el malestar en el Capitalismo y la alt right

Cuando estalló la crisis de Lehmann Brothers en 2007/08 y se inició la gran recesión, el panorama de muchos jóvenes norteamericanos era bastante sombrío: su inserción al mercado de trabajo se vio obturada o en última instancia padecieron la mezcla nefasta de pluriempleo y precarización, lo que chocó contra sus expectativas de vida dado que no se correspondía con el endeudamiento sufrido en el sistema universitario norteamericano. Y los que no tenían título universitario se encontraron con los huesos de un sector industrial que ya no existía y donde los trabajos que no requieren cualificación eran realizados por latinos y afroamericanos en condiciones de súper-explotación.

Fue este sector de la juventud, la que empezó a vivir peor que sus padres, los que comenzaron – gracias a Internet – a converger en foros donde compartían sus frustraciones, odios y reivindicaciones. En la era Obama, el mainstream comunicacional de la élite cultural, tanto en los medios, en las escuelas y universidades denunciaba la situación de vulnerabilidad de las mujeres, las minorías raciales y sexuales, pero no tenía nada para decir sobre este sector social de varones jóvenes blancos.

La base social de este fenómeno, entre “millennials”, “ni-ni`s” y precarizados, empezaron a converger en foros de internet, para la misma época en que se sucedían los movimientos de Occupy Wall Street, el 15 M en España (recordemos las masivas movilizaciones en Puerta del Sol) y los procesos revolucionarios en Medio Oriente y Norte de África (en muchos de estos, las redes sociales contribuyeron a su organización). En páginas y foros como 4chan y Reddit (en Argentina encontramos su correlato en Taringa y Voxed) conformaron una subcultura en base a memes que desafiaban con humor, ironía y provocación el pensamiento institucionalizado políticamente correcto y “progre”. Poco a poco, los dardos lanzados en forma de humor se convirtieron en ataques directos predominantemente machistas, racistas y homofóbicos.

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Los últimos años estuvieron marcados por el ascenso de movimientos contra la discriminación, el racismo (como Black Live Matters) y a favor de los derechos de las mujeres en las distintas variantes del feminismo. En muchas ocasiones sectores de estos movimientos comenzaron un proceso de radicalización que derivó en una cruzada moral: la cultura de la cancelación (esto es, una suerte de censura colectiva contra alguien) y el escrache, las performances escatológicas en las escaleras de templos religiosos, etc. En sociedades que aún hoy son profundamente machistas y homofóbicas, tales acciones funcionaron como un caldo de cultivo que fue aprovechado por los sectores reaccionarios. 

Una “antipolítica” al servicio del capital

Los voceros libertarios han sido (y son) parte del mainstream, es decir, de las corrientes económicas mayoritarias que desde hace décadas producen el marco socioeconómico que ha llevado al país a niveles de pobreza africana. No obstante, se presentan como los paladines de la crítica a la “casta” política. Para eso generan un discurso simple y efectivo (para los incautos): la culpa de la debacle es de “la política” y “los políticos” que por medio del Estado “ahogan al ciudadano con impuestos”.  ¿La solución libertaria? Eliminar la democracia retaceada como régimen político del Estado burgués, y que el mercado dirija con puño de hierro. Capitalismo puro y duro.

Para un libertario, el primer mono que golpeó una palmera y se apropió el coco es ya un capitalista. Para esta gente, el mercado lo rigió todo desde que el hombre está en la tierra. Por el contrario, para los marxistas, el Estado nació de la necesidad de tener a raya los antagonismos de clase y por regla general, el Estado lo es de la clase más poderosa, es decir, de la clase económicamente dominante. El Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase

Engels incluso sostenía que el “moderno estado representativo es instrumento de explotación del trabajo asalariado por el capital”. También Marx, sostenía que el gobierno “no es más que un comité para dirigir las cuestiones comunes a toda la burguesía”.

Como vemos, el Estado es un elemento central en la explotación capitalista: es el “capitalista colectivo ideal”.

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Los libertarios tienen una larga tradición en los Estados Unidos, de hecho, fue allí donde surgió la bandera de Gadsden con la leyenda “don´t tread on me” (“no me pises”) con la serpiente cascabel en posición defensiva. En principio, aglutinaba a los colonos descontentos con las cargas tributarias que debían rendir a la corona británica. Pero al día de hoy agrupa a toda clase de personajes excéntricos. Proponemos una breve reseña sobre un intento de implementar el paraíso libertario en una pequeña ciudad de New Hampshire

Grafton y el Free Town Proyect

En el año 2003/04, un grupo de activistas libertarios se propuso la empresa de apoderarse de la pequeña localidad de Grafton (New Hampshire) y transformarla en la “nueva Jerusalén” donde la libertad radical de los mercados y el rechazo a los impuestos (y cualquier tipo de “estatismo”) llevaría a la prosperidad a los individuos libres gracias a su autoregulación.

Uno de los autores originales del plan, un tal Larry Pendarvis promovía un tipo de libertad radical algo extraña pretendiendo honrar la “libertad de traficar órganos, el derecho a celebrar duelos y el derecho subestimado y otorgado por Dios de organizar las llamadas peleas de vagabundos… además de lamentar la persecución del “canibalismo consensual”. Si bien este personaje tuvo que llevar su negocio a otro lugar (vendía novias filipinas por correspondencia), sus correligionarios libertarios no se inmutaron y siguieron adelante.

En la década siguiente los “Free Towners” se encargaron de reducir el presupuesto anual de la ciudad en un 30%, recortando gastos “innecesarios” en lujos municipales como alumbrado, bomberos, pavimentación, reparaciones y reconstrucción de puentes. Como no podía ser de otra manera, los baches se multiplicaron, las disputas domésticas proliferaron, así como los delitos violentos.

Grafton, New Hampshire, ubicada al norte de los Estados Unidos, se encuentra rodeado de bosques que albergan miles de osos negros. En esta localidad los osos son más intrépidos y audaces que en el resto de América del Norte. El periodista Hongoltz-Hetling notó rápidamente que algo no iba bien. Estos osos pasaban el rato en los patios de los graftonitas a plena luz del día. Los pollos y las ovejas comenzaron a desaparecer, como también las mascotas domésticas.

Luchando con qué hacer con los osos, los graftonitas también lucharon contra los argumentos de los libertarios que cuestionaban si debían hacer algo en absoluto. Así los habitantes liberales y anarcocapitalistas de la ciudad se negaban a respetar las normas sobre la recogida de basura. En aras de la libertad individual, cada quien hacía lo que quería. Algunos alimentaban a los osos y otros los espantaban a escopetazos. De pronto la ciudad quedó atrapada en batallas campales sobre quién vivía libre, pero libre de la manera correcta”. 

Finalmente, los sueños de numerosos libertarios llegaron a su fin de forma diversa y silenciosa. La empresa inmobiliaria local Grafton Gulch (en honor a la ciudad utópica de la novela libertaria de Ayn Rand) terminó en la quiebra. John Connell, otro de los pioneros, quien llegó en una misión de Dios, liquidó sus ahorros y compró el histórico Grafton Center Meetinghouse, transformándolo en la «Peaceful Assembly Church» del que fue pastor, hasta que, en sus últimos días, arruinado financieramente, se encontró incapaz de pagar la factura de gas; en medio de un invierno brutal, se volvió apocalíptico y terminó muriendo en el incendio de la iglesia. Adam Franz, un excéntrico “preparacionista” abandonó su carpa para aislarse en un recinto parecido a una prisión, para disfrutar mejor de la libertad. Y John Babiarz, el otrora inaugurador del Proyecto, se convirtió en el blanco de la difamación implacable de sus antiguos compañeros ideológicos, quienes no apreciaron su negativa a dejarles disfrutar de fogatas en las tardes de alto riesgo de incendios forestales.

15/12/2020

Luciano Andrade

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