Situación internacional en agosto del 2020: Pandemia, crisis del capitalismo mundial y un estado de rebelión latente en varios países

Pandemia: en América lo peor de la primera ola no pasó, y en Europa van por la segunda

A 7 meses de comenzada la pandemia en el mundo, en América lo peor de la primera ola todavía no pasó. Y a pesar de ello, todos los gobiernos en mayor o menor medida pugnan por la “apertura” de las cuarentenas o confinamientos, a pesar de que el riesgo al contagio y a la muerte sigue siendo alto, inclusive en Argentina se levanta la cuarentena cuando se está llegando al pico máximo de expansión del virus. Los argumentos tratan de ubicar la responsabilidad por fuera de los gobiernos. Que la población está saturada de la cuarentena, que la economía no aguanta, que muchas personas necesitan trabajar para ganarse el pan del día porque no tienen ningún sueldo subsidio o seguro, como si estas faltas fueran obra de la naturaleza o la casualidad o responsabilidad del pueblo. 

El caso de Argentina es paradigmático por el cinismo del discurso del gobierno supuestamente “progresista” de los Fernández, que cuando comenzó la pandemia decían que lo más importante era la vida de las personas, pero que ahora levantan la cuarentena cuando asciende la curva de contagios para no afectar las ganancias de los empresarios.

En muchos países han tenido que retroceder parcialmente luego de una apertura por que los brotes que crecen de manera exponencial, amenazan saturar el sistema sanitario. Los gobiernos hacen equilibrio entre las cuarentenas, las aperturas y los cadáveres, tratando de pagar el menor costo político posible. 

Lo que evidentemente no hacen ni van a hacer es actuar en contra de los intereses de la clase burguesa que representan, tomando decisiones que vayan a atacar de fondo la existencia del capital, ni los intereses básicos de los distintos grupos corporativos. Algo que solo puede hacer un gobierno revolucionario de la clase trabajadora.

Al contrario, para imponer las condiciones al pueblo, tanto el confinamiento obligatorio, como el sometimiento a la escasez de lo más elemental, en mayor o menor medida todos los gobiernos latinoamericanos apelaron al aparato represivo, desde las fuerzas especiales de represión hasta las mismas fuerzas armadas, aprovechando la ocasión para “normalizar” una mayor bonapartización de los regímenes. 

En tanto que, si bien al comienzo de la pandemia hubo luchas de la clase trabajadora para evitar ser víctimas de los contagios y las muertes para mantener las ganancias de las patronales, con el tiempo y tras concesiones parciales se fueron apagando por su aislamiento y el boicot de las burocracias sindicales. Los sectores más pobres de la población fueron contenidos con bonos asistenciales y comedores populares, en el marco de una situación de miseria creciente. En países como Chile y Bolivia, en donde esta ayuda estatal no existió o fue muy insuficiente, se desarrollaron procesos de movilizaciones de distinta magnitud. Protestas y saqueos a supermercados en Chile, y una presión social que dio lugar a la sanción de una ley para que los afiliados a los fondos de pensión pudieran retirar un 10% de sus ahorros para paliar los efectos de la crisis. En Bolivia, la disputa sobre la fecha electoral entre el gobierno de Añez y el MAS, dio lugar a que un sector de las masas pobres de la ciudad y campesinas fuera más de allá de objetivos políticos de la convocatoria de los aparatos burocráticos y, a partir de su participación masiva en los bloqueos de rutas, radicalizara su posición reclamando la renuncia del gobierno de Añez.  

Mientras que en Europa surgen segundas olas de expansión del virus, aunque no está claro todavía que magnitud y extensión puede llegar a alcanzar, lo que si ya es evidente que ha dado un salto de gran magnitud es la crisis de la economía mundial. El rebote de la propia pandemia pone un límite al rebote económico. Y los efectos de una vacunación en la recuperación de la economía solo podrán sentirse cuando puedan alcanzar una relativa masividad internacional, es decir, no antes de fines del año próximo, por lo menos.

Debajo del manto lúgubre de la pandemia asoma el abismo de la crisis capitalista

Ante la inevitabilidad de las cuarentenas, fueran obligadas o aceptadas voluntariamente por la población, el parate económico provocó un desbarranque de la crisis que ya venía arrastrándose lentamente hacia el precipicio. Los gobiernos de las principales potencias se vieron obligadas a imprimir una enorme cantidad de dinero para sostener las cuarentenas. Aunque insuficiente para la gran mayoría de los trabajadores y el pueblo pobre, más insuficiente todavía en los países semicoloniales que arrastran un atraso histórico y con grandes franjas de la población consolidad en la pobreza. Mucho más impresionante la cantidad de dinero que los Estados imperialistas han tenido que imprimir para evitar la bancarrota de numerosos grandes empresas y bancos, y para sostener en general la estructura capitalista.

Todo el mundo está a la espera de las vacunas salvadoras, pero los gobiernos de la gran burguesía no quisieron esperar, y obligaron a la vuelta al trabajo a los que estaban confinados a unirse a los esenciales y los no tanto, los que nunca dejaron de trabajar. La gran burguesía espera una pronta recuperación económica. Pero los pronósticos no acompañan esa esperanza. Sobre todo, cuando una segunda ola de contagios y muerte parece empezar a extenderse en Europa.

Mientras tanto no sólo seres humanos fallecieron, sino que miles de empresas fueron a la quiebra o redujeron radicalmente su personal esperando que pase la pandemia, esperando la recuperación. Y qué pasará si no llega o llega de manera insuficiente como auguran todos los pronósticos serios. Muchas más fábricas y empresas cerrarán, más trabajadores quedarán en la calle. Probablemente la segunda ola de la pandemia empalmará con las desgarradoras consecuencias sociales de la depresión capitalista.

Los datos de la crisis indican una magnitud similar a la crisis del 29-33. A fines de julio la economía estadounidense registró la mayor contracción trimestral de la historia en la producción nacional (-9,5% interanual). Caídas similares sacuden la economía europea. En promedio la UE cae un 14% interanual (pero España 22% y Francia 19%). Mientras que se espera que el PBI de China este alrededor de 0 a 1% de crecimiento (del 6 % esperado antes de la pandemia). En promedio la caída mundial se calcula en 5,2 %, según el BM (Banco Mundial) en una estimación a principios del mes de junio y agrega: “se prevé que la actividad económica de las economías avanzadas se contraerá un 7 % en 2020. Se espera que los mercados emergentes y las economías en desarrollo (MEED) se contraigan un 2,5 % este año, su primera contracción como grupo en al menos 60 años. La disminución prevista en los ingresos per cápita, de un 3,6 %, empujará a millones de personas a la pobreza extrema este año”. Sin embargo, la caída podría ser todavía peor, y tampoco son muy optimistas los pronósticos acerca de la recuperación, a pesar de la enorme cantidad de dinero que los gobiernos utilizan para evitar las caídas de grandes empresas y para promover el impulso económico a la salida de la pandemia: “Sin embargo, las perspectivas son sumamente inciertas y predominan los riesgos de que la situación empeore, por ejemplo, la posibilidad de que la pandemia se prolongue por más tiempo, de que ocurran agitaciones financieras o de que se produzca un repliegue del comercio internacional y las relaciones de suministro. En esa hipótesis, la economía mundial podría contraerse hasta un 8 % este año, para recuperarse apenas por encima de un 1 % en 2021, en tanto que el producto de los MEED disminuiría casi un 5 % este año” (BM). En general, todos los pronósticos estiman que la recuperación no alcanzará los niveles previos a la crisis:

¿Cuáles serán sus consecuencias en la relación entre los Estados?

Como explicamos en una nota de la revista Manifiesto Internacional n°3, “Es la agonía del Capitalismo en crisis”, el agravamiento de esta crisis -que se arrastra desde 2007- acerca el horizonte de un desenlace en una gran confrontación militar entre las potencias que se disputan el mercado mundial.

Para empezar, ya produjo un aumento de las presiones de EEUU contra China:

  1. Trump hace responsable a China del Covid y reclama indemnizaciones.
  2. Trump se pronunció contra la ley de seguridad de China para Hong Kong y adoptó sanciones.
  3. Maniobras de la flota de USA en el Mar de China, con incidentes cada vez más seguidos. 
  4. Visita del secretario de salud estadounidense a Taiwan.
  5. Enfrentamientos en la frontera entre China e India en posible curso de la Ruta de la Seda.
  6. Presión en el plano tecnológico contra la difusión por parte de Huawei de la tecnología 5G. 
  7. EE.UU. procede a eliminar a las empresas chinas de las bolsas de valores.

Pero la ofensiva de EE-UU no es sólo contra China, también presiona a Alemania por el Nordstream 2. Quiere evitar a toda costa que se refuercen los lazos económicos entre Alemania y Rusia, para que ello no derive en posteriores alianzas políticas y militares.

Estados Unidos sigue siendo la primer potencia económica y militar. Y por la tanto posee muchos medios de presión sobre sus competidores en el mercado mundial. El control financiero, la supremacía tecnológica que es el sector en el que más se ha arrimado la competencia china. Y por sobre todo la supremacía militar.

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Al cumplirse 75 años del bombardeo nuclear a Hiroshima y Nagasaki el alcalde de esta última ciudad reclamó “liberar al mundo de las armas nucleares”. Una noble aspiración de deseos, pero mientras tanto se desarrolla la carrera armamentística con misiles hipersónicos y la Fuerza Militar Espacial que sin dejar de lado las armas nucleares ensayan “misiles” en base a una barra de tungsteno, para ser lanzados desde el espacio. 

Durante el mes de julio hubo varias provocaciones disfrazadas de maniobras militares por parte de EE-UU y sus aliados en el sudeste asiático, cuando portaviones norteamericanos surcaron el mar al sur de China.

Paralelamente focos de potenciales conflictos militares parciales se desarrollan de manera paralela, pero que pueden repercutir sobre la situación general como, por ejemplo, el que transcurre en el Mediterráneo entre Turquía y Grecia apoyada por Egipto, y en donde también está interviniendo Francia. 

La campaña electoral en EE-UU puede ser una mediación importante, si Trump decide moderar su ofensiva para ampliar su base electoral. Pero la misma razón electoral lo lleva a ser menos ambiguo en relación a las amenazas que profiere en defensa de sus intereses imperialistas, como ha ocurrido ahora con la incautación de 4 buques petroleros que transportaban combustible con destino a Venezuela.

Un estado de rebelión está latente, acicateado por la gran crisis capitalista

La clase trabajadora pudo dar luchas parciales, pero en general quedó impotente ante la pandemia. En el comienzo de la pandemia hubo luchas de la clase trabajadora en Europa (Italia y España) y EE-UU sobre todo en la industria automotriz, para obtener licencia dado que no eran industrias esenciales, y en otras para garantizar protocolos de seguridad para evitar los contagios. Luego con el crecimiento de la curva de contagio y muertes, hubo en general un repliegue. Pero en general la clase trabajadora se ha replegado impotente frente a la pandemia. No es que no luche por cuestiones parciales y en general aislada. Pero no ha podido presentar un programa obrero frente a ambas crisis: la sanitaria y la económica. 

Sin embargo, la situación en algunos países está al límite de la tolerancia de las masas y algún acontecimiento desata la ira social y las movilizaciones, provoca las revueltas como las ocurridas en EE-UU a partir del asesinato por parte de la policía de George Floyd. 

La difusión del video en donde se aprecia claramente la crueldad asesina del policía Derek Chauvin, con la complicidad de los demás policías rápidamente difundida, hizo estallar la indignación de miles de personas que, desconociendo las advertencias del poder político, ocuparon las calles y prendieron fuego a vehículos policiales y posteriormente hicieron arder la estación de policía de Mineápolis.

Rápidamente las protestas se extendieron a otras ciudades; el odio se transformó en revuelta en varias de ellas, con explosiones de la justa violencia de los oprimidos contra los opresores y explotadores. La movilización llegó hasta la Casa Blanca, en donde se produjeron algunos enfrentamientos con la policía. 

La extensión de las protestas con decenas de miles de manifestantes y la participación en ellas no solo de jóvenes afroamericanos, sino de muchos latinos y de jóvenes blancos, refleja que no es sólo el racismo lo que moviliza a la juventud trabajadora. La desocupación ha llegado a una profundidad nunca vista desde 1930. Y el coronavirus se ensaña con los pobres, que viven hacinados en edificios decadentes, y mueren por decenas de miles. En esas movilizaciones y revueltas hay una unidad de clase que en la juventud trabajadora tiende a superar las barreras raciales y apuntar contra todo el régimen político y social, mientras que su dirección actual, el movimiento BLM (Black Lives Matter), limita el programa a la cuestión racial y propone reformas inocuas en contra de la brutalidad del accionar policial.

También podemos ver el desborde de la furia popular que apunta contra todo el régimen político y social en las recientemente las ocurridas en el Líbano tras la explosión en el puerto que ocasionó 220 víctimas fatales (contabilizadas hasta ahora, a las que se sumarán seguramente los 110 desaparecidos), 6000 heridos, la destrucción del 12% de las viviendas de la ciudad y daños materiales estimados en u$s 15 mil millones. La indignación popular por la tragedia causada por la negligencia y desaprensión de las autoridades que almacenaron 2750 tn de nitrato de amonio sin tener en cuenta las medidas de seguridad necesarias, impulsó las movilizaciones, que ocuparon varios ministerios y la Asociación de Bancos, provocando la caída del gobierno del primer ministro Hassan Diab, que tenía sólo unos meses en el poder, tras haber reemplazado al anterior gobierno encabezado por Saad Hariri, que renunció también en octubre pasado por presión de 13 días de movilización popular. Los partidos cristianos y sunitas y los ex generales en torno al Movimiento Futuro alineado con Estados Unidos y Hariri han tratado de montarse sobre las movilizaciones para retornar al poder. También Macron viajó a Líbano para prometer ayuda para su antiguo protectorado, una vía de apuntalar su influencia que tiene base social en una clase media francófona. Pero tanto la crisis del régimen como la ausencia de una dirección revolucionaria obrera y socialista dan como resultado que Hassan Diab se mantendrá en el cargo como gobierno provisional mientras se organizan elecciones anticipadas.

Mientras todavía resuena el eco de la explosión que liquidó buena parte de Beirut, y paralelamente a la crisis del régimen planteada por la movilización de masas corren toda clase de especulaciones sobre las causas que provocaron la detonación del amonio, otra gran movilización de masas transcurre en Bielorrusia, un país fronterizo con Rusia. 

El resultado de las elecciones del 9 de agosto, que dio ganador a Lukashenko (lo que significa su reelección para un sexto mandato consecutivo) con el 80 % de los votos sobre la oposición encabezada por Svetlana Tijanóvskaya (actualmente refugiada en Lituania), provocó una gran movilización que desde el día siguiente de las elecciones congregó a decenas de miles de personas que repudian un fraude en la votación. Las manifestaciones fueron fuertemente reprimidas, pero no impidieron su masificación al día siguiente. Sectores de la clase obrera se han sumado a la protesta convocada por la oposición con paros parciales de distinta duración, como la Fábrica de Automóviles de Bielorrusia (BelAZ), la Planta de Tractores de Minsk (MTZ) y las minas de Belaruskali, una de las mayores productoras de fertilizantes minerales potásicos del mundo. Mientras que las elecciones han sido impugnadas por la UE, y EE-UU piensa en imponer sanciones contra Bielorrusia, Lukashenko cuenta –por ahora- con el apoyo de Putin.

Cuando ya declinaban las manifestaciones en Portland (Oregon-EE-UU), estalló una nueva revuelta en Kenosha (Wisconsin) ante otro ataque de la policía que disparó 7 balazos por la espalda contra un joven negro, lo que indica que aún no se apagaron los fuegos de la rebelión que se inició hace tres meses con el asesinato de George Floyd. Otro tanto sucede en varios países en donde permanece un estado de latencia revolucionaria, como en Chile o en Bolivia. En estos países, en el sector de las masas trabajadoras más empobrecido y explotado hay una tendencia a la rebelión, a pesar de los retrocesos momentáneos que les imponen los aparatos burocráticos políticos y sindicales, que en el caso chileno se hayan muy debilitados y en Bolivia van perdiendo su autoridad ante la experiencia que van haciendo las masas. Pero el problema de la necesidad de construir una dirección revolucionaria sigue estando agudamente planteado.    

No hay que olvidar que durante 2019 hubo levantamientos obreros y populares en varios países de América Latina: Honduras, Nicaragua, Haití, Ecuador, Chile, Bolivia y fuertes manifestaciones y paros generales en Colombia. Pero también en Francia e Irán. Y que la pandemia hizo retroceder al movimiento de masas para protegerse de la muerte. Sin embargo, los factores políticos y económicos que provocaron esos levantamientos, así como otras luchas importantes, siguen planteados, y se van cocinando como en una olla a fuego lento hasta que vuelvan a alcanzar el punto de ebullición. 

La crisis que ya tenemos encima pone en evidencia la necesidad y urgencia de una internacional obrera revolucionaria

Ante esta situación varias organizaciones que se reivindican del trotskismo que forman parte en la Argentina del FIT-U, realizaron una conferencia virtual en la que discutieron sobre la situación internacional y en particular sobre EE-UU y latinoamérica. Pero como explicamos en la nota: La estrategia en la época imperialista y el centrismo “trotskista”, en la revista Manifiesto Internacional n°3, estas organizaciones centristas, como ninguna organización centrista, por más que invoque a Trotsky los aniversarios de su asesinato, son incapaces de constituir un embrión de dirección revolucionaria internacional.

Por eso es que desde el Comité de Enlace que mantenemos con los compañeros de El Topo Obrero de Venezuela y las discusiones que estamos desarrollando con los compañeros del Fabriles Socialistas Revolucionarios de Bolivia intentamos construir un núcleo internacional para sentar las bases de un reagrupamiento revolucionario internacional, cuestión la hemos desarrollado en la declaración “Sobre la urgente necesidad de un reagrupamiento revolucionario internacional” publicada en la revista Manifiesto Internacional n° 3 antes mencionada que invitamos a leer.

26/8/20

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