Bielorrusia: Gran movilización de masas pone en jaque al gobierno de Lukashenko

El resultado de las elecciones del 9 de agosto dio ganador a Lukashenko -lo que significa su reelección para un sexto mandato consecutivo- con el 80 % de los votos sobre la oposición encabezada por Svetlana Tijanóvskaya (actualmente refugiada en Lituania). Este resultado provocó una gran movilización desde el mismo día siguiente de las elecciones, que congregó a más de 200 mil personas en repudio al fraude evidente. 

Algunos medios de prensa indican que, aunque es seguro que hubo fraude, no es tan claro que haya ganado la oposición, ya que en las encuestas preelectorales tenían muy pocas adhesiones.

Desde un comienzo, las manifestaciones fueron fuertemente reprimidas. Sin embargo, prácticamente casi no hubo respuesta de los manifestantes con molotovs o cualquier otro elemento de autodefensa como se han visto en la mayoría de los enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas represivas. Tampoco se vieron barricadas ni ningún tipo de organización de defensa. Aunque hubo algunos enfrentamientos con la policía en los primeros días, las protestas tuvieron un carácter pacífico, con mujeres vestidas de blanco con flores y pidiendo el fin de la violencia. Las marchas y concentraciones por lo general ni siquiera interrumpieron el tránsito.

Sin embargo, la dura respuesta represiva y la gran cantidad de detenidos no provocaron un debilitamiento de las movilizaciones, sino que, por el contrario, la violencia policial, las detenciones masivas y la tortura eran las principales motivaciones que exponían los manifestantes. 

Aunque los sindicatos oficiales son progubernamentales e incluso han movilizado a la gente para manifestaciones a favor de Lukashenko, sectores de la clase obrera se sumaron a la protesta convocada por la oposición con asambleas y paros parciales de distinta duración, como la fábrica de automotores y camiones todoterreno Zhodino de Bielorrusia (BelAZ), la planta de tractores de Minsk (MTZ) y las minas de Belaruskali, una de las mayores productoras de fertilizantes minerales potásicos del mundo, MAZ (camiones y autobuses, Minsk), Keramin (baldosas cerámicas, Minsk), Integral (productos electrónicos, Minsk), Grodno Azot (productos químicos, Grodno), etc.

Sin embargo, la magnitud de los movimientos de protesta estuvo lejos de ser una “huelga general”. En muchas de las fábricas hubo algún tipo de protestas, pero no específicamente huelgas. En su mayoría fueron petitorios, reuniones con la gerencia y concentración o asambleas en patios al aire libre y en los lugares de trabajo. En algunas movilizaciones de oposición al gobierno participaron columnas importantes de trabajadores de manera organizada. Aparentemente el paro de la producción sólo pudo garantizarse, y parcialmente, en unas pocas fábricas.

Aun así, los trabajadores han tenido una participación -como clase- más importante que en otros procesos de movilización de carácter político. La explicación podría ser que en Bielorrusia se ha conservado la industria estatizada, en donde las condiciones de trabajo y salario dependen directamente del poder político del Estado, y no de un patrón privado en particular. 

Concentrados en ciudades o barrios industriales, los obreros reflejan más directamente los problemas políticos del conjunto de la población, como la indignación frente a la violencia policial, y al mismo tiempo tienen un mayor poder frente a los burócratas directores de las industrias.

Bielorrusia es un país capitalista, aunque una parte importante de las industrias sea propiedad estatal. El 51,2 % de los bielorrusos están empleados por las compañías estatales, y el 47,4 % son empleados por empresas privadas. 

En Bielorrusia la industria tiene un peso muy importante, representando el 26% del PBI, en comparación con la agricultura, con un 6,6%.

El peso económico de la industria y por lo tanto el peso social de la clase trabajadora, se refleja en el hecho de que todos los sectores políticos, tanto el gobierno como la oposición, tratan de influenciarla.

De todas maneras, los trabajadores entraron en el proceso de movilización política, pero no como una clase consciente de sus intereses, levantando un programa específico, sino como parte del movimiento de oposición contra Lukashenko.

Durante años Lukashenko fue considerado por los bielorrusos un buen presidente. A cambio de la escasez de libertades democráticas, los bielorrusos tenían cierto nivel de seguridad social y una garantía de empleo a diferencia de muchos de los otros estados de la ex URSS. 

Sin embargo, después de la crisis económica mundial de 2008 el gobierno avanzó con reformas laborales para aumentar la explotación de la clase trabajadora, liquidando la negociación colectiva, imponiendo contratos laborales a plazo fijo e impulsando una constante baja del salario real por efecto de la inflación y la devaluación, además de leyes para recortar beneficios sociales, incluyendo el aumento de la edad jubilatoria.

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La crisis ha golpeado también a amplios sectores de la clase media, que son los que han constituido el grueso de los manifestantes.  

La crisis actual desencadenada por el coronavirus profundizó los problemas. Además, Lukashenko, al igual que Trump y Bolsonaro, restó importancia a la pandemia, lo cual derivó en una mayor cantidad de contagios y muertes.

La oposición, extremadamente débil desde el punto de vista de la organización, canaliza la bronca de la población por el deterioro constante de las condiciones de vida, pero ello no implica una adhesión cerrada, más teniendo en cuenta que no tienen un programa claro en común, sino más bien constituyen un frente único de diversos sectores que se oponen a la continuidad del régimen de Lukashenko. La oposición centralizó ese frente único en un organismo llamado comité de coordinación para la Transferencia del Poder, desde el cual se dirigen y se impulsan las acciones de protesta y las gestiones ante los estados y organismos internacionales europeos.

La clase obrera, como dijimos, adhirió a las protestas con huelgas parciales y otras manifestaciones, bajo un férreo control por parte del aparato estatal, y bajo amenazas de despidos. En ese marco fue muy importante que se lograran constituir comités de huelga. Pero en lugar de extender y centralizar esos comités con un criterio de independencia de clase, algunos de sus dirigentes se integraron al comité de coordinación de la oposición burguesa.

Los principales dirigentes públicos de la oposición, son la ya mencionada Svetlana Tijanóvskaya, ex profesora de inglés. Asumió la candidatura después de que su marido Sergei Tijanovsky (conocido ‘youtuber’ y bloguero), que se había presentado originalmente como candidato, fuera detenido. 

Maria Kolesnikova, directora de orquesta y jefa de campaña del candidato Viktor Babarika, un prominente banquero que muchos bielorrusos consideraban un posible “puente” entre Europa y Rusia debido a su relación con la empresa ruso-bielorrusa Belgazprombank. Kolesnikova también tomó el lugar de Babarika, luego de que este y su hijo fueran detenidos.

Veronika Tsepkalo esposa de Valery Tsepkalo, un liberal pro-europeo, ex embajador en Estados Unidos, el tercer candidato en discordia, antes de ser detenido escapó a Moscú, siendo también reemplazado por su esposa Veronika.

En las últimas semanas, tras la represión a las manifestaciones que dejó un saldo de miles de presos (7000, aunque algunos fueron recuperando la libertad), y por lo menos 3 muertos y algunos desaparecidos, comenzó una persecución a sus dirigentes. Fueron detenidos los representantes de varios comités de huelga fabriles. Una de las principales dirigentes Maria Kolesnikova, la última figura destacada de la oposición que queda en Bielorrusia fue detenida al negarse a viajar a Ucrania, tal como Olga Kovalkova, también integrante de la directiva del opositor Consejo de Coordinación, quien había sido expulsada a Polonia, poco antes. Tsepkalo ya había dejado Bielorrusia el día de los comicios, y Tijanóvskaya fue obligada a abandonar el país poco después. Kolesnikova se había quedado. La mayoría de los siete integrantes Consejo de Coordinación han sido detenidos o forzados a salir del país.

La oposición tiene el apoyo de sectores imperialistas europeos y de EE-UU., que han impugnado las elecciones. La UE, encabezada por Alemania, ha dado luz verde recientemente a sanciones contra funcionarios bielorrusos y EE-UU piensa en imponer sanciones contra Bielorrusia.

Lukashenko cuenta con el apoyo de Putin. A pesar de que las relaciones se habían puesto tensas en los últimos tiempos, Putin no puede dejar de apoyar provisionalmente a Lukashenko, hasta estabilizar la situación y desactivar las movilizaciones populares, mientras busca mecanismos para ir a una sucesión ordenada. Bielorrusia, que tiene frontera común con el oeste de Rusia, era el único país en el que todavía no había un gobierno directamente asociado al imperialismo europeo. Aunque Lukashenko había tenido en los últimos tiempos desencuentros más bien de carácter económicos con Putin, lo cual lo había llevado a tener más “independencia”, nunca se pasó al bando de la UE. Inclusive en medio de las protestas, Lukashenko insistió en que el despliegue de fuerzas de la OTAN en la frontera tenía que ver con intenciones de la Unión Europea en relación con un “derrocamiento” del Estado de Bielorrusia, en un claro mensaje destinado a ganar el apoyo de Putin, al mismo tiempo que para consolidar su frente interno.

En el momento más álgido de las manifestaciones, como un intento para ganar tiempo y debilitarlas, Lukashenko anunció que habría nuevas elecciones, pero después que se redactara una nueva constitución en la que supuestamente haría concesiones y reformas en función de las demandas populares. Putin, ahora cada vez más comprometido en sostener el régimen de Lukashenko, aparentemente apoyaría esta línea.

Aunque los dirigentes de la oposición tienen una clara orientación “pro-occidental”, las protestas del pueblo bielorruso, a diferencia de las de la plaza ucraniana Maidán, no han expresado hasta ahora un fuerte sentimiento anti-ruso, ni reivindican la entrada del país en la UE, cosa que era explícita en 2014 en Ucrania.

Bielorrusia es un país ex integrante de la URSS y luego histórico aliado de Rusia. Además de una estrecha relación económica, también unen a ambos países acuerdos militares y elementos culturales históricos.

La clase trabajadora bielorrusa tiene un potencial muy grande para constituirse en la fuerza dirigente del pueblo. Pero para ello debe ir más a fondo por el camino que empezó a transitar organizando, extendiendo y centralizando los comités de huelga para organizar una verdadera huelga general. Con ello la lucha por el poder se pondría a la orden del día. Las manifestaciones pacíficas incomodan al régimen, pero son incapaces de voltearlo. Para ello habrá que organizar milicias obreras capaces de derrotar a las fuerzas de represión. Pero para dirigir una insurrección que derroque al régimen de Lukashenko, hace falta forjar una dirección revolucionaria, un partido como el de Lenin y Trotsky que sea independiente tanto de la burguesía rusa y el gobierno de Putin, como de la influencia imperialista «occidental». Sólo esa dirección revolucionaria, puede dar una perspectiva a los trabajadores y al pueblo bielorruso, restableciendo el Estado Obrero y abriendo el camino hacia el socialismo.

AB, 20/9/20

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