¿Por qué una tercera guerra mundial parece inevitable?

Un título terrible, ¿no es verdad? A muchos podría parecerle una predicción descabellada, otros directamente la ignoran, rebosantes de incredulidad, mientras que la enorme mayoría de los trabajadores, ocupados en conseguir el sustento diario, ni siquiera tienen una opinión, ni siquiera se han dado cuenta de la catástrofe que nos amenaza en un período próximo.

¿Y por qué estamos tan seguros de que la situación mundial va hacia una nueva guerra?

Para explicar nuestra posición tenemos que remontarnos a la caracterización de la época imperialista.

A inicios del siglo XX se consolidó una nueva fase en la existencia de la sociedad capitalista. Los marxistas la llamaron imperialista. En su conocido folleto llamado “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, Lenin plantea que es una fase nueva del capitalismo, una fase de decadencia, de descomposición, que abrió una época de crisis, guerras y revoluciones.

Y efectivamente cuando Lenin escribía su folleto transcurría el segundo año de la primera guerra mundial, guerra de rapiña entre las potencias imperialistas por el reparto del mundo, guerra que estalló como consecuencia inmediata de la crisis general del año 1913.

La segunda gran crisis del siglo pasado fue la llamada Gran Depresión, la crisis del 29-30, que duró por lo menos hasta el año 1933-34, y tras una breve recuperación keynesiana, recayó en la crisis en el año 1937. A los dos años estallaba la segunda guerra mundial. De la crisis del 30 Trotsky dijo que se trataba de una “crisis sin salida”, es decir sin salida por los medios “normales” económicos, y que por lo tanto empujaba toda la situación internacional hacia la guerra. Tal es así que Trotsky escribió su primer documento programático sobre la guerra que se avecinaba (La guerra y la Cuarta Internacional) en el año 1934.

El resultado de la segunda guerra, que despejó el terreno para el dominio exclusivo del imperialismo norteamericano, abrió a su vez un período de crecimiento que duró alrededor de 20 años, conocido como “boom económico” de postguerra. En la Europa occidental, la reconstrucción de postguerra impulsada por el plan Marshall, permitió una serie de concesiones sociales, que constituyeron una situación conocida como “estado de bienestar”. El capitalismo imperialista europeo, en esa fase de crecimiento económico acelerado pudo dar esas concesiones reformistas, pero también estaba obligado a darlas, por la amenaza que significaba el hecho de que la mitad de Europa había sido transformada, por la presión de la URSS y la ocupación del ejército rojo, en estados obreros, aunque deformados, burocratizados desde su origen.

Pero la bonanza terminó con una crisis en el 70-71 y luego otra más profunda en 74-75. La salida del imperialismo a estas crisis fue profundizar la explotación de los países semicoloniales, y desregular el sistema financiero, dando lugar al inicio de lo que después se denominó periodísticamente como la “globalización”, y que la “izquierda” llamó período neoliberal.

A pesar del aumento de las tasas de explotación de la clase obrera mundial y del aumento de la expoliación de las naciones semicoloniales con el mecanismo de los prestamos financieros usurarios, y de la desregulación que despejaba de trabas la circulación del capital financiero, otra crisis se produjo en los 80-82 y nuevamente una y más pronunciada en el ‘86. Hubieron también, múltiples crisis nacionales como la de México, Brasil, Rusia, Argentina, y regionales como la crisis del sudeste asiático en 1997. Hasta que nuevamente estalló una crisis internacional con epicentro en EE-UU: la llamada crisis de las punto.com. La recuperación -a fuerza de “incentivos” estatales- posterior a esta crisis duró apenas 5 o 6 años hasta la gran recesión del año 2008-09, que comenzó a gestarse en 2007. Podrá decirse que hubo una recuperación en 2011, pero fue impulsado por una gran inyección de liquidez monetaria y de todo tipo de incentivos económicos que les costó varias decenas de billones de dólares a los estados imperialistas y a China. Todos los estados imperialistas, tanto EE-UU como Europa, Japón y China quedaron enormemente endeudados para evitar una depresión profunda como la de los ’30. Y sin embargo la tasa de crecimiento se estancó desde entonces, sin que pueda avizorarse una recuperación real próxima, sino que más bien todo lo contrario, los pronósticos son muy pesimistas.

La ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia descubierta por Marx, ha demostrado nuevamente su validez. Las inyecciones de dinero sólo inflan peligrosamente las burbujas especulativas, porque la tasa de ganancia no alcanza un nivel “aceptable” que haga “interesante” la inversión para la gran burguesía.      

Esta “saturación de capital” que hace bajar la tasa de ganancia y, por lo tanto, la inversión productiva y el crecimiento, se debe, por un lado, a la “reconstrucción” europea (lo que determinó las crisis del 70 al 90), que para competir con los EE-UU se constituyó en la Unión Europea, llegando a emparejar el PBI norteamericano. Por otra parte, a medida que EE-UU fue cayendo en la decadencia económica, un gran flujo de inversiones se dirigió a aprovechar la mano de obra barata que ofrecía al capital internacional la restauración capitalista del país más poblado de la tierra, con lo cual empezó a crecer el peso específico internacional de China, con un PBI que alcanza el 16% del PBI mundial, contra 26% de EE-UU y 24% de la Unión Europea. 

Nosotros hemos caracterizado desde su inicio esta crisis como una crisis general de sobreacumulación, y en el mismo sentido que Trotsky hemos planteado que se trata de una “crisis sin salida” por medios económicos “normales”, y es por ello que esta crisis general del capitalismo imperialista conduce a una nueva guerra mundial. 

Desde el comienzo de esta crisis han pasado ya 12 años, y por lo menos 8 años lleva arrastrándose el estancamiento de la economía. Pero el capitalismo no puede funcionar indeterminadamente sin acumular capital. Necesita que las crisis o la guerra desbroce el camino para que algunas grandes corporaciones sobrevivan. Algunas deberán sucumbir para que otras puedan continuar con su acumulación. Pero cada gran consorcio corporativo se encuentra respaldado -y si hace falta será rescatado- por su Estado imperialista o por una alianza de estados. Por eso, no es el mecanismo económico “normal” de las crisis inherentes al propio funcionamiento del sistema, el que puede darle una salida a esta crisis. La guerra aparece como la única e inevitable salida, tal como ocurrió en 1914 y 1939.

Ahora ya no hay más lugar para que puedan expandirse las inversiones imperialistas. El mercado mundial ya está todo repartido para el capital. “Habrá que repartirlo de nuevo”, dicen para sí los imperialistas. Y entonces aparece Trump, levantando la bandera de “Hacer a América grande de nuevo”. Eso significa que EE-UU quiere recuperar la hegemonía exclusiva que tenía al final de la segunda post-guerra.

EE-UU a la ofensiva 

El primer campanazo para los Estados Unidos sonó con la crisis de las “punto com”. Una nueva crisis general del capitalismo mundial tenía como centro a los EE-UU. Los atentados a las Torres Gemelas le dieron la excusa para enfilar contra Afganistán e Irak, en una ofensiva destinada a controlar militarmente el Medio Oriente y disponer de sus abundantes recursos petroleros. Pero a Bush hijo no le fue tan fácil como esperaba. Caído el régimen de Sadam Hussein, la resistencia armada irakí al invasor puso en crisis la ocupación yanqui, la cual empezó a ser cuestionada también al interior de EE-UU. Obama fue el encargado de concretar la retirada de la mayor parte de las tropas yanquis, habiendo pactado previamente un acuerdo con la burguesía chiíta de Irak, con lo cual indirectamente salió fortalecido Irán como potencia regional. Más tarde el propio Obama debió firmar un acuerdo con los ayatolas iraníes que supuestamente garantizaría el carácter pacífico del proyecto de desarrollo nuclear del país persa.

La llegada de Donald Trump al poder pretende cerrar ese período de retroceso relativo de EE-UU, que comenzó con el repliegue de Irak, y se continuó con la política de acuerdos para estabilizar la situación internacional cruzada por ascensos revolucionarios en Túnez, Egipto, Libia y Siria. Y más en general la declinación histórica de EE-UU en relación a 1945.

Trump puso en la balanza su poderío económico –en declive, pero todavía predominante- y sobre todo militar, para renegociar acuerdos como el NAFTA y retirarse de otros, buscando imponer sus condiciones en el mercado mundial: la “guerra” comercial con China, las presiones contra la construcción del gasoducto Nordstream 2, el nuevo tratado con México y Canadá. La ofensiva por imponer sus intereses económicos es respaldad por una creciente presión militar. El hasta ahora fallido intento de golpe en Venezuela, la ruptura del tratado de armas nucleares de mediano alcance (INF) y los proyectos de instalación de bases de lanzamiento de misiles en Polonia y otros países europeos cercanos a Rusia, el apoyo a la independencia de Taiwán y la presencia militar naval en el mar del sur de China. 

Y tras la ruptura del acuerdo con Irán, desde el envío de portaviones y buques de guerra al Golfo Pérsico, más la reciente acusación a Irán de ser responsable de los atentados contra dos buques petroleros, hasta la casi represalia por el derribo de un dron detenida “10 minutos” antes. 

La ofensiva de EE-UU también apuntó a Europa, provocando un reforzamiento de la alianza entre Alemania y Francia, quienes comenzaron la construcción de un ejército europeo separado de la OTAN. En realidad, es contra ellos, contra el imperialismo europeo comandado por Alemania y Francia, que EE-UU disputa el dominio del mercado mundial, y en particular el control imperialista de China y la subordinación política y militar de Rusia. 

Argentina con sus reservas de combustible no convencional en Vaca Muerta, el litio de la Puna, la productividad agrícola de la pampa húmeda y los recursos acuíferos, no estará exenta de la ofensiva imperialista, como tampoco los demás países latinoamericanos, como queda claramente de manifiesto con la situación de Venezuela. 

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Amenazas de guerra

Hoy en día no sólo podemos deducir las tendencias hacia una guerra mundial de las características de la crisis económica mundial, sino que podemos caracterizar que la guerra está planteada para un período próximo, analizando los hechos prácticos que ocurren todos los días e indican un acelerado rearme, no sólo convencional, sino principalmente nuclear, y hasta la habilitación de nuevas ramas militares como la Fuerza Militar Espacial que ordenó crear Trump. Varios focos de tensión aumentan los riesgos. Pero quizás los más candentes hoy sean el Golfo Pérsico, el mar del sur de China y la situación de Taiwán.

Lo curioso es que mientras en EE-UU y en Rusia cada vez se habla con más frecuencia acerca del armamento nuclear y la posibilidad de una tercera guerra, salvo excepciones las corrientes trotskistas no se han planteado esta cuestión ni siquiera como una posibilidad, o en todo caso la admiten para un nebuloso largo plazo.

Pero es en el mismísimo centro del poder de la principal potencia imperialista mundial en donde están barajando una nueva guerra mundial como principal hipótesis bélica:  La Comisión sobre la Estrategia de Defensa Nacional, comisión bipartidista compuesta de 6 republicanos y 6 demócratas, plantea que: “la seguridad y el bienestar de Estados Unidos corren más peligro del que nunca corrieron en las últimas décadas”. Desde la ‎Segunda Guerra Mundial “Estados Unidos ha servido de guía a la construcción de un mundo de inusual prosperidad, libertad y seguridad. Esta realización, con la que [Estados Unidos] se ha beneficiado enormemente, ha sido posible gracias al inigualable poderío militar estadounidense”.‎ Pero ese poderío militar estadounidense, “columna vertebral de la influencia en el mundo y de la seguridad nacional de Estados Unidos”, se ha desgastado peligrosamente. Y eso se debe a que ‎‎“competidores autoritarios –especialmente Rusia y China– están en busca de hegemonía regional y de medios para proyectar su poderío a escala mundial”. ‎(Red Voltaire)

Por su parte, el Departamento de Defensa hizo pública la nueva doctrina de operaciones nucleares de EE.UU. por pocos días, antes de ocultarla de la Red. Se trata de una doctrina llamada ‘Operaciones Nucleares, o JP 3-72, que tiene como propósito expreso proporcionar “principios fundamentales y orientación para planificar, ejecutar y evaluar operaciones nucleares”. “Utilizar armas nucleares podría crear condiciones para resultados decisivos y el restablecimiento de la estabilidad estratégica”, decía el informe, añadiendo que el uso de este armamento “cambiará fundamentalmente el alcance de una batalla y creará condiciones que afectarán la manera en que los comandantes prevalecerán en un conflicto”. (RT)

Poco tiempo atrás fue el presidente ruso Vladimir Putin quien realizó una advertencia, señalando ‎que el mundo subestima el peligro de guerra nuclear que puede llevar a la ‎ “destrucción de la civilización y quizás de todo el planeta”.

Putin subrayó como particularmente peligrosa la “tendencia a rebajar el umbral para el uso del armamento nuclear con la creación de cargas nucleares ‘tácticas’ de bajo impacto que pueden conducir a un desastre nuclear mundial”. ‎

Precisamente a esa categoría pertenecen las nuevas bombas nucleares B61-12 que ‎Estados Unidos desplegará en Italia, Alemania, Bélgica, Holanda y posiblemente en otros países ‎europeos durante la primera mitad del año 2020. La Federación de Científicos Estadounidense ‎‎(FAS) advierte, en efecto que: ‎ ‎

“La alta precisión y la posibilidad de utilizar cargas nucleares menos destructivas pueden ‎incitar a los comandantes militares a presionar para que se recurra al arma atómica en un ‎ataque, sabiendo que la radiación y los daños colaterales serán limitados.”‎ (Il Manifesto)

Será que el período de más de 70 años transcurrido desde el final de la última guerra mundial ha hecho creer a muchos que se consideran a sí mismos marxistas, que una guerra mundial es algo del pasado. Que la globalización al provocar la “interpenetración” de los capitales internacionales, va contra las guerras que necesariamente se basan en los estados nacionales. Y que la abundancia de armamento nuclear, en lugar de acrecentar el peligro de guerra lo disuade, porque una guerra nuclear implicaría la destrucción de gran parte de la humanidad. Ignoran, o cuestionan la actualidad de esta afirmación de Lenin escrita en el prólogo de “El imperialismo…”:

“…las guerras imperialistas son absolutamente inevitables bajo este sistema económico, mientras exista la propiedad privada de los medios de producción.”

Y en el desarrollo de su folleto, cuyos conceptos están totalmente vigentes, encontramos la polémica contra Kautsky que, siendo el paradigma del centrista, es natural que sus posiciones, un siglo después, se encuentren plenamente reflejadas en los dirigentes pequeñoburgueses que aún se hacen llamar “trotskistas”: 

 “…bajo el capitalismo es inconcebible un reparto de las esferas de influencia, de los intereses, de las colonias, etc., que no sea por la fuerza de quienes participan en él, la fuerza económica, financiera, militar, etc. Y la fuerza de los que participan en el reparto cambia de forma desigual, ya que el desarrollo armónico de las distintas empresas, trusts, ramas industriales y países es imposible bajo el capitalismo. Hace medio siglo, Alemania era una insignificancia comparando su fuerza capitalista con la de Gran Bretaña; lo mismo puede decirse al comparar Japón con Rusia. ¿Es “concebible” que en diez o veinte años la correlación de fuerzas entre las potencias imperialistas permanezca invariable? Es absolutamente inconcebible. Por tanto, en el mundo real capitalista, y no en la banal fantasía pequeñoburguesa de los curas ingleses o del “marxista” alemán Kautsky, las alianzas “interimperialistas” o “ultraimperialistas” —sea cual sea su forma: una coalición imperialista contra otra o una alianza general de todas las potencias imperialistas— sólo pueden ser inevitablemente “treguas” entre las guerras. Las alianzas pacíficas nacen de las guerras y a la vez preparan nuevas guerras, condicionándose mutuamente, engendrando una sucesión de formas de lucha pacífica y no pacífica sobre una sola y misma base de lazos imperialistas y relaciones recíprocas entre la economía y la política mundiales.”

Pero la época imperialista no es solo de crisis y guerras. También es una época plagada de revoluciones. Pero no de “revoluciones democráticas”, es decir burguesas, en las que la burguesía derrocaba los regímenes monárquicos para instaurar la república o una monarquía parlamentaria. La época en que la Asamblea Constituyente era una necesidad histórica para constituir la república burguesa terminó. Ahora, desde el comienzo del siglo XX, es la época de la revolución socialista, porque así lo plantean las condiciones objetivas de la situación del capitalismo en su fase imperialista: 

“Cuando una gran empresa se convierte en gigantesca y organiza sistemáticamente, apoyándose en un cálculo exacto con multitud de datos, el suministro de las dos terceras o las tres cuartas partes de las materias primas necesarias para decenas de millones de personas; cuando se organiza sistemáticamente el transporte de dichas materias primas a los puntos de producción más adecuados, a veces separados entre sí por cientos y miles de kilómetros; cuando un centro dirige las sucesivas fases de transformación de las materias primas en numerosos productos elaborados; cuando estos productos son distribuidos entre decenas y centenares de millones de consumidores (venta de combustibles en Estados Unidos y Alemania por el trust petrolero estadounidense) conforme a un plan único, entonces es evidente que nos hallamos ante una socialización de la producción, y no ante un simple “entrelazamiento”, que las relaciones entre la economía y la propiedad privadas constituyen un envoltorio que no se corresponde ya con el contenido, envoltorio que necesariamente se descompondrá si su eliminación se retrasa artificialmente, envoltorio que puede permanecer en un estado de decadencia durante un período relativamente largo (en el peor de los casos, si la curación del grano oportunista se prolonga demasiado), pero que, sin embargo, será inevitablemente eliminado.”

El único factor político que puede liquidar ese “envoltorio”, es decir, terminar con la propiedad privada de los medios de producción y de cambio, liquidar las fronteras estatales, y planificar la economía en manos de los estados obreros y luego en el plano internacional, es un partido marxista revolucionario, leninista, internacional.

¿Que las condiciones objetivas estarán maduras, pero que la conciencia del proletariado -que es el sujeto político de la revolución socialista- está tremendamente retrasado en relación a las condiciones objetivas? Bueno, esa es una verdad de Perogrullo, ni es ninguna novedad. Pero ante esa realidad, el camino no es la disolución oportunista del programa revolucionario, sino la lucha por ganar a la vanguardia obrera, y por movilizar a la clase trabajadora y detrás de ella a las masas populares, con el método del programa de transición, para establecer el puente entre su conciencia actual y el programa de la revolución socialista. No hay ningún atajo, no hay ninguna otra salida. 

Sólo una revolución socialista que liquide al imperialismo en los principales países podría evitar la guerra. Y si no logra evitarla, que es lo más probable por el retraso histórico del partido revolucionario, será posible forjarlo en el curso de las luchas que inevitablemente provocarán las calamidades de la guerra, siguiendo la estrategia leninista, de transformar la guerra imperialista en guerra civil, es decir, en insurrección y lucha revolucionaria de la clase obrera y el pueblo pobre contra las camarillas militares y políticas sangrientas al servicio de la gran burguesía. 

Construir un partido leninista y luchar por la revolución socialista: esa es la única esperanza para salir de la barbarie capitalista, para un nuevo resurgir de la humanidad.

Antonio Bórmida 21/6/19

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