Estamos más acostumbrados a analizar las crisis internas y “grietas” en los países semicoloniales, en particular cuando por entre ellas irrumpen las masas con sus movilizaciones revolucionarias.
La creencia de que en los países imperialistas hay una unidad monolítica de la burguesía es un mito. Nosotros, renunciamos hace tiempo a la caricatura de análisis que nos presentaba un frente unido contrarrevolucionario vs un movimiento de masas revolucionario que luchaba sin direcciones o contra sus direcciones, heredado del morenismo. Sin embargo, ahora desde la asunción de Donald Trump a la presidencia de los EE.UU, desde el Brexit, y la puja en el continente europeo entre los europeístas y los aislacionistas, los enfrentamientos entre las fracciones políticas en las que la crisis del capitalismo mundial las ha sumergido, se hacen mucho más visibles.
En EE-UU durante los últimos meses inclusive ha corrido la versión de la posibilidad de llegar a un impeachment, como los que últimamente se han puesto “de moda” como método para ajustar cuentas y cambiar el eje del poder político en países semicoloniales.
Las principales acciones promovidas por algunos diputados demócratas giran alrededor de la cuestión de la injerencia rusa en la campaña electoral presidencial de 2016, que habría perjudicado a Hillary Clinton. Un jurado encontró culpable de ocho cargos por fraude a Paul Manafort, otrora jefe de la campaña presidencial de Donald Trump. Y casi de forma simultánea, pero tras llegar a un acuerdo con la fiscalía, el ex-abogado personal del presidente Trump, Michael Cohen, se declaró culpable de cargos como evasión fiscal y violación de la ley de financiación electoral.
Mientras se discutía cuánto podían afectar al primer mandatario estas cuestiones, en una entrevista de Fox News difundida el 23 de agosto, Trump dijo que, «si alguna vez soy sometido a un ‘impeachment’, creo que el mercado podría colapsar. Creo que todos podríamos ser más pobres». Y añadió que no se explica cómo podrían «someter a un ‘impeachment’ a alguien que ha hecho un gran trabajo».
The New York Time informó hace pocos días, que el vicefiscal general de EE-UU, Rod Rosentein, propuso el año pasado grabar en secreto a Donald Trump como parte de un plan para que los miembros del Gabinete -invocando la Constitución- declararan al presidente incapaz de ejercer su cargo.
En este momento, a un mes de las elecciones legislativas de medio término, un nuevo capítulo del enfrentamiento entre facciones burgueses se expresa en la denuncia de Christine Blasey Ford contra Brett Kavanaugh postulado por el oficialismo para integrar la suprema Corte de justicia, lo que le daría a Trump el control de esa institución clave.
Esta es la espuma, pero el fenómeno de la cual emerge son los enfrentamientos por el poder y por orientar -según los intereses de cada una- el curso de la política interna e internacional entre dos fracciones de la gran burguesía imperialista norteamericana.
Las fracciones en lucha
Según escribe Wim Dierckxsens (*), los opositores más visibles al gobierno de Trump -y una de las fracciones en lucha internacionalmente- es la del capital financiero anglo-americano globalizado. “Es una Red Global de Cities Financieras, con su centro en Wall Street y la City de Londres, pero presentes también en Hong Kong, Bombay, Buenos Aires, Sao Paulo, etc. Esta fracción del capital financiero está encabezada por bancos como el City Group (la mayor empresa de servicios financieros del mundo con sede en Nueva York), HSBC (la segunda de estas empresas, con sede en Londres), Lloyd’s (el principal mercado de seguros y reaseguramientos, con sede en Londres) y Barclays (la cuarta mayor compañía de servicios financieros, con sede igualmente en Londres). La red financiera internacional de la Gran Banca Global Rothschild está detrás de HSBC y Lloyd’s Bank, y detrás de los últimos aparecen empresas transnacionales como Cargill, Monsanto, Shell y Unilever. Es interesante saber que los Rothschild controlan además los principales medios de comunicación (CNN, BBC, Reuters News, Associated Press, ABC, CBS, NBC, CNBC, y otros canales de televisión y diarios en todo el mundo)”.
Según Dierckxsens los Rothschild también “controlan la CIA (Agencia Central de Inteligencia) y la OTAN como su brazo armado, y que hay pocas naciones donde no controlan el banco central”.
“Este sector del capital financiero global es el que invierte directamente a través de sus empresas transnacionales ubicadas en países emergentes y primero que nada en China. Ya en 2007 un informe del Instituto McKinsey señalaba que los mercados financieros en las economías emergentes representaron ese año la mitad del crecimiento del total de los activos financieros. Como demuestra un reciente estudio de la OCDE el crecimiento global del PBI en la primera década del siglo XXI se debe más a las inversiones en los países emergentes que a las invertidas en economías avanzadas”.
Donald Trump se apoyaría en cambio, en otra fracción del capital financiero que aspira conservar la hegemonía de este país en el mundo, que está expresada políticamente en parte por el Tea Party del partido Republicano, y está integrada por la banca comercial de los EUA encabezada por la familia Rockefeller y por capitales con asiento en la esfera del complejo industrial-militar, el petróleo, la industria farmacéutica entre otras, entrelazados en los directorios de sus megabancos y de sus corporaciones multinacionales (JP Morgan-Chase, Bank of América y Foxs News Corp-Rupert Murdoch-Goldman Sachs, etc.) con más desarrollo en lo nacional y regional-continental que en lo global.
Mientras que la primera fracción actúa en el campo global y por encima del Estado nación –superándolo, aunque sin abandonarlo- apoyándose más bien en las alianzas constituidas en los organismos internacionales, la otra fracción sigue haciendo eje en el Estado nacional para desde allí controlar regiones-continentes.
“Son dos campos enfrentados compuestos por grandes bancas financieras. Los Rothschild provienen de la Europa con centro en Londres y del negocio financiero, bancario y del oro. Mientras los Rockefeller tienen su origen EE.UU. y en el negocio de la industria del petróleo en 1870 y a partir de este negocio industrial se hacen con el gran banco Chase Manhattan, que luego será el hoy JP Morgan-Chase. Son parte del enfrentamiento por el petróleo en 1891, entre el petróleo con origen en Bacu/Rusia de los Rothschild/Marcus, que luego será la Shell, y el de origen en Ohio/EE.UU. de los Rockefeller que será la Stándar Oil/Exxon.”
“Durante la última década del siglo pasado, a partir de megafusiones y grandes adquisiciones, las transnacionales y los principales bancos financieros se transforman en «Estados privados sin fronteras ni ciudadanos». Forman juntos y entrelazados un capital financiero globalizado que no da cuenta de nada a nadie más allá de sus mayores accionistas.”
Como si el “alma” (el capital financiero globalizado) abandonara el cuerpo y flotara por encima del Estado Nación, debilitándolo como tal desde el punto de vista económico y subsumiéndolo en una alianza militar internacional, este fenómeno es una manifestación contradictoria de la decadencia de la hegemonía de EE-UU como potencia imperialista dominante. En respuesta a esta fracción del capital ficticio parasitario que está liquidando a EE-UU como si fuera una enfermedad que lo “consume”, Trump introdujo un nacionalismo industrialista que se apoya en otra fracción del capital financiero, la del llamado “continentalismo” financiero neoconservador.
Con el Brexit y las elecciones de EE-UU el capital financiero globalizado sufrió un serio revés. El globalismo financiero es fuerte en el plano global pero débil dentro de EE-UU y con el Brexit también se debilitó en la Unión Europea. La política de Donald Trump refleja los intereses de un nacionalismo industrialista que disputa con el globalismo financiero y, a pesar de que –según Dierckxsens- tiene divergencias, se apoya y establece alianzas con el continentalismo financiero.
Trump y sus aliados del continentalismo financiero neoconservador y en el nacionalismo industrialista, necesitaron aumentar la tasa de interés para atraer el crédito de todo el mundo. El alza en las tasas de interés que comenzó en diciembre de 2016 orientó el flujo de capital ficticio y especulativo hacia EE-UU, pero esta vez, dada la política fiscal de Trump (de rebaja impositiva) y la caída general del salario, ese capital pasó de la especulación a financiar la producción. El reflujo del capital también incluyó el regreso de las inversiones de empresas transnacionales que con ello ayudaron a financiar el plan de Trump de reindustrializar EE-UU con nueva infraestructura y reposicionarlo como potencia industrial mundial.
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Esta lucha interna entre los distintos intereses de la principal potencia económica y militar se ha visto en las diferentes orientaciones de la política exterior en las distintas “administraciones” Bush, Obama y Trump. Contrariamente a lo que plantea Dierckxsens y la corriente que tiene como referencia a Samir Amin (**), los cuales se posicionan a favor del nacionalismo que sería un capitalismo “bueno” por ser “productivista”, contra un capitalismo financiero “malo” que sería especulativo, en ambas fracciones el peso determinante lo tiene el capital financiero, que además tanto en un caso como en el otro no lo separa una barrera infranqueable del “capital productivo”, sino que son dos momentos, estados o formas del capital, como el propio autor lo relata, al afirmar que el capital financiero globalizado se invierte en la producción en los países semicoloniales “emergentes”, mientras que queda clara la subordinación y dependencia del “nacionalismo industrialista” a las inversiones de la banca Rockefeller.
El análisis de estos reputados profesores se basa en la búsqueda de un capitalismo “bueno” productivista, al que descubren detrás de los Estados nacionales de Rusia-China y otros BRICS (Brasil). Al mismo tiempo que embellecen al gobierno de Trump, al afirmar que el peligro mayor del advenimiento del fascismo proviene del globalismo financiero representado políticamente en los demócratas y -en las elecciones pasadas- en Hillary Clinton. No fue un desliz arrebatado, la comparación de Trump con el peronismo, que hicieron Cristina K y Moreno. Por otra parte, estos autores reportan políticamente a organizaciones como el Partido de Trabajadores de Brasil. Y habiendo descartado la posibilidad de una revolución socialista ponen su fe esperanzadora en un entendimiento entre Rusia-China, Donald Trump y el Papa Francisco, que alumbraría a un nuevo ciclo de post-capitalismo multilateral no imperialista.
Son intelectuales que se aferran al pasamanos de un ascensor en caída libre, diría Trotsky. El imperialismo capitalista va de cabeza a una nueva y terrible guerra mundial. ¡¡Los trabajadores tienen que saberlo!! Porque son sus vidas y las de sus hijos las que sucumbirán en las batallas o por la barbarie misma engendrada por la guerra.
Hay demasiados ejemplos en la historia de guerras provocadas por la propiedad privada y la división de la sociedad en clases antagónicas. Y dos tremendas guerras mundiales bajo el capitalismo en su fase imperialista.
Pero si queremos ver una muestra reciente, que sería como un botón frente a lo puede venir, veamos las fotos dantescas de Siria, con sus ciudades arrasadas y los cadáveres bajo los escombros. O la imagen de Alan Kurdi sin vida sobre las costas europeas simbolizando la emigración masiva provocada por la guerra y la miseria. Foto rápidamente olvidad para dar paso a la persecución de los inmigrantes y su reclusión en campos de concentración.
Nosotros tampoco adherimos a la posición contraria, que afirma que los demócratas son de “izquierda” y un imperialismo bueno.
Sólo basta ver las intervenciones militares bajo Obama o en los demás gobiernos demócratas. Lo que ocurre es que el capital globalizado exige cierta estabilidad internacional y por eso, a fuerza de intervenciones militares y bombardeos, promueve acuerdos políticos y comerciales globales. Pero la crisis de la “globalización” se puso definitivamente en evidencia no sólo en 2007-8, sino en la desarticulación creciente de la UE, en el Brexit y en el redescubrimiento de las ventajas del Estado Nacional, propio de la situación de crisis sin salida del capitalismo actual.
Como decía Trotsky:
“…el desarrollo económico de la humanidad, que terminó con el particularismo medieval, no se detuvo en las fronteras nacionales. El crecimiento del intercambio mundial fue paralelo a la formación de las economías nacionales. La tendencia de este desarrollo -por lo menos en los países avanzados- se expresó en el traslado del centro de gravedad del mercado interno al externo. El siglo XIX estuvo signado por la fusión del destino de la nación con el de su economía, pero la tendencia básica de nuestro siglo es la creciente contradicción entre la nación y la economía.
…Hace mucho que la era de los trusts, las corporaciones y los cárteles relegó al olvido la libre competencia. Pero los trusts se reconcilian con los restringidos mercados nacionales menos todavía que las empresas del capitalismo liberal. El monopolio devoró a la competencia en la misma proporción en que la economía mundial se apoderó del mercado nacional. El liberalismo económico quedó fuera de época al mismo tiempo que el nacionalismo económico. Los intentos de salvar la economía inoculándole el virus extraído del cadáver del nacionalismo producen ese veneno sangriento que lleva el nombre de fascismo.
… Al liberalismo económico hace mucho que le llegó la hora final. Sus mohicanos apelan cada vez con menos convicción al libre juego automático de las distintas fuerzas. Hace falta nuevos métodos para adecuar esos gigantescos trusts a las necesidades humanas. Tienen que producirse cambios radicales en la estructura de la sociedad y de la economía. Pero los nuevos métodos chocan con los viejos hábitos y, lo que es infinitamente más importante, con los viejos intereses. La ley de la productividad del trabajo golpea convulsivamente las barreras que ella misma erigió. Este es el núcleo de la grandiosa crisis del moderno sistema capitalista.
… El ultramoderno nacionalismo económico esta irrevocablemente condenado por su propio carácter reaccionario; retrasa y disminuye las fuerzas productivas del hombre.
…Los criaderos del nacionalismo son también laboratorios de terribles conflictos futuros; como un tigre hambriento, el imperialismo se replegó en su cubil nacional a fin de prepararse para un nuevo salto.
… En su momento el nacionalismo democrático hizo avanzar a la humanidad. Todavía ahora puede jugar un rol progresivo en los países coloniales de Oriente. Pero el decadente nacionalismo fascista, que prepara explosiones volcánicas y grandiosos estallidos a nivel mundial, no significa otra cosa que la ruina. Todas nuestras experiencias de los últimos veinticinco o treinta años parecerán sólo una idílica obertura comparadas con la música infernal que se aproxima. Y esta vez, en el caso de que la humanidad que trabaja y piensa se demuestre incapaz de tomar a tiempo las riendas de sus propias fuerzas productivas y organizarlas correctamente a escala europea y mundial, no será una decadencia económica circunstancial sino la devastación económica total y la destrucción de nuestra cultura.” (El nacionalismo y la economía, 1933)
Ahora la amenaza de guerra imperialista apunta en primer lugar a Siria e Irán. Pero también “está sobre la mesa” de Trump la opción militar para Venezuela. Es decir, América Latina no quedara al margen. Nuestro continente latinoamericano es una parte importante del territorio y las riquezas en disputa internacionalmente. Las bases militares que empezaron a instalarse con diferentes excusas de buenas intenciones humanitarias, no pueden engañar a nadie sobre sus verdaderos objetivos. De nada serviría meter la cabeza en un agujero en la tierra como el avestruz. Hay que mirar la realidad de frente y prepararse. Sólo la revolución socialista internacional puede impedir la guerra, o después de ella hacer surgir un futuro para la humanidad. Es por eso que la tarea más urgente de la vanguardia del proletariado está en construir un partido internacional de trabajadores revolucionario.
Antonio Bórmida 6/10/18
(*) Wim Dierckxsens (Holanda) doctor en ciencias sociales de la Universidad de Nimega, Holanda y coordinador del “Observatorio internacional de la crisis”.
(**) Samir Amin, economista de origen egipcio, referente del reformista movimiento “altermundista”, recientemente fallecido el 12 de agosto de este año. En 2001, Amin y otros intelectuales del movimiento contra la globalización como el español Ignacio Ramonet, y dirigentes políticos como el ex-presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva organizaron la primera reunión del Foro Social Mundial en Porto Alegre (Brasil).