Internacional: Formalizan alianzas y apuran preparativos para enfrentamientos militares

No hay luz al final del túnel 

La recuperación de la economía mundial de las consecuencias de la pandemia se hace esperar, aunque la mayoría de los gobiernos ya eliminaron las principales restricciones que afectaban la actividad económica. 

EEUU quiso darle un impulso a la recuperación para arrancar en punta, inyectando incentivos por varios billones de dólares. Ese empuje logró su efecto, pero llevando la inflación al 5,6%, un índice similar a los registrados previamente a la crisis de 2007-08. De todas maneras, luego del impulso inicial, el ritmo de la recuperación comenzó a decaer a causa de una nueva ola de la variante Delta. Además, las consecuencias inflacionarias de la generosa emisión de dólares empezaron a sentirse en todo el mundo. Al mismo tiempo, como todos los últimos años, el Congreso de EE-UU tuvo subir en 480 000 millones de dólares el techo del endeudamiento estatal que tenía un límite de 28,4 billones de dólares (el PBI del año 2020 fue de casi 21 billones), lo que alcanza apenas para que la administración Biden no caiga en default en los próximos dos meses.

Por otra parte, la economía China empezó a dar señales de la inestabilidad de su sistema financiero, cuando el “desarrollador” inmobiliario Evergrande entró en un proceso de quiebra, y empezó a arrastrar a otras empresas del sector. Habrá que ver si el gobierno chino lo deja caer. Si ello ocurre, la caída de este gigante de la construcción, con inversiones en otros negocios, por sus ramificaciones, tendría consecuencias para la economía a nivel mundial.

Es decir, cuando la economía mundial quiere levantar la nariz para respirar, dejando atrás lo peor de la pandemia, se encuentra con los problemas estructurales que no han desaparecido, sino que solo estaban encubiertos por la depresión pandémica.

De todas maneras, si bien la vacunación, que en algunos países abarca una franja importante de la población, ha permitido algún respiro por la baja de la curva de contagios, no hay que perder de vista que los países más pobres, por ejemplo, los del continente africano, prácticamente no están vacunados, con lo cual, además de lo que esto significará en pérdidas de vidas y padecimientos para la población africana, implica también un potencial riesgo muy importante de generación de nuevas variantes del virus y su consecuente desarrollo pandémico. El calentamiento global y la quiebra de las fronteras ecológicas que separaban las ciudades de la fauna salvaje, son también una fuente de gestación de nuevos virus, por lo que no se puede descartar, entre otras lacras de la decadencia capitalista que nuevas enfermedades afecten a la especie humana.   

Aunque efectivamente, por un período, se pudiera reducir al mínimo los efectos económicos de la pandemia, no hay que olvidar que la economía mundial ya a mediados de 2018 empezó a transitar una curva que se encaminaba a la recesión antes de que la pandemia la empujara a una profunda depresión. 

Tampoco hay que olvidar que esta crisis económica viene desde 2007, sin encontrar “la luz al final del túnel” del estancamiento declinante en el que entró en el 2013.

Los trabajadores y las masas populares, en un impasse

Las sucesivas crisis de los últimos 20 años han provocado sus correspondientes giros políticos. La llamada crisis del “neoliberalismo” de principios del milenio impulsó ascensos importantes, algunos de características revolucionarias como en Bolivia, o pre-revolucionarias en Argentina, que fueron contenidos con los gobiernos del MAS (Evo Morales) y del Kirchnerismo, respectivamente. En Venezuela, el Caracazo ya había hecho emerger con “delay” el triunfo del chavismo. En Brasil fue el primer turno de Lula.

La crisis económica mundial de 2007-09 y el posterior estancamiento declinante a partir de 2013, hizo girar políticamente a la clase media hacia la derecha “neoliberal”, en el marco de la desmoralización de los trabajadores con el populismo y los “progresismos” en general. Ese período se expresó en el triunfo electoral presidencial de Bolsonaro y Macri, y en el de la oposición proimperialista venezolana en las elecciones a la Asamblea Nacional en el año 2015. 

La curva descendente de la crisis en 2018, trajo como consecuencia mayores sufrimientos de los trabajadores y los pobres, sometidos a crecientes “ajustes”, es decir, aumento de la explotación, mayor desocupación, caída de los niveles –siempre escasos- de la asistencia social. La respuesta de las masas a esta situación desató levantamientos populares e importantes huelgas y movilizaciones políticas en varios países del mundo. Sin olvidar las movilizaciones antirracistas en EEUU, que expresaban un malestar más general en la juventud, y en otros países, particularmente en Latinoamérica se sucedieron en estos últimos tres años: Nicaragua, Haití, Costa Rica, Honduras, Ecuador, Chile, Bolivia, Perú y Colombia. A lo que podríamos agregar una fuerte polarización política en Brasil y Argentina.

Pero, mientras la clase trabajadora no logra destacar una nueva dirección revolucionaria, las burguesías nacionales sobreviven dentro del estrecho margen que les permiten las condiciones económicas de la crisis. Y como a medida que la crisis se profundiza, cada vez queda menos margen para las concesiones populistas, todos los gobiernos objetivamente se hacen más ajustadores, más parecidos, más de derecha. 

En varios países, luego de muchos días, semanas y meses de intensas movilizaciones, la burguesía con la ayuda de los partidos reformistas y las burocracias sindicales, logró desgastar las fuerzas y canalizar las aspiraciones hacia los procesos electorales que se presentaban cercanos en el horizonte.

Esta oleada de luchas que incluyeron levantamientos prerrevolucionarios, entró ahora en reflujo. En países que tienen una importante clase media urbana, que ha engrosado en los momentos de auge las movilizaciones, giran políticamente alrededor de los partidos de la burguesía, al igual que la gran mayoría de la clase trabajadora y los pobres, apoyando una posición de centro-izquierda moderada, es decir, la variante política de la burguesía con experiencia populista o socialdemócrata, que busca imponer una mayor explotación de los trabajadores y mayor miseria para el pueblo por medio de engaños y demagogia. Esto dio como resultado los triunfos electorales de AMLO en México y Alberto Fernández en Argentina, impulsa la candidatura de Lula en Brasil, en Chile levanta las encuestas que favorecen a Gabriel Boric del Frente Amplio –el Podemos chileno-, y “moderó” el discurso de Pedro Castillo, que rápidamente entró en el lugar en el que puede ser tolerado por la burguesía peruana, todo sea en aras de “mantener la gobernabilidad”.  De la misma manera, las movilizaciones contra el racismo en EE-UU, en buena medida, le dieron un marco social al triunfo del demócrata Biden.

Según Taiwán, la guerra ya tiene fecha

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Mientras esto ocurre en Latinoamérica, las potencias imperialistas y las emergentes apuran los preparativos para los enfrentamientos, que por ahora parecen inevitables.

Es que la crisis económica mundial que se arrastra desde 2007/08, no encuentra salida por los medios “normales”. Es una crisis de sobreacumulación de capital que ha llegado a un límite, colocando la tasa de ganancia a un nivel tan bajo que no moviliza la inversión productiva. Solo una gran liquidación de capital podría conseguir un nuevo ciclo largo de crecimiento. Pero los enormes consorcios que monopolizan el capital, sortean la crisis por el respaldo de los grandes estados imperialistas, que se endeudan para garantizar su supervivencia. Por lo tanto, la lucha por el mercado mundial entre los grandes consorcios monopólicos se trasladará inevitablemente a una lucha militar por la supremacía de sus monopolios sobre los de otras potencias. 

EEUU apunta directamente contra China, porque es la potencia que puede disputarle el control hegemónico del mercado mundial en el plano tecnológico, con sus consecuencias en el plano militar. Esa hegemonía hace rato que entró en decadencia y se podría decir que sufre grietas y resquebrajamientos, por donde China parece fortalecerse.

Impresionados con las imágenes, algunos caracterizaron la retirada desordenada de Afganistán como una derrota del imperialismo estadounidense, y la compararon con la salida de Saigón. En realidad, EEUU hace una nueva reasignación de sus tropas, y al mismo tiempo elimina un pozo sin fondo de gasto y corrupción, dejando de sostener una posición que no tenía un objetivo estratégico definido.

Los centristas que radicalizan sus comentarios y caracterizaciones a la distancia, omiten que la retirada de Afganistán fue acordada un año antes de hacerse efectiva, cuando aun Trump era presidente, por su secretario de Estado Mike Pompeo en una reunión que mantuvo personalmente con los jefes de los Talibanes. EEUU no se retira como consecuencia de una derrota militar como en Vietnam, ya que no había tal enfrentamiento, aunque es obvio su fracaso al no lograr dejar un gobierno estable y favorable a sus intereses. Por el contrario de la retirada y la reconquista del poder por los talibanes salió beneficiada China, que ya tendió puentes para estrechar relaciones económicas con Afganistán. Esta relación se ve favorecida por la vinculación entre China y Pakistán, país con el que incluso China firmó un acuerdo para la provisión de tecnología e insumos para aumentar su reserva de armas nucleares. Pero como contracara este movimiento ha impulsado más decididamente a la India a estrechar relaciones con EE-UU, contra China, en el marco del acuerdo QUAD.

A poco tiempo de la retirada, EEUU puso su foco en donde verdaderamente más le interesa. La constitución de la alianza militar llamada AUKUS, entre EEUU, el Reino Unido y Australia, aparece como la punta de lanza de acuerdos más amplios como el QUAD que incluye a Australia, India y Japón, y otro más amplio que busca sumar más definidamente a Canadá, Singapur, y Corea del Sur, del cual tampoco habría que descartar a Vietnam.

El affaire de la venta de 8 submarinos de propulsión nuclear por parte de EEUU a Australia, pasándole por arriba al negocio (de 66 mil millones de dólares) que esperaba concretar Francia, desató roces, quejas y una movida diplomática, pero sobre todo un nuevo llamado de Francia principalmente destinado a Alemania para independizarse militarmente de EEUU y la OTAN. Es decir, a avanzar definitivamente a constituir las Fuerzas Armadas Europeas, que a pesar de las constantes declaraciones de Macron, todavía no ha pasado de sus pasos iniciales. Mientras tanto, en las elecciones alemanas ganó la socialdemocracia, que tiene relaciones más fluidas con Rusia. Y la finalización del Nordstream 2 a pesar de las duras presiones de EEUU, es considerado un triunfo de los sectores que pugnan por una alianza entre Alemania y Rusia, que seguramente incluiría como mínimo a Francia.

En ese marco, a pesar de las maniobras diplomáticas que parece ensayar Biden con el viaje de Antony Blinken a París para recomponer la relación Francia, difícilmente este país vaya a formar parte de una alianza militar al servicio de los intereses de EEUU.

Y mientras tanto China envió 56 aviones de guerra a la zona de identificación de defensa aérea de Taiwán durante un solo día, completando un total de 150 en menos de una semana.

La situación se recalienta alrededor de Taiwan, que China reivindica como una provincia parte de su territorio nacional, mientras los taiwaneses y EEUU más aliados pretenden se mantenga independiente.

El ministro de Defensa taiwanés, Chiu Kuo-cheng, afirmó el miércoles de la semana pasada que China será «capaz de organizar una invasión a gran escala» de la isla para el año 2025, dando por hecho que habrá un conflicto militar.

Mientras realiza simulacros de desembarco en playas del estrecho de Taiwán, el Ejército Popular de Liberación de China (EPL) ha anunciado este martes 11 que «Si las fuerzas separatistas se atreven a separar Taiwán de China en nombre de cualquier cosa y por cualquier medio, el Ejército Popular de Liberación aplastará [sus intenciones] con determinación y a cualquier costo».

Todo parece indicar la proximidad de una guerra entre China y Taiwán, que al desatarse e involucrar a las principales potencias, rápidamente podría escalar a una guerra mundial.

Es una tarea fundamental la explicación paciente de esta catástrofe que nos amenaza, para preparar las movilizaciones de masas contra la guerra, para preparar la conciencia para las consecuencias revolucionarias que una guerra puede generar. Y si la guerra se produce, para transformarla en guerra civil de los trabajadores y las masas populares contra la burguesía y los imperialismos.

Así es que los pequeños núcleos que nos postulamos como vanguardia revolucionaria de la clase trabajadora, tenemos como tarea fundamental, apurar el paso para construir partidos revolucionarios interviniendo en la lucha de clases, y una organización internacional que por más débil que pueda ser, será superior políticamente a cada grupo por separado.

Antonio Bórmida 17/10

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