La bajante histórica del Paraná no es un fenómeno natural

En muchos medios de comunicación masiva se menciona que el río Paraná ha tenido una de las más grandes bajantes de las últimas décadas; nos encontramos con notas que explican cantidades y comparan con años anteriores. Todos expresan preocupación y alarma, pero la mayoría no explica cuál es el motivo. Como si la bajante fuera el resultado sólo de un ciclo natural que deberemos esperar a que pase, hasta que todo vuelva a un “equilibrio”.

Lo cierto es que esta bajante es producto del sistema de producción capitalista que está en decadencia y fuerza a la naturaleza hasta límites nocivos para la vida. Esta bajante histórica, es producto del desmonte, del agronegocio y especulación inmobiliaria de los grandes empresarios que causan alteraciones en la naturaleza.

El bajo nivel de agua del Paraná es el que vemos con mayor cercanía y nos afecta más directamente; esta bajante implica menos flora y fauna en el río, humedales, islas; además afecta nuestro consumo de agua potable.

Sin embargo, no es sólo este río el que “se está secando” y el problema de la falta de caudal de aguas surge por otro problema ambiental, que es la falta de bosques nativos que son los que producen la humedad suficiente para que llueva y suban los ríos. No sólo es preocupante por el bajo nivel de agua sino también por la prolongación en el tiempo de esta situación. El investigador del CONICET, Juan José Neiff aseguró que el bajo nivel de este río “es récord también en la cantidad de tiempo, debido a que las aguas permanecen bajas hace 730 días y el pronóstico indica que continuará hasta diciembre”.

Sin ríos del cielo, no hay ríos en la Tierra

Con el nombre de ríos del cielo se conocen popularmente a los flujos aéreos masivos de agua en forma de vapor que son alimentados por la humedad que evapora la selva amazónica y pueden transportar muchísima agua. Estos cauces de humedades aéreas languidecen porque cada vez hay menos superficie de selva y su destrucción tiene consecuencias también a miles de kilómetros de los territorios en donde se producen los incendios.

Las quemas del Amazonas, realizadas por quienes festejan las “cosechas record” (de sojas, maíz, alguna que otra forrajera y oleaginosa) y agro ganaderías arrasadoras son unas de las mayores responsables de la pérdida de esos “traslados aéreos” de agua. Ni la vegetación de los bosques creados artificialmente para su explotación, ni de las plantaciones, pastizales o cultivos son capaces de mantener la humedad suficiente para la vida óptima ni de generar los ríos voladores que llegan en forma de lluvia al Paraná. Lo más alarmante y triste es que el tiempo de regeneración de estos bosques nativos y sus especies es de 500 años.

¿Qué pasa con la selva amazónica?

Si bien existen fenómenos naturales como “La niña/El niño” que implican que nuestra región transite por períodos secos, con pocas lluvias en alternancia con períodos de muchas precipitaciones, la deforestación en el Amazonas es la mayor causa por la cual no se están renovando los caudales de aguas de los ríos; varios de ellos ven sus aportes muy limitados, al punto de poder transitar a pie zonas que deberían ser fluviales. Pero a causa de incendios forestales intencionales, talas y desmontes desmedidos sobre estas y otras zonas naturales hoy se ven peligrosamente modificadas.

La destrucción proviene de compañías internacionales de carne y soja a gran escala como JBS y Cargill, y las marcas como Costco, McDonald’s, Walmart vinculadas a éstas, que les compran a sabiendas de que con ello están promoviendo los incendios y la deforestación.

Todas estas empresas suben a los escenarios de las cumbres climáticas y se comprometen a eliminar la deforestación de sus cadenas de suministros, pero como siempre todo queda en promesas; el 2020 y lo que va del 2021 vienen siendo record en cantidad de focos de incendios y superficies quemadas. No sólo en Argentina, sino en todo el mundo. La Amazonía tuvo en 2020 el tercer peor año de su historia al perder 2,3 millones de hectáreas de selva, una superficie similar a la extensión de El Salvador. Casi el 70 % de los incendios ocurridos en territorio brasileño corresponden a grandes áreas que han sido deforestadas en los meses anteriores para instalar cultivos o tierras para la ganadería y tanto Bolivia como Perú tuvieron records de focos y hectáreas destruidas.

Los impactos que están provocando son de alcance transnacional. La destrucción del Amazonas no sólo se ve en Brasil. Justo al otro lado de la frontera, en la Amazonía boliviana, se han quemado millones de acres, para despejar la tierra para nuevas plantaciones de alimento para ganado y soja y Paraguay viene experimentando una devastación similar. En lo que va de este año ya van más de 300 focos de incendios.

Efectos de la sequía del Paraná

La altura media del río Paraná en inviernos es de 3.20 mts, hace unas semanas se encontraba con un nivel límite de -0.03, es decir por debajo del nivel del mar. Con esto se ve afectada no sólo la circulación de los grandes barcos que trasladan enormes cargas para su exportación y con esto aumentan los sobredragados, cargándole más daño al río; sino también la navegación de las pequeñas embarcaciones (se estima que son 3000 familias las que viven de la pesca artesanal) y con esto la entrada de insumos y alimentos de familias del Delta.

El consumo de agua potable comienza a peligrar (la planta potabilizadora de Rosario abastece a más de 1 millón de personas), las plantas colocan más bombas para evitar el desabastecimiento con esto se le sigue imprimiendo a toda la zona natural una sobrecarga que no sólo nos afecta a las personas sino también a las poblaciones no humanas (peces, anfibios, aves, vegetación) de los humedales que es un hábitat que necesita estar cubierto de agua para que subsistan todas sus especies y hoy están totalmente secos (del 40% de cobertura habitual del agua están en un 6%).

El Instituto Nacional del Agua (INA) apuntó que la tendencia descendente “continuará predominando en los próximos tres meses”, al menos, y exigió “especialmente” atención a mantener “la captación de agua fluvial para consumo urbano”. Alertando sobre impactos por su uso también “para refrigeración de centrales de generación eléctrica y de procesos industriales”. Y la central hidroeléctrica Yacyretá, que comparten Argentina y Paraguay, emitió un comunicado en el que explicó que prevé una profundización en la bajada del caudal que alimenta la represa.

El ecosistema de humedales está adaptado a los ciclos de sequías e inundaciones, el flujo de agua determina el movimiento de seres vivos, el gran problema es que hace desde el año 2015 que no se produce el nivel de inundación temporal necesario y natural en estos humedales, que propicie y genere el espacio de reproducción de crías de peces que junto con la sobrepesca produce la pérdida de especies que ya no van a poder reproducirse.

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Si bien ya nos hemos encontrado con alguna sequía similar en cantidades hace varias décadas, la capacidad de regeneración del medio es mucho menor a causa de la depredación ambiental capitalista. La bajante extraordinaria del río Paraná será mucho más difícil de superar que la de hace 50 años porque hoy es un río sobreexplotado e intervenido desmedidamente por las grandes corporaciones para lucrar.

¿Qué hacen los gobiernos patronales para enfrentar esta situación?

Ante cada avance de los grandes empresarios sobre la naturaleza todos y cada uno de los gobiernos burgueses se muestran inertes. Hace unas semanas, Alberto Fernández declaró el “Estado de Emergencia Hídrica” por 180 días en la región de la cuenca del río Paraná que afecta a las provincias de Formosa, Chaco, Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos, Misiones y Buenos Aires. No es una medida para impedir algo, sino para trabajar sobre los hechos ya consumados. Al igual que la ley de humedales (de la cual algunos sectores reformistas ecologistas hacen una panacea) y la ley del manejo del fuego, que destinan presupuestos (encima insignificantes) para “arreglar” lo que ya se destruyó. Y si agilizan algunas cuestiones es porque se acercan las elecciones y no porque les importa el río, el agua y que los trabajadores accedamos a ella de forma segura. Bien demostrado queda esto cuando permiten el ingreso de las megamineras que utilizan millones de litros de agua para separar los metales que se quieren llevar y las rocas, dejando poblaciones enteras sin poder acceder al agua para consumo.

Las medidas tomadas están más relacionadas a asegurar que, a pesar de la bajante del río, los empresarios que dependen del Paraná para importar y exportar no vean frenadas sus actividades, que el Banco Central les dé créditos y que AFIP suavice impuestos sobre ellos. El gobierno de los Fernández deja bien claro en cada acción cuál es el rumbo económico que está buscando: impulsa la mega minería, el agro negocio, el fracking, aprobó el trigo transgénico, también está fomentando las megas factorías porcinas. Su compromiso no es con el medio ambiente y el pueblo trabajador, sino con los empresarios que buscan aumentar sus ganancias.

La gran crisis climática no se ve sólo en las sequías del Paraná

Hace unos días salió publicado un informe de la ONU que detallaba los terribles efectos que están produciendo las emisiones de CO2 en el planeta Tierra. El calentamiento global se acelera con riesgos de desastres “sin precedentes” y con consecuencias “irreversibles” para la humanidad, advierte.

Varios informes anteriores detallaban que, si la temperatura global del planeta seguía subiendo y que, si los gobiernos de todos los países del mundo no regulaban los gases de efecto invernadero que producen las grandes empresas de la industria y la agroganadería, se iría a un escenario de catástrofes ambientales profundas. Este nuevo informe explica que todo lo que se prevía llegará con más rapidez de lo esperado, la temperatura del planeta alcanzaría el umbral de +1,5ºC respecto a la era preindustrial alrededor de 2030, diez años antes de lo previsto en la estimación de 2018. Antes de 2050 se superaría este umbral, e incluso se llegaría a +2ºC si no se reducen drásticamente las emisiones.

El planeta ya ha alcanzado los +1,1ºC y ya comenzamos a sufrir sus consecuencias. Fuegos que arrasan en Estados Unidos, Grecia o Turquía; así como acá vivimos una terrible sequía se vienen sucediendo diluvios con grandes inundaciones como en Alemania, Suiza, Holanda o China en donde llovió en un día el equivalente a ocho meses, cobrándose la vida de varias personas, decenas de heridos e incontables daños materiales para los más pobres. Otros países llegan a temperaturas máximas de 50° como en Canadá. También se prevén huracanes con mayores intensidades, aumentos de los niveles del mar y aceleración (aún más) del derretimiento de los cascos polares en Groenlandia y parte de la Antártida, lo que dejará ciudades enteras bajo el agua.

A menos de tres meses de la cumbre del clima en Reino Unido, los expertos del IPCC, el organismo de Naciones Unidas que estudia el clima, responsabilizó al ser humano en general por estas alteraciones y advirtieron que no hay otra opción que reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero.

Una gran proporción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) se desarrollan por el uso de combustible fósil en el transporte, de mercancías y de personas, incluyendo los vuelos comerciales. Otra gran parte lo generan las industrias, sobre todo al crear materiales de construcción como el cemento. Las grandes empresas de agricultura y ganadería generan un 14%, al transformar zonas de bosque o monte en tierras de cultivo y pastoreo. En nuestros hogares sólo se produce un 6% a la hora, por ejemplo, de cocinar y de calentar nuestras casas.

La verdad es que no todos los seres humanos son responsables en la misma medida. Y mientras muchos de los videos, publicidades, flayers, etc., para concientizar sobre esta situación apuntan a la moral de los “buenos ciudadanos” que deben dejar ciertos hábitos para la disminución del consumo, para reducir estas emisiones, poco se habla de los verdaderos culpables y del modo de producción capitalista que destruye y que es el mayor culpable de la emisión de gases de efecto invernadero.

Es la clase capitalista explotadora la que se beneficia con la quema de combustibles fósiles (petróleo, gas y derivados), es la burguesía la mayor generadora de gases de efecto invernadero y quienes alteran el clima de forma abrupta en un período muy corto. Porque su único objetivo es obtener las máximas ganancias sin importar nada de lo que les ocurra al pueblo trabajador y al planeta. La clase capitalista es depredadora social y ambiental. No es un problema moral, ni es posible reformarla, porque esa condición es inherente al funcionamiento orgánico de la acumulación capitalista.

La urgencia del cambio climático pide a gritos terminar con la sobreexplotación del planeta. Pero si las decisiones sobre qué se produce, cuánto y cómo son tomadas por los mismos empresarios que lucran con la explotación de los trabajadores, su precarización y con la depredación ecosistémica, eso no va a ser posible. Cualquier mejora en la forma de producción como la búsqueda de energías renovables, bajo el capitalismo, se convertiría en un negocio “verde”, que arreglará un problema para crear otro mayor. Y todo lo que tenga que ver con los negocios y el aumento de la rentabilidad de la burguesía nunca mejorarán la situación del Planeta Tierra.

Nos quieren convencer de que cambiando pequeños hábitos individuales podremos solucionar los efectos del cambio climático, esto no alcanza porque los pocos litros de agua o gas que podamos ahorrar en casa no se comparan con el avance monstruoso de la deforestación de bosques nativos y las grandes emisiones de GEI que producen las grandes multinacionales. Para terminar con la destrucción de los ecosistemas y todo lo que eso puede desencadenar, es necesario cambiar el modo de producción capitalista. Es su irracionalidad buscando aumentar las ganancias la que lleva a esta destrucción, aunque cueste la vida de millones de personas a través de pandemias zoonóticas como la que estamos atravesando y aunque ello implique las destrucciones de la biodiversidad de los ecosistemas.

La única manera de hacer posible que las actividades económicas se realicen de manera verdaderamente “sustentable”, es a través de la planificación de la economía que sólo puede ser garantizada por un gobierno de trabajadores, porque mientras la clase capitalista hace ganancias depredando el medio ambiente, los trabajadores somos históricamente la fuerza creadora, la que construye, cuyo interés está en proteger el ambiente para las nuevas generaciones. Para poder logarlo necesitamos organizar una revolución que termine con el Estado burgués (que garantiza la propiedad privada) y expropie a los capitalistas. Así produciremos en base a un plan económico racional elaborado por nosotros mismos, para satisfacer las necesidades del pueblo trabajador y no las de los ecocidas capitalistas.

Elsa Campilongo 10/8/21

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