Finalmente, tras cuatro días de incertidumbre, el 7 de noviembre, se dio por definido el resultado electoral para la presidencia de los EE-UU. Aunque Donald Trump haga las correspondientes acciones judiciales relativas a sus denuncias de fraude, su suerte parece ya echada.
La jornada electoral y las posteriores, estuvieron cargadas de tensión. A pesar de que los resultados obtenidos por Biden contando todos los votos emitidos, le daban el triunfo claro con 290 electores y mientras los demócratas se concentraban en Washington para festejar, Trump continuaba declarando que las elecciones están muy lejos de terminar, que no se retiraría de la Casa Blanca y que apelará a todos los tribunales de justicia que haga falta hasta llegar a la Suprema Corte. Con esas declaraciones agita a su base electoral que se concentró en ciudades como Filadelfia, la que fue militarizada por su gobierno con el despliegue de la Guardia Nacional, ante el temor de enfrentamientos armados entre las milicias fascistas y las milicias negras.
La cuestión es que, por un lado, los resultados fueron muy ajustados en estados en los que se esperaba una “ola azul” a favor de Biden. Por otro, en la medida que era pequeña la diferencia a favor de Biden en los estados que definían las elecciones, y además se obtenía con votos llegados por correo a posteriori de la fecha electoral, crecían las denuncias de Trump sobre fraude, lo que obligó en algunos estados a separar esos votos, aunque no pudo impedir que fueran contados.
Aparentemente, la “ola” de los votantes negros y latinos que se esperaba que volcaran la votación para Biden, no fue tan grande. Tampoco la de las mujeres, teniendo en cuenta que por primera vez una mujer (y “no-blanca”) era candidata a la vicepresidencia. También una parte de los votantes blancos que apoyaron a Trump en la elección anterior, esta vez lo abandonaron por los demócratas. Esto indica que las cuestiones raciales y de género, aunque tuvieron incidencia en la población más joven, no fue cualitativamente decisiva en el resultado electoral.
En cambio, parece que lo que más tuvieron en cuenta los votantes, sobre todo los de la clase trabajadora que 4 años atrás le dieron el triunfo a Trump, fue la respuesta del presidente ante el covid y, sobre todo, la situación económica, la pérdida de puestos de trabajo.
Finalmente, según pasaron los días la diferencia a favor de Biden se hizo notoria e irreversible, tanto en cantidad de electores como de votos, aunque Trump todavía no reconozca su derrota. Trump hizo una elección mejor a la esperada. Los republicanos van a mantener la mayoría en el senado y los resultados en cantidad de Estados es parejo. La sociedad norteamericana se evidenció muy dividida y polarizada, entre los que estaban con Trump o contra Trump, aunque no estén tan convencidos con Biden.
Este será el presidente con más edad al asumir y con problemas neurológicos manifiestos, por lo que desde ya se sabe que -con suerte- completará un mandato, y será una especie de gobierno de transición, lo que siempre implica debilidad y cuestionamiento de origen de gran parte de la población.
Desde las movilizaciones contra los asesinatos de negros por parte de la policía fue creciendo una polarización social, e incluso tuvieron protagonismo en las movilizaciones las milicias armadas, tanto de las organizaciones negras como de los racistas blancos. En algunos casos llegaron a estar frente a frente, en un ambiente de odio creciente.
De allí que semanas antes de la elección la prensa internacional manejara la posibilidad de enfrentamientos armados, y algunos incluso planteaban la posibilidad de que los acontecimientos llegaran a una guerra civil, lo cual da una idea de la gravedad de la crisis económica y social en curso.
La debilidad intrínseca de Biden, en la medida que defraude las expectativas que toda renovación presidencial genera, posiblemente abra un cauce mayor para el desarrollo de la lucha de clases.
¿Qué se puede esperar de Biden?
Quizás con más ansiedad que entre los norteamericanos, el resultado electoral era esperado por todos los dirigentes políticos de la burguesía y por la burguesía misma de todos los sectores y tamaños, y de todos los países, dada la preponderancia determinante de EE-UU en las perspectivas de la situación mundial. Sobre todo, porque Trump había profundizado en los últimos meses las presiones sobre China y sobre Alemania, en particular, sin obviar las ya habituales contra Irán y Venezuela.
Si bien durante el último gobierno demócrata de Obama, prevaleció una política de acuerdos a nivel internacional y de buscar consensos con el imperialismo europeo, eso se debió no a un interés congénito de los demócratas por el diálogo, sino porque se vieron obligados a levantar esa política ante el fracaso de la ofensiva militar sobre Irak y Afganistán, y el ascenso revolucionario de las masas árabes del norte de Africa y Medio Oriente que, dada la profundidad de la crisis internacional, se levantaban contra gobiernos y dictaduras como la de Mubarak -fundamental aliado de EE-UU- que habían tolerado durante 40 años.
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En relación a China no parece que vaya a cambiar la política, ya que fue durante el gobierno demócrata de Obama que el Pentágono modificó sus hipótesis de conflicto y pasó a identificar como peligrosos enemigos a las grandes potencias mundiales, trasladando gran parte de su flota militar al océano Indico y al mar del sur de China.
Entre EE-UU y China hay un antagonismo de intereses en la cuestión del Big Data, IA (inteligencia artificial) y G5. Esa es una cuestión común de todos los sectores de la burguesía imperialista yanki, aunque quizás la competencia afecte más directamente al llamado sector globalista de las grandes empresas tecnológicas, las “Big Five”, Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft.
Veremos si Biden anula las ventas de armamentos, que Trump le había prometido a Taiwán para fortalecer su defensa y apoyar su voluntad de mantenerse como un estado independiente de China. Lo más probable es que eso no ocurra, y entonces la arenga de Xi Jinping a sus soldados llamándolos a que se preparen para la guerra se mantendrá resonando en los oídos que no quieran meter la cabeza en un pozo para escapar a las graves contradicciones que amenazan a la humanidad.
Habrá que ver especialmente como se desenvuelve esta situación, ya que si algo es evidente es que una guerra entre EE-UU y China puede transformarse fácil y rápidamente en una nueva guerra mundial.
Por su parte CFK que, junto con Guillermo Moreno, en 2016 cuando ganó Trump decían que era peronista, ahora crea falsas ilusiones en Biden. Es que después el cambio de la política que efectuó Trump en relación a Irán, dejó “colgado del pincel” al kirchnerismo, que había armado su acuerdo con los ayatollás en base a la línea planteada por Obama. Alberto Fernández también fue uno de los primeros en felicitar al ganador. Tiene sus razones, ya que representa a un sector de la burguesía más vinculada al imperialismo europeo enmarcado en el sector globalista. Al mismo tiempo, y como el dinero no tiene patria, ambos sectores del gobierno ponen algunos huevos en la canasta favorita de los Kirchner desde su último mandato, en la que están principalmente China y Rusia.
Para los grupos pequeño burgueses “progresistas” del mundo ha ganado, sino su candidato directo, por lo menos un “mal menor” que para ellos está política, económica y socialmente ubicado a la izquierda de Trump.
Una parte de la izquierda que se reivindica trotskista en Argentina (PTS, nuevo-Mas) también festejó el triunfo de Biden, e incluso agitaban para que en EE-UU el pueblo se movilizara para que no se detuviera el conteo de los votos pedido en algunos estados por Trump.
Tal como hacía en los ‘40 el stalinismo, que decía que había un imperialismo democrático y un imperialismo fascista, también los centristas disfrazados de trotskistas, inducen a creer que dentro mismo de EE-UU se habría producido una división en la burguesía imperialista entre un sector fascista representado por Trump y un sector más afín a una línea socialdemócrata, “progresista”, representada por Biden. En varios países, como en Brasil o Bolivia, esa fue la manera de justificar la capitulación al sector de la burguesía representada por los partidos con discursos populistas. Esta ala del trotskismo centrista que se ubica como el furgón de cola del progresismo burgués latinoamericano, ahora también, siguiéndolo como la sombra al cuerpo, mira con buenos ojos a un sector del imperialismo yanki.
En relación a Venezuela, es probable que los demócratas busquen una salida del gobierno de Maduro, presionando en frente único con Europa por elecciones “transparentes” y buscando algún candidato –que no sería Guaidó- que pueda unificar la oposición.
Los representantes políticos de las burguesías de los países semicoloniales latinoamericanos cada vez se muestran más genuflexos ante el poder imperialista. Ya no sólo no se atreven a adoptar ninguna acción de fondo en defensa de “los intereses nacionales” sino que ya directamente, se visten de gala y se maquillan, les muestran su mejor sonrisa y se pintan los labios de rojo para besar las manos de sus majestades imperiales. Vergüenza ajena da ver al joven dirigente del MAS de Bolivia, delfín político de Evo Morales, hacerle reverencia ¡nada menos que al rey de España!, que asistió a la asunción del gobierno masista, al igual que una delegación de los EE-UU previas felicitaciones de Mike Pompeo al presidente electo Luis Arce. O a Nicolás Maduro, felicitando “al pueblo” norteamericano y anunciando que está dispuesto a dialogar con el nuevo jefe del imperialismo norteamericano, que parece que ya no tiene el “olor a azufre” que tenía Bush.
Los pueblos de Latinoamérica no tenemos nada que esperar de ningún gobierno imperialista. Lo que consigamos será fruto de nuestra lucha independiente, que para que sea así debe ser encabezada por un partido revolucionario de la clase trabajadora.
AB 15/11/20