En cada 1° de mayo los lectores de La Causa Obrera saben que nuestro objetivo no es “homenajear” a los mártires de Chicago, sino que aprovechamos esta fecha para discutir como la situación política afecta a la clase trabajadora y a los oprimidos. Para nosotros el mejor homenaje que podemos hacerles a aquellos que han ofrendado su vida por la causa obrera y por la revolución socialista, es intervenir en la lucha de clases y construir el partido revolucionario.
En vida de F. Engels, la 2da Internacional Socialista establecía, en un congreso en París en el año 1889, el 1° de mayo, como el día internacional de los trabajadores. Es que el proceso de huelgas, que tuvo el punto más álgido, el 4 de mayo, en la famosa Revuelta de Haymarket (Chicago), había logrado conseguir las 8 horas de trabajo. En esa lucha, que había sido muy dura, habían sido ejecutados por el gobierno de EEUU, varios activistas obreros, desde ahí denominados: los “Mártires de Chicago”.
En esta jornada que se hace en simultaneo en muchísimos países, puede verse aquello que decimos los marxistas, que la clase trabajadora es la única clase internacional. Eso significa que no tiene propiedad privada de los medios de producción, ni intereses diferentes divididos por fronteras nacionales. Los Estado-Nación, representan los intereses de cada burguesía nativa, las cuales han inventado una nacionalidad y una frontera, que es la demarcación del mercado en donde actúa como clase dominante, y extrae la mayor parte de sus ganancias. Pero no todos los Estados Nación son iguales. En América Latina, los países son semi-coloniales, es decir, que sus economías están subordinadas al imperialismo, y sus burguesías nativas son sus socias menores en la explotación de la clase trabajadora. Por lo tanto, la mayor parte de las ganancias, se las llevan las burguesías imperialistas.
Aproximadamente en los mismos años de las huelgas por el 1° de mayo, el capitalismo empezó a cambiar su carácter, transformándose la época en imperialista, que, en su decadencia, llevó a la humanidad a dos guerras mundiales. Fue la Segunda Guerra Mundial, la que definió al imperialismo yanky, como hegemónico, dominante exclusivo, subordinando no solo a los vencidos, Alemania y Japón, sino también al resto de los imperialismos colonialistas, como Francia, Inglaterra, Holanda, Bélgica.
Ese resultado fue el que permitió el resurgimiento de un crecimiento importante de largo plazo que duró aproximadamente 20 años, conocido como el boom económico. Pero este período excepcional se agotó hacia fines de la década del 60, y en los 70, ya había nuevamente una crisis abierta en el plano internacional.
La etapa abierta con la restauración capitalista en los ex Estados obreros burocratizados, la globalización (ver nota internacional “El arma arancelaria de Trump”), donde las inversiones imperialistas recibieron grandes ganancias al explotar una mano de obra barata, particularmente en China y algunos países del este europeo, terminó con la crisis del 2008/9. A partir de allí estamos viviendo otra etapa de estancamiento económico, expresado en una deuda que alcanza del 333% del PBI mundial es decir, que se gasta más que lo que se produce, donde las potencias imperialistas se disputan un mercado cada vez más estrecho.
Con el nuevo gobierno de Trump, el imperialismo yanky, parece estar más decidido que antes a sostener su lugar de potencia hegemónica global. Es por eso que Trump pretende resolver esta situación imponiendo aranceles. Pero esta política política defensiva no puede solucionar la crisis. La época imperialista surge justamente porque no se podían contener las fuerzas productivas en el marco del Estado-Nación. Al mantener estos aranceles solo contra China, es evidente que tiene como eje ahogar a la única potencia que está en condiciones de disputarle a EEUU el mercado mundial. Esta tensión económica solo agravará la crisis mundial y solo podrá demorar un poco el estallido de la guerra, aunque seguirá siendo inevitable en el corto plazo.
Un partido de trabajadores para preparar la revolución
La lucha por la jornada de 8 horas, había sido durísima y pero era una época en la que el capitalismo podía entregar concesiones duraderas. Pero si el régimen capitalista era relativamente reaccionario en esta época, a partir de principios del siglo XX, se transforma en un régimen reaccionario en términos absolutos. Como diría Trotsky, el capitalismo en esta época te quita con la mano derecha el doble de lo que pudiera dar con la izquierda. Esta transformación tomó su forma definitiva con el nombre de imperialismo capitalista y convirtió a nuestra época en la época de crisis, guerras, revoluciones. Y si en la época del capitalismo “libre concurrente”, el partido revolucionario era importante, ahora pasó a ser fundamental para que el proletariado destruya el aparato militar burocrático del Estado burgués y conquiste el poder.
Durante el siglo XX no han faltado luchas de distinta magnitud y algunas de carácter revolucionario en la que los trabajadores, han dado sobradas muestras de combatividad, hasta entregar sus propias vidas. Pero los partidos y movimientos burgueses o pequeñoburgueses que los dirigieron los llevaron a la derrota. El siglo XXI en América Latina, el nacionalismo burgués, demostró en sobradas oportunidades ser un freno para el desarrollo de la lucha de clases. En esta segunda década del siglo XXI, ya no hay posibilidades de cortar camino, ninguna de las variantes reformistas, sirve para enfrentar al capitalismo en descomposición, todo lo contrario, han implementado directamente los planes de ajuste y de mayor sumisión al imperialismo allanándoles la llegada a gobierno reaccionarios como Milei, Bolsonaro, etc. Tampoco el centrismo trotskista que ante cada crisis levanta como consigna la Asamblea Constituyente, y ha llamado a votar por el “malmenorismo” (Haddad, Massa, Boric, Petro, Castillo) en casi todos los países del continente, es una salida de fondo para la clase trabajadora, por eso es decisivo construir un Partido de Trabajadores, marxista revolucionario.
El comienzo de un nuevo ascenso revolucionario es un proceso relativamente objetivo, que no depende de nuestra voluntad. Lo que sí va a depender en gran medida de la vanguardia de la clase obrera, es la construcción de un Partido Revolucionario. Es una tarea enorme, pero fundamental. Porque ese proceso de luchas terminará inevitablemente en derrota sino es fecundado por un programa y una estrategia revolucionaria, en un período de grave crisis capitalista como el actual, más ahora cuando resuenan cada vez más cerca los tambores de una guerra mundial y los plazos se aceleran.
Mariano López, 23/4/25