“…los sindicatos en la época actual no pueden ser simplemente los órganos de la democracia, como lo fueron en la época del capitalismo de la libre empresa y no pueden, además, seguir siendo por más tiempo políticamente neutrales. Es decir, no se pueden limitar a servir las necesidades cotidianas de la clase obrera, no pueden seguir siendo anarquistas, es decir, no pueden seguir ignorando la influencia decisiva del Estado en la vida de los pueblos y las clases. No pueden seguir siendo reformistas, ya que las condiciones objetivas no dejan ningún lugar para cualquier reforma seria, duradera. El papel de los sindicatos en nuestro tiempo es, pues, o el de servir como instrumento secundario del capitalismo imperialista para la subordinación y el disciplinamiento de los obreros y para obstruir la revolución, o, por el contrario, el sindicato puede convertirse en el instrumento del movimiento revolucionario del proletariado”. León Trotsky (Los sindicatos en la época imperialista)
El Partido de la Causa Obrera promueve la organización de agrupaciones clasistas, para luchar por delegados y sindicatos clasistas. Pero ¿qué sígnica eso? Y ¿qué importancia tiene para la clase trabajadora?
Dado que hace años o décadas que no hay en la Argentina luchas de carácter revolucionario, la conciencia de la clase trabajadora ha retrocedido mucho ante las ideologías burguesas (1). La mayoría de estas, y particularmente el peronismo que, aunque en decadencia sigue siendo la ideología dominante en la mayoría de la clase obrera, se basa y promueve la conciliación de clase expresada en la idea de que “hay que ponerse la camiseta de la empresa” porque si al patrón le va bien al obrero también le va a ir bien. Solo es cuestión de que intervenga el Estado para distribuir bien “la torta” de los frutos del trabajo. Ocultan que se trata de un régimen de explotación. Mienten alevosamente. Ponen la realidad patas para arriba: los patrones -burgueses o empresarios- acumulan capital explotando a los trabajadores, pero nos dicen que les tenemos que agradecer porque “nos dan trabajo”.
Esta visión fantasiosa de las relaciones de producción bajo el capitalismo, pudo hacer pie en el período de postguerra, cuando la economía atravesó un boom de crecimiento, que duró aproximadamente 25 años, desde el ’45 hasta los años ’70 del siglo pasado. El llamado “Estado de Bienestar” surgido en esos años, es decir, un Estado que podía otorgar concesiones y derechos sociales a los trabajadores, se fue diluyendo a través de las sucesivas y graves crisis, particularmente desde el 74 en adelante.
El capitalismo solo puede dominar por la fuerza o por el engaño, o con una combinación de ambos. Pasado el período en el que pudo gobernar por medio del engaño, basado en una situación económica favorable, llegó el momento para la burguesía de dominar por la fuerza. En nuestra memoria todavía quedan grabadas las atrocidades de la Triple A peronista y de la dictadura militar del 76/83. Después, desde la llamada vuelta a la “democracia”, el engaño y la conciliación de clases -no exenta de graves episodios represivos- es lo que sostiene al capitalismo.
El argumento base de ese engaño es que los trabajadores tenemos que apoyar al capitalismo o por lo menos no tenemos que hacer nada para voltearlo porque no hay otro sistema mejor. No hay que ir contra sus instituciones ni desestabilizar al gobierno. Sobre todo, los trabajadores debemos deponer la violencia. El monopolio de las armas y de la violencia debe estar en manos del Estado, y este está en manos de los representantes de los capitalistas.
En general, en casi todos los programas de la TV y otros medios se propagandiza la conciliación de clases llamando a la unidad de los argentinos, a encontrar puntos comunes de acuerdo, a alcanzar un consenso social, a cerrar la grieta.
En los últimos años CFK se ha destacado por sus reiteradas expresiones de apoyo al capitalismo. Ha dicho que durante su gobierno los empresarios “la levantaron con pala”, refiriéndose a la plata que ganaron, y que está bien que así sea. También, tratando de convencer a los capitalistas de que pueden confiar en ella, ha declarado “soy una pagadora serial” refiriéndose a los pagos de la deuda externa a los acreedores internacionales. Y la más reciente, que el capitalismo es el sistema más eficiente y que no hay otro.
Con esto nos quieren decir que, aunque a los trabajadores nos vaya mal, no se puede hacer nada, que hay que aceptar las cosas como son porque no hay otra cosa, otro sistema. Si ya no pueden decir que el capitalismo sea bueno, lo presentan como un mal menor e inevitable, al que a lo sumo podemos tratar de mejorarlo un poco, tarea que asumen los reformistas. Y con esta cantinela, hay cada vez más pobres, más desocupados que vivimos de planes, de changas o del cartoneo, al que antes se lo llamaba cirujeo y ahora se lo llama “economía popular” o reciclaje.
Inclusive los trabajadores “formales” somos pobres, es decir, nuestro salario esta debajo de la línea de pobreza oficial. Cada vez es más difícil tener una vivienda propia y cada vez más costoso el alquiler, por lo que miles de jóvenes viven hacinados en las casas de sus padres o luchan por un pedazo tierra para hacerse una vivienda precaria.
La burocracia sindical: sostén de la conciliación de clases
Los sindicatos en Argentina, a diferencia de otros países, son todavía la organización más amplia y mayoritaria de la clase obrera. En su origen fueron organizaciones creadas para la defensa de los intereses de los trabajadores.
Pero es mentira que “en los sindicatos no se hace política”. Como reconoció recientemente el secretario general de la Federación Gráfica Bonaerense y de la Corriente Federal de Trabajadores, Héctor Amichetti: “Reafirmamos una línea programática, los sindicatos tienen claro que, si no luchan por un proyecto de país, por una independencia económica no hay posibilidad de justicia social”. Es decir, está claro que los sindicatos actúan con una determinada línea política. Cuando los burócratas sindicales dicen que en el sindicato no hay que hacer política se refieren a que no hay que hacer una política diferente y opuesta a la que hacen ellos. Particularmente aborrecen a los “zurdos”, apelativo con el que califican a una amplia gama de corrientes o tendencias que militan en la clase trabajadora. Tienen miedo que los “zurdos” le quiten los sillones en los que están atornillados durante décadas, y por eso gritan y repiten que “los sindicatos son de Perón”.
Efectivamente, la enorme mayoría de los dirigentes sindicales se reivindican peronistas. Y como tales tratan de conciliar permanentemente con las patronales y el gobierno burgués sobre todo cuando este también es peronista. Ese es el lugar que ocupa en el régimen capitalista a la burocracia sindical.
Las dos instituciones básicas de la conciliación de clases en el plano sindical son el ministerio de trabajo y las paritarias. A través del ministerio de trabajo, el Estado burgués interviene en las organizaciones obreras, las reglamenta. En las paritarias la conciliación es directa entre la burocracia y la patronal. Cuando se declara un “conflicto” que las patronales ven difícil derrotar, o que es problema para el gobierno, interviene el ministerio de trabajo declarando la “conciliación obligatoria”, para desmovilizar a los trabajadores. La burocracia sindical, a la que le gustan más sus cómodos sillones que la lucha de clases, en general “acata” las directivas del ministerio.
Cuestiones elementales de la conciencia de clase, como la unidad y la democracia obrera, son permanentemente socavados anulados y hasta cuestionados ideológicamente por la burocracia y los medios de propaganda de que disponen las patronales.
Por eso es una tarea de los militantes revolucionarios y del activismo clasista combatir contra esta “educación” de la burocracia y las patronales que constantemente le es inculcada a la clase trabajadora. El clasismo es la organización de la independencia de clase. Lucha para que los trabajadores (el proletariado) se reconozcan como clase y sean conscientes de que sus intereses son antagónicos e irreconciliables a los de la burguesía (empresarios, patronales, capitalistas). Si bien esa educación puede ser impartida en cursos para una minoría de activistas, solo puede penetrar en la conciencia de las amplias masas de trabajadores y de forma más efectiva, cuando surge de la experiencia de la lucha de clases.
La burocracia reformista y el sindicalismo apartidario
La burocracia reformista, habla de clasismo, pero apoya políticamente a los partidos patronales. Un ejemplo conocido, es el de la Federación de Aceiteros, en la que inclusive se hacen cursos de formación de cuadros explicando que en el capitalismo hay clases sociales que tienen intereses contrapuestos, pero cuya única estrategia es la huelga para conseguir un “salario justo” o digno, que sería el salario mínimo vital y móvil, según los criterios establecidos en la Constitución. Pero para las elecciones pasadas Yofra, su principal dirigente, llamó a votar por el Frente de Todos, sin explicar que siendo un frente patronal iba a ir contra los intereses de los trabajadores. Despotrica contra Macri, pero se olvida que la huelga de 25 días del 2015 fue contra el techo salarial que quería imponer el gobierno de Cristina-Kicillof, y por esa razón el “compañero” Tomada (2) no le quería homologar el acuerdo que ya habían alcanzado con la patronal en las paritarias de ese año. Ahora Yofra dice que los trabajadores son pobres porque los dirigentes sindicales no hacen huelgas “porque se atan a partidos”. Yofra posa de independiente y habla a media lengua. Salvo el bancario Palazzo, de origen radical, la gran mayoría de la burocracia sindical es peronista. Pero más que a los partidos se atan a las patronales y al poder gubernamental de turno, siempre y cuando ellos obtengan su “beneficio” personal. Hay también una minoría de burócratas reformistas que le capitula al gobierno por razones ideológicas.
Según Yofra, las huelgas para alcanzar el salario mínimo vital y móvil es el objetivo estratégico que haría que todos los trabajadores estén bien, vivan bien. Si los demás dirigentes no fueran burócratas y le hicieran caso, las huelgas parciales llevarían a una huelga general (por tiempo indeterminado), ya que está muy claro que de otra manera no se le podría arrancar a las patronales, y al gobierno, un sueldo mínimo de $184 mil como gana el aceitero de la categoría más baja, para toda la clase trabajadora. Lo que no dice Yofra es que, llegado a ese punto, y cuando -debido a la crisis capitalista- la burguesía y el imperialismo no están dispuestas a ceder, se plantea a la orden del día la revolución o la contrarrevolución.
Ya lo hemos visto en los ’70 cuando la organización del activismo y las bases trabajadoras en las coordinadoras zonales o regionales le impusieron a la burocracia sindical (Lorenzo Miguel en aquella época) una huelga general que provocó la caída de López Rega y dejó a “Isabelita” (3) colgada de un pincel. Allí los trabajadores debían tomar el poder, porque si no se iba a imponer la contrarrevolución. Pero los partidos que dirigían a la clase trabajadora, en particular los que tenían peso en la vanguardia, eran partidos “clasistas” muy relativamente, solo en el sentido de que entendían la independencia de clases como lucha exclusivamente sindicalista contra la patronal, mientras que políticamente seguían a algún sector burgués. Entonces ninguno de ellos tenía como estrategia la lucha de la clase trabajadora por el poder. Y por lo tanto a los pocos meses se impuso el golpe de estado con las consecuencias que todos conocemos, no solo por la cantidad de asesinados y torturados, sino desde el punto de vista económico social.
La memoria de aquellos hechos, en particular del “Rodrigazo” y la huelga general de junio del ‘75 fue refrescada con los videos que se reproducen desde el Facebook de los propios aceiteros. Sin embargo, no sacan las conclusiones políticas-estratégicas del caso.
Una estrategia clasista revolucionaria
Como explica Lenin en el ¿Qué hacer? La conciencia de clase no nace espontáneamente.
“Aquellas huelgas (de los años 90 del siglo XIX) eran en el fondo lucha tradeunionista (4), aún no eran lucha socialdemócrata (5); señalaban el despertar del antagonismo entre los obreros y los patronos; sin embargo, los obreros no tenían, ni podían tener, conciencia de la oposición inconciliable entre sus intereses y todo el régimen político y social contemporáneo, es decir, no tenían conciencia socialdemócrata”.
Esto solo puede ser introducido en la clase obrera por medio del partido de sus militantes estructurados en la clase trabajadora siendo parte de esta y de su vanguardia.
“…La historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas sólo una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc.”
Y en este punto es el que Yofra quiere “congelar” el avance en la conciencia de la clase trabajadora. A lo sumo en que sean conscientes de lo que les corresponde ganar, es decir, de cuánto vale y a cuanto deben vender su fuerza de trabajo al capitalista. Pero manteniendo el régimen social de explotación del trabajo, y por eso llama a votar a un partido burgués, como es el peronismo o Frente de Todos.
En realidad, nunca le interesó a Yofra que los trabajadores rompan con sus dirigentes burocráticos, porque él es parte de ellos y aliado a ellos los refuerza, no los combate.
Pero el problema es que la hora del “Estado de Bienestar” de posguerra del capitalismo ya terminó y no va a volver. El capitalismo ya no es un sistema progresista, ni el más eficiente como dice CFK, sino que está en un proceso de decadencia, en una crisis terminal, y arrastra a la humanidad a una nueva guerra mundial (nuclear) y al agotamiento ambiental del planeta. Y esto no se resuelve con una huelga por aumento de salarios. Solo se puede resolver por medio de la revolución socialista, que instaure un gobierno revolucionario de los trabajadores que expropie a la burguesía y reorganice la producción y la sociedad en base a los intereses de los trabajadores. Para luchar por estas tareas de fondo que tiene planteadas históricamente la clase trabajadora la organización determinante no es el sindicato sino el partido marxista revolucionario, cuestión que Yofra está a años luz de entender.
Es por eso que el clasismo por el que luchamos en el seno de la clase trabajadora, no es un sindicalismo políticamente neutral, sino que debe tener una clara orientación estratégica, debe ser una escuela de política, y sus organizaciones la fragua donde se templen los cuadros de un partido de trabajadores revolucionario.
Modesto Castellá, 22/7/22
Notas:
1) Dado que no es el eje del tema de la nota, acá solo planteamos UNO de los elementos para señalar el problema general del retroceso de la conciencia de la clase trabajadora ante las ideologías burguesas. Pero entendemos que hay otros factores de carácter objetivo y subjetivo, tanto en el plano nacional como internacional.
2) “compañero Tomada, así le decían los dirigentes sindicales peronistas al ministro de trabajo de ese entonces Carlos Tomada, es decir, a un funcionario del gobierno burgués.
3) Por “Isabelita” se la conocía a la en ese entonces viuda del Gral Perón, Isabel Martínez de Perón, que había asumido la presidencia a la muerte de su esposo.
4) Decir que eran lucha tradeunionista, significaba que eran luchas sindicales, es decir, exclusivamente reivindicativa de reclamos salariales y/o de condiciones de trabajo.
5) Que no eran lucha socialdemócrata quería decir, que esas luchas de la clase trabajadora no se elevaban a los planteos políticos que formulaba la socialdemocracia (que era el nombre que tenían en aquella época los partidos marxistas), de lucha contra el régimen político.