Una semana en la vida de una obrera

Soy trabajadora en una fábrica importante de la región Sur de la provincia de Santa Fe, todas las semanas tengo que ver cómo rotan mis horarios para planificar cómo me voy a manejar, siendo madre soltera de un niño todo es bastante más complicado. Siempre me tengo que organizar con él, ver quién puede cuidarlo, porque su papá trabaja también y no siempre puede hacerse cargo. 

La rotación de horarios me afecta mucho, sobre todo cuando tengo que trabajar de noche porque salgo de fábrica a las 6 de la mañana, vengo hasta mi casa con el colectivo y de acá tomo un remís para ir a buscarlo a mi hijo a la casa de su padre, que está dormido, lo subo al remís de nuevo hasta mi casa e intento dormir con él las horas que pueda. Dos o tres horas, hasta que se levanta y yo con él para arrancar un nuevo día. O sea, las semanas que trabajo de noche duermo dos o tres horas nada más y me suele pasar bastante seguido que el cansancio me pasa factura al cuerpo, el otro día tuve que ir al médico porque mi cuerpo y mi cabeza no daban más de lo agotada que estaba.

Se hace difícil llegar a casa y ver que tengo que seguir encargándome de todas las tareas que hay que hacer y cuidar de mi hijo. Seguramente le debe pasar a muchas mamás lo que me ocurre a mí, cuando estoy con mi hijo estoy súper pendiente y él quiere jugar conmigo y que le preste atención porque es chico todavía. Por eso, aunque no me guste porque mi hijo es todo para mí, cuando el padre puede se lo lleva para yo poder descansar un poco porque lo necesito para poder ir a trabajar. 

Cuando estoy en casa hago todo para organizarme y hacer cosas pendientes, la mayoría de las veces me mueve con mi hijo para todos lados; comprar las cosas para cocinar para la semana, pagar impuestos, etc. Muchas veces me pasa que no tengo ni un minuto para hacer algo que me guste a mí. Alguna actividad física, cualquier cosa que me haga bien. Es una rutina constante del trabajo a mi casa y cuando llego no me tiro en el sillón a ver tele, tengo que seguir con todas las cosas de la casa. Parezco un zombi y cansa mucho. 

Yo sé que hay mujeres que no viven esto, las jefas no llegan a sus casas después de una jornada agotadora  y se tienen que poner a cocinar y seguir laburando. No viven a las corridas como nosotras, no están preocupadas por los precios, seguramente llegan a sus casas y está todo perfectamente limpio porque le pagan a alguien para que lo haga, la comida lista y nosotras no tenemos tiempo ni de acostarnos una hora para descansar. Muchas chicas no tienen ni siquiera la suerte de poder contar con algún familiar que las ayude.

A veces me ayuda mi mamá, pero sé que hay muchas compañeras que no están en esa situación y hacen malabares para ver cómo hacen con sus hijos. En los vestuarios hablamos de estas cosas y siempre alguna cuenta que está tratando de resolver cómo hacer con sus hijos cuando no están en casa, para organizarse a último momento cuando no pueden dejarlos con sus padres. Estamos todas pendientes todo el tiempo, tenemos en nuestras cabezas cómo estarán nuestros hijos mientras estamos trabajando. Yo todo lo que hago lo hago por mi hijo y veo como cada vez cuesta más progresar y me preocupa. Querer cambiar algunas cosas y no poder, duele. 

Se gasta fortuna en remís, sobre todo si son chiquitos, porque trasladamos no sólo nuestras mochilas si no todas las cosas de nuestros niños y se hace difícil, sobre todo cuando no tenés vehículo. Tener un auto para no andar tan a las corridas se hace cada vez más difícil, siempre pienso si algún día podré tener mi vehículo. No sólo por la movilidad sino por la seguridad. La parada del colectivo a la que voy queda a una cuadra de casa, pero cuando entro de noche me quedo a mitad de cuadra esperando el colectivo con la llave en la mano por si escucho algún ruido o veo algo que no me gusta salir corriendo y entrar rápido a mi casa. 

Yo tengo cerca la parada del cole, pero hay chicas que no. Hace un tiempo vivía en una cortada, en un barrio que era bastante más jodido y le pedía a mi vecino que me esperara en la esquina. Ahí corría todas las cuadras hasta llegar porque era súper oscuro. No sabía si me iban a robar, a pegar un tiro, a violar, salía con miedo de que me pasara algo. Siempre salgo con miedo por lo que pueda pasar. Sabiendo además que, si te pasa algo no podés contar con que la policía te ayude porque están metidos con las drogas y los choreos también.

Con respecto a lo que se vive dentro de la fábrica, como mujer algo que me marcó mucho fue el no poder darle de amamantar a mi bebé cuando no estaba efectiva. La patronal no me daba el tiempo para poder darle el pecho a mi hijo. Cuando arranqué a trabajar, mi hijo tenía dos meses y no me daban esa media hora por lactancia, me daba vergüenza hablarlo porque eran todos hombres mis compañeros, pero lo hablé y me cubrían para que yo por lo menos pudiera ir al baño a sacarme leche. Fue muy difícil porque es molesto y yo estaba 12hs trabajando y eso levanta fiebre. No queda la alternativa de no hacer extras cuando sos transitoria.

Cuando fui a la entrevista laboral fue porque tenía a mi hijo muy chiquito, pero ni su papá ni yo teníamos trabajo, estaba muy difícil y fue una necesidad muy grande para poder darle una vida mejor. Pero además me empezó a hacer algo de ruido eso de estar encerrada todo el día, quería salir de mi casa. Fue un proceso. Pero el no ser efectiva fue durísimo porque está el miedo que te despidan si no podés cumplir con las horas extras si tenés un bebé del cual hacerte cargo, me mareaba, me bajaba la presión, el cuerpo pasa factura. 

Ser madre soltera y trabajar en fábrica 12hs no es fácil. Con los encargados, aunque sean mujeres una no puede contar, nos miran como si fuéramos inferiores. Por suerte pude contar con los compañeros del sindicato cuando tuve algún problema. Pero somos muchas las mujeres que tenemos nuestra vida laboral completamente atravesadas por las preocupaciones en relación a los hijos y su salud y necesidades.

Cuando quedas efectiva se alivia un poco la preocupación, yo estoy orgullosa de haber salido a laburar afuera de mi casa y haber quedado efectiva, no me daba cuenta lo chiquita que quedaba hasta que salí, pero me costó muchísimo porque la patronal no te la hace fácil. Es una lucha constante y tenemos que acompañarnos. Cuando levantas un poco la cabeza para ver al compañero que tenés al lado, ves que tienen los mismos problemas que vos.

El empezar a trabajar en la fábrica me abrió mucho la cabeza, en las conversaciones con mis compañeros es que una elabora nuevas ideas y cosas que no había pensado antes, si me hubiera quedado en mi casa no hubiera pasado. Con el diálogo del día a día una comparte problemas y eso hace un cambio en la cabeza porque tus días no son todos tan iguales, empezás a ser un poco más independiente y también en la charla con los compañeros te das cuenta cuántas cosas están mal y hay que cambiar. 

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Te das cuenta que somos los trabajadores los que sacamos la producción adelante y que sin nosotros no funciona la cosa y a pesar de eso nunca nos alcanza el sueldo, a pesar de que trabajas cada vez más. Hablando con tus compañeros te das cuenta que no es culpa de uno el no poder avanzar porque muchos están en la misma que vos y entonces empezas a pensar que hay algo más grande que nos afecta a los trabajadores de conjunto porque algunos pocos tienen tanto y nosotros que nos deslomamos siempre estamos en el mismo lugar. Sirve para darse cuenta que hay que discutir y organizarse.

Además, muchas mujeres cuando salen y ven que pueden y que son capaces terminan relaciones que a veces son violentas. Pero a veces no son violentas y se siguen sosteniendo por el miedo a no saber a dónde ir, porque no saber qué hacer por no tener cierta estabilidad laboral. Veo que le pasa a muchas mujeres sobre todo por lo difícil que está conseguir un trabajo y mantenerlo.

Las mujeres nos tenemos que animar a decir lo que pensamos y discutir acerca de nuestras necesidades como trabajadoras, la mayoría de los compañeros lo entienden y es importante que esto pase. Por ejemplo, en la fábrica sólo existe un baño para una cantidad considerable de obreras, con la pandemia no se pudo mantener el protocolo que exigían porque es minúsculo. Tampoco existen salitas dónde poder sacarnos leche y guardarla en un lugar refrigerado o darle de amamantar a nuestros bebés y estar durante ese momento un poco más tranquilas. Tampoco una guardería donde podamos dejar a nuestros hijos y no andar pendientes de cómo hacer para que alguien los cuide mientras trabajamos. 

¿Qué podemos hacer como clase trabajadora?

En el relato de la compañera, queda reflejado la doble opresión que como mujeres trabajadoras muchas viven. El ser explotadas por nuestros patrones dentro de nuestros laburos y luego al llegar a nuestros hogares seguir encargándonos de las tareas de la casa. Esto sólo lo vivimos las trabajadoras, las mujeres burguesas fácilmente viven de las ganancias de su marido o son patronas y delegan ese trabajo desgastante, rutinario y repetitivo del hogar en una empleada doméstica, oprimiendo y explotando a otras mujeres.

En un sistema económico en donde el Estado se hiciera cargo de todas las cuestiones domésticas que nos oprimen, como el acompañamiento de la crianza y el cuidado, si existieran guarderías, comedores, lavanderías públicas, transporte seguro y de calidad para todos, salud y educación, si todo lo necesario para la existencia y bienestar de los trabajadores y sus hijos estuviera a cargo del Estado, la mujer tendría toda la libertad e independencia que se le viene negando.

El Estado que garantice todas estas cuestiones no será un Estado burgués (como el que conocemos hoy, con todos sus partidos y gobiernos patronales) será un Estado obrero, en el cual seamos los trabajadores quienes planifiquemos la economía, que permitirá la incorporación de todas las mujeres al trabajo productivo y social, desligándonos de realizar esas tareas rutinarias y grises del trabajo domésticos al interior de los hogares. Ya no se le asignará a la mujer ese lugar de opresión al interior de los hogares, como productora y reproductora de la mano de obra barata que necesitan los empresarios que nos explotan por dos pesos.

Cotidianamente vemos crecer la violencia hacia las mujeres ya sea física o verbal. Abusos sexuales que nadie investiga y aunque se encarcele a los culpables, la justicia burguesa va a encontrar el artilugio legal para liberarlos antes de tiempo. Las mujeres debemos acumular denuncias, muchas veces por años, para recibir como protección botones de pánico que no funcionan, órdenes de restricción para sus agresores que nadie controla, todas medidas insuficientes que dejan al descubierto el desamparo a que nos somete el Estado dando lugar a los más y más frecuentes femicidios. 

Tenemos que esperar 24 hs para que nos tomen las denuncias y empezar a buscar. La mayoría de las veces, lamentablemente para nosotras, solo encuentran nuestros cuerpos sin vida. Cuando no nos encuentran es porque seremos víctimas de la trata de mujeres y niñas destinadas a la prostitución en donde policías, fiscales, jueces y proxenetas actúan en conjunto para sostener este apetecible negocio para las ganancias capitalistas, a costa de nuestros cuerpos que se venden como mercancías. 

Mucho de esto pasa por la cabeza de las mujeres cuando salimos a trabajar, cuando esperamos solas en las paradas de los colectivos que nunca llegan, si nos toca de noche o cuando caminamos cuadras desoladas, muchas mujeres son víctimas de violencia dentro de sus propios hogares y no saben cómo salir de esa situación. Somos los mismos trabajadores los únicos que podemos garantizar nuestra seguridad. Por eso sostenemos que es necesario la organización en los lugares de trabajo para discutir acciones para avanzar en conjunto por el logro de todas aquellas reivindicaciones prioritarias para paliar la situación de las mujeres trabajadoras.

Muchas feministas hablan de la unidad de las mujeres contra los hombres como si nosotras, las trabajadoras, tuviéramos más cosas en común con nuestras patronas o encargadas que con nuestros compañeros de clase. Pero basta pensar un poco para darnos cuenta que tenemos más preocupaciones en común con los compañeros que pertenecen a la clase trabajadora como nosotras. Las preocupaciones por llegar a fin de mes, trabajar extras para que a nuestros hijos no les falte un techo ni comida, para ver si con suerte podemos comprarnos un autito para facilitar los traslados, soportar muchas veces los maltratos de los encargados, aunque éstas sean mujeres. 

La liberación completa de la mujer sólo será posible con una revolución socialista, que termine con el sistema capitalista, sus estados y la clase social que se beneficia explotándonos y oprimiéndonos. Pero mientras tanto las mujeres de nuestra clase siguen muriendo y siguen sufriendo violencia machista. Pensar cómo hacer para garantizar nuestra seguridad debe salir de nuestra organización como trabajadores. Formar un comité de autodefensa debe servirnos para establecer tareas, organizarnos y poner en práctica soluciones concretas que afectan la seguridad de las mujeres trabajadoras. Una comisión de la mujer organizada y dirigida por las trabajadoras y compañeros que entiendan las miserias que sufrimos como mujeres, que sea independiente de las burocracias y de sus partidos patronales. 

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